Nuestras derrotas (Jean-Gabriel Périot)

Nos défaites es un triste historia. Y lo es por partida doble: Por un lado está el aparato formal, lo que pretende y lo que consigue. Por otro el contenido, bienintencionado, seguro, pero cuyos resultados son descorazonadores, y posiblemente alejados de lo esperado por Jean-Gabriel Périot.

No nos cabe duda que el director buscaba no solo sentir el pulso de la juventud al respecto de la política y concretamente de los movimientos de izquierda sino que, dada la unidireccionalidad acrítica de su film (manifiesto), quería exhibir músculo marxista. Ya saben aquello de «niños, niños, futuro, futuro» aplicado a la teoría de la revolución de las masas.

Las respuestas obtenidas, sin embargo ofrecen un panorama desolador al respecto de una juventud incapaz de profundizar en las problemáticas sociales que les rodean. Cierto es que por momentos uno puede sentir incluso ternura ante el desconocimiento o lo naïf de algunos postulados, pero la impresión general es de estupor y, al mismo tiempo, de verdad revelada. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pues viendo lo que opina la generación futura uno se puede hacer a la idea del estado (pésimo) de las cosas. Ya no se trata tanto de que se plasmen ideas unívocamente “izquierdosas”, es el hecho de que el razonamiento lógico y la capacidad de extraer conclusiones del material ofrecido brillan por su ausencia.

Pero, ¿cómo llegar a captar dichas opiniones? Périot orquestra un dispositivo que juega con la metaficción, poniendo a sus entrevistados en situaciones revolucionarias, lanzando discursos o debatiendo sobre condiciones laborales, huelgas, etc. Posteriormente los “actores” salen del personaje y ofrecen su visión de lo interpretado. Un juego que con sus metarrealidades y cambios de tono estético quiere, en cierto modo, rememorar una suerte de film político en la línea del Godard más reivindicativo.

No obstante, el film se encalla en iteraciones discursivas y repeticiones de preguntas que, más que ofrecer diferentes puntos de vista, parecen buscar desesperadamente la respuesta correcta. En este sentido todo acaba por tener un aire demasiado infantil, como si en lugar de buscar una respiración didáctica libre el director acabara por guiar intencionadamente a sus alumnos hacia su zona de confort. Se echa de menos pues, aquella incomodidad “Godardiana”, siendo sustituida por una atmósfera “Jonasista” muy similar a la que Trueba ofreció en Quién lo impide: Tú también lo has vivido.

En el fondo estamos ante un film cuyo título es lo más certero del análisis; una colección de derrotas que van desde la ideología hasta la educación, pasando por la esperanza en el futuro y, por qué no decirlo, también en la incapacidad de empastar un producto más vivaz y mordaz, quedándose a las puertas de ello. Un documento que, al final, lejos de ser el manifiesto reivindicativo que podría ser (aún en negativo) acaba por convertirse en un anecdotario, en un pie de página que convierte el discurso en una especie de extra de DVD. Como si estuviéramos en la versión francesa de un Al salir de clase con ínfulas de trascendencia.

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