Mañana (Cyril Dion, Mélanie Laurent)

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Empezaré el análisis de este documental, a cargo de los actores Mélanie Laurent y Cyril Dion, de una forma muy poco ortodoxa, pero que prácticamente es exigida por la pieza que nos ocupa. Se trata de expresar mi profunda convicción de que Mañana es una película de visionado obligado para cualquiera que desee no vivir en la inopia y que, además, debería proyectarse en colegios, institutos y centros educativos en general. Y todo ello con independencia de las virtudes artísticas o fílmicas que pueda tener —o no— la obra.

Una afirmación tan categórica proviene, por supuesto, de la intencionalidad de la propuesta, que no es otra que exponer, de forma clara y amena (quizá demasiado), un nuevo modelo de mundo más equitativo, sostenible y racional. De esta manera, la narración se abre con un contundente mazazo para el espectador: la declaración de dos reputados científicos acerca de que en unas dos décadas, si el cambio climático sigue a este ritmo, nuestro mundo se colapsará. Este desolador punto de partida sirve a Laurent y Dion para indagar sobre aquello que debe ser cambiado en nuestro sistema globalizado si queremos evitar, en última instancia, nuestra propia extinción.

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Cinco son los ejes en torno a los que gira su análisis: el primero, la producción de alimento para una población paulatinamente mayor; el segundo, la búsqueda de alternativas energéticas a los perniciosos, y cada vez más escasos, combustibles fósiles; el tercero, la creación de un sistema económico que, a diferencia del actual, no se base en la perpetua deuda con los bancos ni el consumo desaforado; el cuarto, la reinvención de la democracia, que a la práctica se ha convertido en el poder de la oligarquía de las grandes corporaciones y no del pueblo; y, finalmente, el quinto, el fomento de una educación de calidad que propicie ciudadanos útiles, cultos y solidarios.

En este sentido, el gran mérito del filme radica en su capacidad para evitar las especulaciones abstractas y, sobre todo, el pesimismo. Y ello lo logra captando con su cámara las diferentes alternativas al modelo socioeconómico capitalista presente que, en todo el mundo (Islandia, la India, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, etc.), ya se están llevando a cabo, y encima con éxito, desde hace varios años. Un poco lo que hacía, al nivel mucho más reducido de una fábrica argentina —quizá, por eso mismo, con resultados más redondos—, La toma (2004), dirigida y escrita por el famoso matrimonio de activistas Avi Lewis y Naomi Klein.

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A la pregunta, por tanto, de si otro mundo es posible, Mañana responde con un rotundo “sí”, porque sus argumentos son las actividades reales que están realizando, de forma ajena a las altas instancias de los poderes fácticos, personas humildes pero inquietas, responsables y cívicas. La permacultura, los huertos urbanos, la energía geotérmica o eólica, el empleo de monedas locales, la formación de asambleas populares donde todo se decide en común, empresas ecosostenibles que no buscan ni el incremento continuo de su actividad ni de sus ingresos, aulas con un número reducido de niños y dos profesores que imparten una enseñanza en contenidos y en valores altruistas… Todo ello queda recogido de forma gráfica a lo largo del metraje, poniendo en evidencia, a la postre, que la globalización es la responsable de fondo del abismo hacia el cual nos dirigimos, ya que no concibe la Tierra como el complejo microcosmos que es, sino como un tesoro inmenso y uniforme a explotar.

De hecho, lo mismo sucede con la propia humanidad: que exista una «koiné» común e Internet no implica imponer costumbres ni modelos de vida, mientras que centralizar el poder solo lleva a un desconocimiento gradual de los intereses del ciudadano de a pie.

Según lo expuesto, por tanto, Mañana es una imprescindible película de carácter divulgativo, destinada tanto a aquellos que siguen sin saber en qué mundo viven como a los que, precisamente por saberlo, han caído en la apatía y el nihilismo. De ahí que si la cinta tenga un cierto tufillo «new age», propiciado sobre todo por una opción estilística vinculada al cine independiente norteamericano, se trate de una peccata minuta, además comprensible dado su carácter didáctico. Lo que, sin embargo, se echa en falta, son las opiniones contrarias —ni que sea de pasada y para desacreditarlas— a lo que se nos muestra como tautologías irrefutables. Algo, por desgracia, muy común en las obras de tesis para el gran público, como lo prueba la filmografía de Fernando E. “Pino” Solanas. Ello no es óbice, empero, para que reitere mi recomendación de ver y difundir, no solo Mañana, sino cualquier otro documental que pretenda sacudir la pasividad de la audiencia. Porque, hoy más que nunca, filmes así son necesarios.

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