La alternativa | Samurai Saga (Hiroshi Inagaki)

Las adaptaciones cinematográficas actualizadas de obras literarias aparecen constantemente en plataformas o salas de cine. Algo que ocurre desde que el propio medio existía en sus formas más primitivas. Recientemente se estrenó el filme de Joe Wright, Cyrano (2021), que adapta el musical de 2018 de Erica Schmidt basado en la obra de teatro Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand. Una obra que ha sido llevada al cine en innumerables ocasiones de forma directa o más libremente. Como ocurre con Macbeth de William Shakespeare, de la que nos llegaba hace poco su última versión por parte de Joel Coen, The Tragedy of Macbeth (2021). Estas dos obras comparten algo que a priori resulta exótico: ambas tuvieron adaptaciones niponas que trasladan su acción al Japón feudal. Primero Shakespeare con Trono de sangre (Akira Kurosawa, 1957) y después Rostand en Samurai Saga (Hiroshi Inagaki, 1959). Cintas producidas por la mítica Toho en su momento de esplendor internacional y protagonizadas por Toshiro Mifune. Esta última, la que es objeto de este texto, ambientada al final de los turbulentos tiempos de guerra civil y conflicto social que dieron pie al inicio de la era Tokugawa a principios del siglo XVII.

Lo extraño que pueda encontrarse con una reimaginación de una obra occidental —tan arraigada e influyente en nuestra cultura popular— trasladada a los códigos del género de las películas de samuráis (chambara) desaparece en cuanto se reconocen a los personajes, las situaciones y los temas que emergen del relato. Komaki (Mifune) es un poeta guerrero enamorado en secreto de la bella Lady Ochii (Yoko Tsukasa). Ella está interesada en el apuesto Jurota (Akira Takarada), que la corresponde pero no posee las dotes expresivas o intelectuales para conquistar su amor. El triángulo amoroso se desarrolla con el telón de fondo del conflicto entre shogunatos, mezclando humor, luchas con espadas, la tragedia del amor no correspondido y la amistad traicionada. El formato anamórfico permite aprovechar con una cuidadosa composición tanto la arquitectura de interiores en planos completos como los exteriores, donde los enfrentamientos de Komaki contra varias decenas de guerreros siempre se resuelven a su favor. La escena de la obra de teatro interrumpida por Komaki se configura a modo de breve tratado sobre la representación de las luchas de samuráis dentro de la cinta, con planos generales fijos sobre el escenario en el que se satiriza el enfrentamiento y sus presuntos valores, mientras la personalidad, el corazón y la habilidad con las palabras del protagonista se traduce también en su destreza durante el lance y el entusiasmo del público.

La única batalla que no gana es aquella que tiene miedo a afrontar. ¿Cómo puede la princesa Chiyo amarle con su enorme nariz y su aspecto poco agraciado? Su ayuda con el idioma y habilidad para el romance —memorizando sus frases, redactando cartas o cortejándola debajo de su ventana mientras recibe sus líneas— hace que Jurota asuma su derrota finalmente. Al usar la voz de otro ha perdido el amor de la princesa en favor de quien explicita honestamente lo que siente, más allá de las apariencias. Son estas últimas las que marcan además el declive de la princesa, que acaba recluida en un convento al no aceptar a un insistente pretendiente de la nobleza. Pero también lo que determina el final trágico de Komaki, que es engañado por quien cree conserva todavía algo de honor como para restituir su falta de lealtad en el pasado. Un engaño que alcanza al protagonista, que mediatiza su relación con Lady Ochii guardando en secreto su amor hasta el último momento, cuando repite de memoria las palabras prestadas a su compañero para despedirse de ella ante su inminente muerte. Unas palabras que ahora se resignifican sin miedo a la luz de la misma luna bajo la que declaró su amor años atrás. El valor, la pasión y la entrega se muestran como principios irrenunciables, sobre los que Hiroshi Inagaki erige en Samurai Saga un romance de escala épica, que trasciende el tiempo y la muerte.

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