El fin de Eichmann (Jake Paltrow)

Adolf Eichmann, funcionario del régimen nazi, fue secuestrado en 1960 por agentes del Mosad (los servicios secretos israelíes) en Argentina (a donde había huido tras el fin de la II Guerra Mundial) y trasladado a Israel para ser juzgado por crímenes de guerra y contra la humanidad. Fue declarado culpable, condenado a muerte y ahorcado en junio de 1962. El juicio de Eichmann fue un acontecimiento mundial que, en cierta manera, transformaría la visión del Holocausto y que influyó de forma poderosa en la conciencia, no solo de la joven nación de Israel sobre lo sucedido, sino también en el resto del mundo.

Es en este ámbito en el que se mueve El fin de Eichmann (June Zero, 2022), encuadrada en la sección Memoria Histórica del Atlántida Mallorca Film Fest de este año. Un film que, a diferencia de otras obras, no pretende tanto trasladarnos un análisis pormenorizado de la figura de Eichmann (al que apenas se nos muestra) o del seguimiento del juicio contra él, como mostrarnos su peso sociológico, su influencia en la sociedad de la época y concretamente en Israel.

A través de tres personajes, en cierta manera interrelacionados, y de su mirada personal de los acontecimientos, asistimos a un relato personal, pero también social, de este hecho tan excepcional. Así, por un lado, tenemos la visión de un chaval, ajeno por edad a las barbaries sucedidas pocos años antes y recién llegado a Israel, que trabaja rodeado de adultos, en la construcción de un horno crematorio en el que será incinerado el cadáver de Eichmann una vez ejecutado. Por otro lado, las peripecias del carcelero de Eichmann y la vigilancia, a veces extrema, que ejerce sobre su prisionero. Y, por último, la historia de un oficial judío que sufrió la represión nazi en un campo de concentración y que ahora narra su experiencia.

El realizador de la película, el norteamericano Jake Paltrow (hermano de la actriz Gwyneth Paltrow) más conocido por la dirección de algunos episodios de series como Boardwalk Empire y Halt and Catch Fire que por su carrera cinematográfica (en la que apenas figuran dos films de ficción), pretende mostrarnos una especie de toma de temperatura de un estado de ánimo, de la situación, el contexto y las heridas, que a una sociedad nueva trae el necesario ajuste de cuentas y el retorno del recuerdo de lo más terrible de la historia de un pueblo. Además, lo hace con una buena ambientación y en un tono hiperrealista, con una fotografía (a cargo de Yaron Scharf) que acertadamente busca más la estética e inmediatez casi documental que el estilismo preciosista de la gran pantalla.

Pero si bien la intención y la idea de raíz es buena y el planteamiento original en cuanto a la forma de acercarse a este hecho histórico, creo que la película, aunque tiene momentos interesantes, no consigue obtener un tono homogéneo, lo que sin duda dificulta que un espectador, como ha sido mi caso, conecte, o menos aún, pueda emocionarse, ante algunas de las situaciones que se nos muestran.

La parte del chico, para mí sin duda la mejor, tiene buenos momentos, hay mucha verdad en ella, pero acaba derivando más por un relato de costumbrismo picaresco que no emparenta con el núcleo de la historia, quedando muy desligada del eje de interés. La parte del carcelero, la única en que vemos a Eichmann (eso sí, siempre de espaldas) se mueve entre el celo laboral enfermizo, y algunos toques de thriller y surrealismo, de un funcionario de prisiones obsesivo y poco racional. Aquí creo que hubiera sido mejor ahondar más en la relación humana entre el carcelero y su prisionero, que apenas se nos muestra, más que de soslayo. Por último, un oficial de policía cuyo testimonio en un campo nazi no estremece como debiera y cuyo único interés (más filosófico que cinematográfico) es el debate respecto a si el pueblo judío debe mirar adelante y en cierta forma olvidar el pasado o volver al mismo en forma de reivindicación y denuncia permanente.

Al final, la historia va de más a menos y concluye en un último acto mal resuelto y afectado en exceso, carente de la emoción debida, y que nos transmite más un sabor de oportunidad perdida ante una buena idea, que de satisfacción por un buen resultado. Película interesante, sí, algo fallida, también.

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