Sarah Winchester (Bertrand Bonello)

Los límites de Bertrand Bonello.

Una bailarina nace o se hace.
Una bailarina se mueve con expresión concreta.
Una bailarina se somete a las directrices de la repetición.
Un bailarina se funde hasta que el mando se le antoja al espectador como un acto puro y novedoso, tanto como para llamarlo inspirador.
Una bailarina es una persona que rellena sus zapatillas de algodones para envolver unos pies cuyos callos y deformidades los han transformado en inmunes.
Una bailarina tiene dudas, temores, gastos de Seguridad Social.

Sarah Winchester fue bailarina, es lo único que quería contarnos Bertrand Bonello.

Bonello es un experto experimentador y un cortometraje es el medio más idóneo para conseguir esos resultados personales y extremos. Con Sarah Winchester juega con todos los recursos que el escenario escogido le aporta para expresar un mismo concepto a distintos niveles.

La historia que se esconde tras Sarah da para realizar un drama victoriano, una película de terror psicológico, una novela con varios tomos llenos de florituras y oscuridad [1]. Pero Bonello, alejado de todo esto, implementa los datos históricos a distintas artes escénicas para obtener el mismo resultado: conocer a la joven bailarina, a la gran dama, a la anciana perturbada.

Son muchas las capas que conforman este drama antagonista, el baile contemporáneo, los sobrecogedores cantos de un coro, la música electrónica… todo revestido por esas estructuras que crecen tras los decorados de un gran auditorio. Todos elementos válidos para significar bajo expresiones mínimas un pasaje de vida que se agazapa tras puertas que llevan al vacío.

En Sarah Winchester el relato subyace ante la expresión artística. La agitación, la duda y la muerte danzan con la bailarina y se refugian en gigantescos espacios vacíos. No hay una intención de mostrar, es el afán de construir sin intención de finalizar el que tan bien ha sabido matizar Bonello. Se podría decir que supo comprender la leyenda que crece a partir de la viuda de Winchester, el fabricante de armas, y desde ese punto, liberar a sus fantasmas para crear un posible esbozo de la melancolía y sentimentalismo que ella pudo sentir a lo largo de su compleja vida. El mismo Bertrand Bonello queda reflejado en el director de esa obra que no contempla un fin, uno que se pregunta a sí mismo si es capaz de mostrar la sensación, si la abstracción del sentir puede tener un significado ante la repetición, frente a un público. ¿Somos capaces?

Pregunta la anécdota a la liberación. Intenta enfatizar la bailarina con sus gestos.

[1] Tiempo después de ver el corto descubrí que desde Australia llegará el film de terror Winchester: The House that Ghosts Built. Y sin duda es lo que merece la casa y el complicado sistema de expiación de Winchester. Pero el homenaje a Sarah no se lo quita nadie a este realizador.

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