Nebraska (Alexander Payne)

Nebraska

Bajo su apariencia de atípica road movie, Alexander Payne nos trae un alabanza triste y amarga sobre el anti-héroe americano perdido en ninguna parte, sin gloria que vender y los sueños marchitos que intenta, entre trago y trago, ser lo que nunca pudo ser.

El libreto escrito por Bob Nelson y Phil Johnston es esplendoroso y arroja dignidad sobre un borracho, mal padre y peor marido que sobrevive a duras penas en un rincón olvidado de Montana que regresa a su pueblo natal en algún lugar de la árida Nebraska. Convencido de haber ganado un premio de un millón de dólares que a todas luces es un timo, el viejo Woody Grant, interpretado con mucha soltura por el eterno secundario de serie B, Bruce Dern (el padre de la diosa Laura Dern), emprende un camino para reclamar su botín acompañado de su hijo menor que irá descubriendo muchas capas ocultas de su progenitor a lo largo del camino.

En apenas unos minutos el viaje queda (aparentemente) finiquitado, y ambos dan a parar con sus huesos en el pueblucho de mala muerte donde nació Woody, en el que se reencuentra con un pasado silencioso y lleno de ecos que perduran en la actualidad y que el hijo no podía llegar a imaginar en una figura paterna taciturna, malhumorada, parca en palabras y más ebria que sobria la mayor parte del tiempo. Puede que el viaje físico no tenga mucho más recorrido, pero como en toda buena road movie, género al que pertenece la película, lo importante es el viaje interno y los encuentros con los personajes que entre pequeños detalles enterrados por los años, hacen que el hijo comience a mirar a su padre con otros ojos.

Nebraska

El juego entre drama y la comedia seca es enormemente eficaz partiendo del cariño que se logra transmitir por todos los personajes. Porque en definitiva, la cinta es un homenaje a esa “basura blanca del desierto” que aparentemente no ha hecho gran cosa con su vida a parte de beber en un bar, consumir televisión mientras le engorda el culo y tener que ir a alguna guerra lejana y olvidada. Una oda llena de dignidad para esos hombres y mujeres que son, aparentemente otra vez, nadie.

Porque a eso podemos reducir la motivación del viejo cascarrabias y bueno para nada, de nuestro Woody; ser alguien. Y su sueño puede alcanzarse cuando todo el pueblo que le vio nacer cree que realmente tienen un millonario entre ellos que va a recoger su premio. ¿Qué quiere hacer con ese millón de dólares? Comprarse un coche que no puede conducir al tener caducada la licencia y un máquina que le robaron hace décadas que tampoco podría usar. Es una excusa. Sólo quiere gritar en silencio que él es alguien y que los que lo rodean asientan avergonzados por no haberlo descubierto antes.

Y llegados a este punto, sólo queda alabar hasta la saciedad el tacto y cariño que la cámara del cineasta Payne logra capturar en el duro rostro de Bruce Dern, que gracias a los mínimos detalles que nos aportan los secundarios lo vamos descubriendo a la par que su hijo como algo más que un borracho malhablado. Tiene un pasado, una vida, llena de detalles como cualquier otra. Un buen hombre, un capullo, depende de la situación y como lo mires. Un perdedor, tal vez, pero llena de dignidad, tanto él como todo esos “paletos” que se nos habían mostrado insistentemente con burla y hasta saña para comprender al final, que hay más cariño por esa simple gente de lo que pudiera parecer de inicio.

Nebraska

Una glorificación a la gente simple que sencillamente vive su vida lo mejor que puede, sin hacer ruido. Por momentos la ternura nos arrastra en un torbellino de emociones que casi logran la lágrima. Uno acaba bastante tocado sabiendo que todo es una mentira, un sueño imposible de cumplir. No habrá redención, ni gloria, ni sonrisas eternas.

Y es entonces cuando los culpables de esta película se sacan de la manga una escena tan sencilla y simple que asusta, pero bien llevada, que acaba dignificando y cerrando el círculo entre padre e hijo. Una escena que un servidor tardará tiempo en olvidar.

Nebraska acaba siendo un estado mental, como Joel Fleischman escribía en esa postal desde Nueva York a Maggie en la eterna Doctor en Alaska.

Un lugar de simple buenas personas que se merecen todo nuestra admiración. Por vivir sus vidas lo mejor posible.

Nebraska

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