Coma (Bertrand Bonello)

De entre todos los agitadores del actual paisaje cinematográfico —muchos de los cuales son franceses—, Bonello es quizás uno de los que más se esfuerzo han dedicado estos últimos años en comprender a la generación ‹centennial›, ese grupo de jóvenes nacidos en los albores del nuevo siglo aplastados por la demoledora sociedad de la hiperconexión digital y la hipervigilancia. Una de estas adolescentes es la propia hija del cineasta, Anna, a quien ya dedicó su excelente crónica del desasosiego Nocturama (2014) y a quien dirige sus palabras en el prólogo y epílogo de Coma.

De hecho, no parece (no es) nada casual que Bonello haga dialogar ambos films —los primeros fotogramas de Coma son un muy breve fragmento reciclado del cierre de Nocturama—: su razón de ser responde a la desesperación vital de toda una generación que, al desconcierto característico de su edad, debe sumarle una agenda marcada por la precariedad laboral, la urgencia climática y la crisis pandémica. En ese contexto, vital y sociológico, debe resistir la protagonista del último largometraje de Bonello, una adolescente (fantástica Louise Labeque, protagonista también del anterior film de Bonello, el injustamente maltratado Zombi Child) sumida en el hastío enclaustrado y en el vacío existencial que nos azotó a todos durante el confinamiento sanitario.

Coma hace referencia a ese estado de aturdimiento colectivo que generó el virus de la Covid-19 (únicamente este escenario es el que da sentido al film, como ya ocurría en una de las mejores películas de 2022, Diarios de Otsoga). También bebe del nombre de Patricia Coma, ‹influencer› de pacotilla y líder espiritual de muchos jóvenes que consumen su “contenido” de forma aparentemente acrítica y despreocupada. Como contrapunto humorístico, las apariciones de Patricia despiertan poco interés (digamos que no es ese el fuerte de Bonello, que opta aquí por la brocha gorda); pero adquieren un cariz terrorífico cuando el cineasta las combina con las actitudes y los sueños de sus protagonistas.

Es precisamente en la creación de esos sueños (la película alterna, como en nuestra vida, los días y noches de la protagonista) donde el humilde proyecto del director francés alza el vuelo. En una de sus múltiples y valiosas aportaciones, el filósofo Gilles Deleuze invocaba la filmografía de Minnelli para explicar el acto creativo y las ideas-sueño. Venía a indicar algo así como que el sueño de la gente es siempre un sueño devorador, y que con el hecho de que los “otros” sueñen corremos un destino muy peligroso: el de ser devorados. Algo así, sin querer desvelar nada importante de la trama (aunque este caso es lo de menor importancia), ocurre en ese no-espacio ideado por Bonello para poner en imágenes las fases de sueño de su protagonista.

A fin de cuentas, Coma comparte con el resto de obras de Bonello una irregularidad a tramos fascinante y en otros irritante. En opinión de un servidor no le ha salido tan redonda la jugada como en otras ocasiones, pero es posiblemente el proyecto de Bonello en el que el cineasta se toma menos en serio y decide experimentar con formatos y formas alternas. Como apuntábamos al principio, el nizardo se preocupa por los jóvenes (por su hija) e intenta adaptarse a su lenguaje y comprender el funcionamiento de la fugacidad y la inmediatez digitales. Todo su andamiaje formal se entronca bajo ese propósito. Y, si bien su película-gesto satisface más en los detalles esporádicos que en su conjunto, un nuevo Bonello supone siempre una excelente noticia para aquellos que busquen un cine alborotador y corrosivo.

Podéis ver Coma en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/coma

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