Yann Gozlan… a examen

Con el comienzo  del siglo XXI desde Francia cogió forma un interés creciente por el terror más degradante y excesivo. De repente la marca “nuevo extremismo francés” nos resultaba del todo familiar cuando títulos como Alta tensión de Alexandre Aja, Martyrs de Pascal Laugier, Frontière(s) de  Xavier Gens y À L’interieur de Alexandre Bustillo y Julien Maury formaban las bases de lo que se podía esperar ante cualquier nuevo film que llegase de tierras francas, donde la porno-tortura y la violencia explícita se escondía tras el gore para convivir con nuestros miedos más realistas. Lo imposible parecía probable y nos hacía apartar la mirada de la pantalla gracias a sus excesos.

Pero mientras la depravación triunfaba llegando a interesar a los americanos con ‹remakes› de algunos de los films citados o la incorporación de estos directores en sus producciones, nuevas voces querían dar forma a su estilo aferrándose a la parte más vivaz de esta fuente de terror, sin necesidad de abusar del efectismo. Esa era la intención de Yann Gozlan, que se aferró a la vía del terror en su primer trabajo, algo que dejaría pronto de lado para centrarse en el thriller, pero que le sirvió de base para derramar el suspense en sus historias.

Nace así Captifs, que surge en un momento en el que muchos de estos relatos de degradación humana se ambientaban en países del este, donde la excusa de las entreguerras sirve para posicionar a la humanidad de más baja estofa, donde la maldad parece el combustible que mueve a sus habitantes. Aunque no podamos olvidar los extremos de Eli Roth y su Hostel , que parecía querer recuperar el sentir francés a su manera, Captifs tiene un sentido de la responsabilidad con el drama y el suspense que la convierte en una apuesta honesta y oscura que reivindicar.

Con un inicio que abre en canal los miedos de su protagonista, nos plantamos ante una mujer dentro de un grupo de médicos en labor humanitaria en algún lugar inconcreto de Europa. Gozlan nos permite acomodarnos con la forma en que se relacionan sus personajes principales para que, una vez se suban a su vehículo y el tono del film cambie, empaticemos con sus dudas, miedo y angustia.

El director no deja ciegos y sordos para que el cautiverio que da título a la película nos posicione en el mismo lugar que a sus tres protagonistas. Vemos y oímos lo mismo que ellos, jugando con el espacio de una celdas que sólo dan acceso a un pasillo y unas pequeñas ventanas desde donde intuir a los captores. Es el modo perfecto de acrecentar la tensión en una situación de peligro donde los “malos” van a reproducir su papel sin ningún miramiento, siempre desde el desconocimiento de la lengua de quien les maltrata, explotando así el sentimiento de desamparo de extranjeros atrapados en un lugar inhóspito, sin medios para contactar con nadie, sin la capacidad de hacerse entender, con el peso de que nadie sepa dónde se encuentran.

Poco a poco el entorno va tomando un sentido siguiendo los movimientos de los captores. El director no pierde la oportunidad de resultar tremendamente gráfico, y aunque gran parte de las escenas violentas se intuyan, su resultado sí se muestra sin ambages, para que la repulsa por parte del espectador sea mayor.

Lo que comienza con rincones conocidos, clásicos ya del terror moderno, continúa con la degradación anímica de quien se encuentra encerrado sin posibilidad de escape. No hay una intención heroica en la situación, solo una agria espera a la fatalidad que nos lleva a una previsible pero aplaudida sesión de ‹final girl› ajena a los parámetros del ‹slasher›, donde la desesperación y el instinto de supervivencia toma un ritmo salvaje y sucio, como una especie de justicia improvisada que complementa Captifs como una propuesta sólida ajena a modas, que ofrecía un camino imperturbable para lo que se tenía que convertir Yann Gozlan con su posterior El hombre perfecto y la reciente Black Box, títulos donde el miedo viene aferrado al hombre y su forma de actuar, sin necesidad de aferrarse a la tortura física, pues lo recovecos de la mente siempre son los más complejos e inspiradores.

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