Zombi Child (Bertrand Bonello)

Después de Nocturama, era muy difícil que Bonello mantuviera el mismo nivel. O al menos en el imaginario del espectador así era. Es por tanto difícil afrontar Zombi Child con semejante (bajón de) expectativa. De hecho es un condicionante apriorístico que dificulta en grado sumo la apreciación serena del film.

Si algo hay cierto en todo ello, sin embargo, es que estamos ante una obra muy diferente a lo que Bonello nos tiene acostumbrados. La firma del autor se hace patente, cierto, esencialmente en lo que se refiere a composición de planos y construcción de intimidad grupal adornada implacablemente por composiciones musicales, tan aparentemente desubicadas como sorprendentemente certeras.

Pero ¿qué es lo que Bonello nos ofrece en su nuevo film? Bajo la apariencia de un díptico crítico sobre la zombificación literal y sus resonancias metafóricas en la Francia actual subyace un estudio tan sutil como milimetrado al respecto de la fascinación del ser humano por sus objetos de deseo, muy a menudo identificados tanto con lo desconocido como a la idealización en el imaginario de aquello que vemos y no podemos poseer.

En este sentido la mirada sobre el (los) cuerpo(s) se hace patente en las rutinas del trabajo esclavo del zombi haitiano pero también en el deporte o en las duchas de un internado femenino. Una mirada que, sin estar exenta de cierto erotismo, se recrea en su repetición y rutina, en las similitudes entre el esclavismo de la mente y el de la sumisión a la ideología bajo el epígrafe de cierto valores libertarios.

En este sentido no es que Bonello se posicione a favor de la zombificación pero sí subraya su mayor honestidad perversa en cuanto a su condición malvada por motivos económicos frente a la falsa patina libertaria de los valores republicanos franceses. Un enfrentamiento que dibuja a través de una explicación directa del proceso haitiano frente al hipócrita debate sobre la libertad que tiene lugar en un lugar donde en su nombre se anula la voluntad, el pensamiento y la libre elección ideológica.

Todo ello conforma un corpus descriptivo que sirve como motor para llegar a las cuestión central de Zombi Child que no es otra que la búsqueda de la salida a dicho estado de cosas.

Bonello plantea diversos puntos de fuga al respecto. Por un lado la recuperación del libre albedrío y la huida solitaria enfrente de la masa zombificada, por otro la búsqueda de la solidaridad grupal vía expiación de la individualidad propia. Frente a estos dos caminos, ambos resueltos a través de dos escenas de bellísima expiación, encontramos como la espiritualidad como solución desesperada puede ofrecer un resultado opuesto al deseado.

Y sí, quizás el problema con Zombi Child es que todo ello se plasma de forma más intelectual e intuitiva que plástica y sensorial. Es decir, que la sensación final que deja el último film de Bonello es de una cierta incomprensión e incluso planicie emocional. Sin embargo, esto que puede parecer negativo acaba por convertirse en su mayor baza al constatar que Zombi Child deja espacio para la reflexión, la intepretación de sus imágenes, la contextualización de ideas. Un film que, día tras día, no deja de crecer.

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