Dragonslayer (Tristan Patterson)

Dragonslayer

Unos rabiosos y enérgicos acordes, la piscina de una casa abandonada vacía acogiendo los trucos de un skater y un anárquico ritual de movimientos. Podría ser lo nuevo de Larry Clark, pero el cine de Tristan Patterson se sitúa en una órbita bien distinta, que tan pronto nos coloca en un primigenio prisma a través del cual resaltar la pureza de un universo que funciona como punto de atracción entorno al día a día de nuestro protagonista, como se dirige a una narrativa instigada por el cine de uno de esos grandes retratistas de la adolescencia como Gus Van Sant.

Pero en Dragonslayer, aunque las formas (ya no solo a nivel formal, sino incluso conceptual) nos acercan y retrotraen en no pocas ocasiones al cine del autor de Elephant, a lo que asistimos no es a una declaración sobre los desencuentros y pérdidas de esa generación, sino a un retrato tan transparente como escurridizo de algo que, más que un hobbie o una pasión, es un modo de vida. En ese sentido, quizá resulte complicado entender el skateboarding como tal desde una perspectiva como la nuestra, o mejor dicho, la de aquellos que entienden esa práctica como una de tantos otras y no conciben que tras ella exista un mundo, unos códigos y una forma de entender algo que va más allá de lo personal.

Dragonslayer

Uno de los testimonios de Dragonslayer, el del tatuador al que acude Josh ‘Skreech’ Sandoval, es con toda probabilidad el que mejor define esa línea entre ser un skater y vivir para ello, anteponiendo ideas que sitúan una línea divisoria entre la auténtica devoción y la concepción de algo simplemente colindante, entendido como un complemento dentro de lo que supone tener una vida personal y familiar propia. Dos conceptos esos que, precisamente, el eje del debut de Patterson no comprende más que a la inversa, como una extensión de lo que ese apego al skate implica para una figura que se mueve igual que el film de Patterson: de modo anárquico en ocasiones y sin ningún tipo de atadura.

Dividida en 10 episodios, la introducción que Patterson brinda en el “entorno”de ‘Skreech’ Sandoval no es más que una propia declaración de intenciones tanto por parte del cineasta como del protagonista. La fugaz llegada al hogar, el tenue con quien supuestamente es su pareja y el desapego a un hogar que no volverá a pisar en todo el documental empiezan dando forma a la rutina de un tipo de lo más peculiar al que pronto descubriremos como una suerte de nómada del s. XXI, separado de la madre de su hijo y tomando o dejando relaciones esporádicas que parecen ser una constante en la vida de Sandoval.

Dragonslayer

Es ese, de hecho, uno de los puntos más interesantes de Dragonslayer, la visión de Sandoval como poco más que un fantasma acogido por la propia condición que le ha otorgado una condición que acepta o rechaza del mismo modo que deja atrás a sus amigos y relaciones, con una despreocupación que señala su desapego constante, no tanto por la personalidad del protagonista, sino por lo efímero de un periplo que él mismo creía resquebrajado mucho antes. Incluso él afirma que un día creyó en una muerte prematura, la misma que siguen sus relaciones (incluso familiares) y que únicamente parecen persistir en el extraño encariñamiento de su nueva novia.

Así, ese vínculo que atrae a Sandoval se traslada casi imperceptiblemente a aquellos que le rodean y, esté o no esté, sabe que a su vuelta nunca encontrará un vacío que nunca ha esperado llenar. Esa etérea figura que conforma la presencia de un tipo tan particular como imprevisible se comporta como una de las bazas que Patterson emplea para dotar a su documental de un voluble comportamiento que lo aleja de los típicos ejercicios enmarcados en el formato y, de ese modo, se siente libre para buscar en ocasiones nuevos horizontes que el singular universo descrito en Dragonslayer permite abarcar y que, ya sea por extensión o por capacidad de renovación, el cineasta debutante consigue trasladar a la pantalla en una «rara avis» que ni aburrirá a quienes sientan desapego por el skate, ni apasionará a sus acérrimos, más bien sorprenderá a quienes se atrevan a acercarse a una pieza tan única como imperdible.

Dragonslayer

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