Diamantino (Gabriel Abrantes, Daniel Schmidt)

La duda ofende cuando se cuestiona cuál es el mejor futbolista sobre la Tierra, porque si algún jugador se debe llevar ese título, no es otro que Diamantino Matamouros. Portugués de nacimiento, universal de fama y eterno en vida. Ya tiene un gatito negro, ve algunos cachorros gigantes en el campo de fútbol y ahora quiere un niño refugiado para ser su padre adoptivo. Pero Sonia y Natasha —sus malvadas hermanas gemelas— verán peligrar el carísimo tren de vida que llevan gracias al benjamín de la familia. ¿Lograrán todos los implicados sus planes? ¿Comerán perdices?

Después de haber rodado juntos un corto y el mediometraje Palácios de Pena, los directores, guionistas, así como colaboradores en el montaje, Gabriel Abrantes y Daniel Schmidt, debutan en el largo con Diamantino, una obra que ha circulado por Cannes y Sitges en 2018. Mientras que allá en Francia logró algún galardón durante la semana de la crítica, su resultado por el resto del circuito de festivales fue más estéril. Las razones de los jurados son datos que desconozco habitualmente, pero en un panorama de comedia extraña que se produce en distintos puntos del planeta, esta película podría encontrar un hueco entre las de otros directores como Jared Hess o Wes Anderson, por tratar de ver un nicho de mercado parecido. Aunque fuera de una narración independiente norteamericana como la de aquellos, los cineastas portugueses consiguen una cinta de humor luso que no renuncia a ser inteligible de manera global.

Con la excusa del fútbol como contexto o mcguffin —según se quiera remarcar— los artífices de Diamantino atacan grandes temas como el exilio forzado, el nacionalismo contra la Unión Europea, la inmadurez social o el culto pagano a los ídolos del fútbol u otras esferas. Todos los argumentos juntos, sin necesidad de anestesia y, mucho menos, de complejos o prejuicios. Por medio de un ritmo ligero que no aburre ni apasiona, pero mantiene los sentidos atentos a la pantalla. Sus bazas principales son una dirección a cuatro manos que suaviza el tono bizarro de la propuesta, mediante una contención formal para mitigar un guión que podría disparar las situaciones hasta el delirio. De ahí proviene la conexión —por el tono comedido en sus resultados— con los otros directores de origen yanqui citados antes. A pesar de mezclar la ciencia ficción, el terror o el drama, salteados con subgéneros tales como la política ficción, el espionaje o situaciones polémicas en ocasiones, ya sean el incesto o la transexualidad. Unificando el producto moldeado por la forma de un cuento clásico al que ayuda la narración en off —torpe y justificada por el personaje— del propio Diamantino. Los paralelismos evidentes entre un hada que podría ser el padre del protagonista, al igual que las brujas o madrastras que representan sus hermanas, sin titubeos en su carácter casi psicopático. O el mismo delantero aniñado que aparece como la princesa en apuros, habitual en esas fábulas de origen folclórico y resoluciones mágicas. La estructura y el tiempo se parecen demasiado a esas narraciones clásicas pero funcionan de maravilla para darle un sentido trascendental al desvarío que se aprecia bajo la creación del libreto.

Con esas limitaciones expresivas no resulta raro ver escenas introspectivas como la visión de cachorros pequineses gigantes, en un estadio que parece alfombrado con algodón de azúcar. Son imágenes infantiles, acordes a la psicología del deportista. El mayor acierto por parte del actor Carloto Cotta es asimilar cierta gestualidad de los famosos CR7, Messi y puede que alguno más, más el corte de pelo, accesorios y marketing que los caracteriza. Pero compone un carácter que funciona como caja de resonancia para esas estrellas del rock deportivo, sin dejar de ser un rol que funciona como personaje de ficción autónomo. Ayudado por el antagonismo de las actrices —y gemelas— Natalia y Margarida Moreira, escalofriantes en su registro, más propio del suspense o terror puro. Un contraste que se equilibra en la comedia ligera del título.

Diamantino es un largo reivindicable dentro del cine comercial minoritario que supone un riesgo por tomar como modelo a un jugador reconocido en todo el globo. Aun así, la baza del fútbol para conseguir un público amplio no funciona como reclamo, de la misma manera que tampoco lo hace ese deporte de masas en el cine, por norma general. La película tiene algunos planos memorables, el humor suficiente para lograr comicidad sin histrionismo. Y, tal vez se haya producido con un presupuesto menor que lo que gana en un solo día cualquier estrella futbolística de las evocadas.

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