El pacto (Bille August)

Hubo un tiempo, entre finales de los 80 y mediados de los 90, en que el director danés Bille August era considerado uno de los nombres más fiables del cine europeo. Pelle el conquistador (1987), película protagonizada por Max von Sydow, le llenó de nominaciones y premios internacionales por todos lados. Cuatro años después estrenaría Las mejores intenciones (miniserie y versión cinematográfica), donde contaba los orígenes de la tormentosa relación amorosa de los padres de Ingmar Bergman (bendecido por este al ofrecerle su guion). Después, como suele ocurrir tras ser capaz de encadenar dos éxitos de crítica y de público internacional, dio el salto a Estados Unidos, donde resaltan La casa de los espíritus (1993) y Los Miserables: La leyenda nunca muere (1998). Desde entonces, se podría decir que su presencia ha seguido atrayendo a actores de renombre que han participado en sus obras, pero el interés del público y los premios ha ido decreciendo, a pesar de excepciones como Tren de noche a Lisboa (2013), que se presentó en el Festival de Berlín (aunque fuera de concurso).

Para muchos, el principal problema de su cine es, precisamente, lo que otros tantos ven como virtud: su obra es demasiado académica, olvidando el encanto que da la riqueza dramática. Y es aquí donde entra El pacto, la nueva película de Bille August. En ella, se nos cuenta la historia de la escritora Karen Blixen (autora del libro Memorias de África), que se encuentra en la cúspide de su fama y a la vez devastada por la sífilis y la falta del gran amor de su vida. En estas que, amargada y crecida por igual, conoce a un talentoso poeta de 30 años y le ofrece un pacto. Ella le promete el estrellato literario si él a cambio la obedece incondicionalmente, incluso a costa de perder todo lo demás que hay en su vida.

Es decir, personas infelices que quieren convertir a los demás en lo que son, pensando que es lo bueno, o, en el caso de los escritores, juntarse por ego para progresar en sus carreras (a pesar de todo lo demás), o, en otras palabras, ser un poco cretinos con otros cretinos. Bueno, vale, no es tanto así, pero ya se me entiende, porque las dos horas de metraje que cuentan esta historia real van por estos derroteros. El clásico dilema de hasta dónde está dispuesto a llegar una persona para desarrollar todo su potencial como artista o en su carrera. Es decir, Pactar con el diablo (1997) en versión europea y academicista (y basada en las memorias del escritor que acompañó en la realidad a la escritora, Thorkild Bjørnvig).

La actriz Birthe Neumann no es Al Pacino, no necesita sobreactuar tanto, Simon Bennebjerg no es Keanu Reeves, aunque clava bastante el mismo papel, Nanna Skaarup Voss es Charlize Theron, nos genera el mismo desconsuelo, y así podríamos seguir con el resto del reparto, lo cual es bastante gracioso, teniendo en cuenta que esto sí que pasó de verdad. Más allá de ese punto, no tienen nada que ver, así que, si este texto te ha creado falsas expectativas, lo lamento. Aunque, si te sirve, se podría añadir otro punto más a las similitudes, y es que ambas están por debajo de la grandeza artística que pretenden retratar. Si Bille August hubiera recortado 30 minutos, seguramente el resultado habría sido mucho más estimable, aunque habría dejado de ser su obra como tal. Aunque no haya hecho nada revolucionario dentro de este género, al menos examina, a su manera convincente, una dinámica de poder poco ortodoxa entre el maestro y el aprendiz.

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