Raiva (Sérgio Tréfaut)

A la finalización del visionado de Raiva dos son las cuestiones que, inmediatamente, nos asaltan en forma de respuesta emocional y de pregunta cinematográfica. En primer lugar está la conmoción, la gestión (y digestión) del despliegue de parquedad, violencia y crueldad que destila en segundo lugar surge la cuestión genérica. ¿Es un drama social, un western o un noir? Aunque quizás, esta pregunta no es más que la excusa para reflexionar sobre las herramientas genéricas usadas para llevar el relato a caminos tan adustos como salvajes.

Es evidente que, y relacionado con la cuestión genérica, el film se mueve entre el paisajismo rural devastado de un western, una trama de descenso a los infiernos propia del noir y un comentario que inmediatamente nos posiciona dentro del terreno de la crítica social. Todo ello bañado en negros contrastados en la oscuridad, y un sepia a pagado diurno que sirve para proyectar tanto la psique de sus protagonistas, como la idea de que en dictaduras como la de Salazar en Portugal el mundo pierde todo su colorido y adquiera tonalidades miserables.

Sérgio Tréfaut articula una estructura fílmica donde la violencia, y la ausencia de motivos para ella, sientan las bases para la congoja y la tensión propia de no entender exactamente que está sucediendo. Los motivos se van desgranando a posteriori en forma de largo flashback, a la manera de Retorno al pasado de Tourneur, dando paso no solo a la comprensión, sino a un posicionamiento político de denuncia que no funciona tanto por largos discursos, sino dejando que los hechos hablen por si solos.

No estamos, sin embargo, ante un film maniqueo en cuanto a descripción de los personajes. En Raiva la miseria no es algo que se refiera a lo meramente económico sino también a las relaciones interpersonales. En este sentido Tréfaut no hace distinciones de clase: por un lado el poder es brutal y es ejercido tal cual por el mero hecho de tenerlo. Por el otro lado no hay un retrato de victimización del oprimido, sino un detallado análisis de como la miseria y el abuso acaban embruteciendo a sus receptores creando, a diestro y siniestro, un panorama de amoralidad campante, un mundo donde la supervivencia y la ley del más fuerte son las únicas normas a seguir.

Pero no hay que llevarse a engaño, Tréfaut no juega nunca a una equidistancia hipócrita. Precisamente al tomar distancia para mostrar el ‹reductio ad bestias› se consigue poder poner el foco en determinados momentos en los motivos de unos y otros para tales comportamientos, esencialmente mostrando los rostros deshumanizados por el dolor de sus personajes, y dejar al albedrío del espectador dónde radica el origen de todo mal.

Por contexto histórico y marco rural es fácil que Raiva pudiera ser comparada no del todo inadecuadamente, con Los Santos Inocentes. Sin embargo, aun conteniendo mucho del subtexto de aquella, Raiva, como su propio título indica, es un film más furibundo, rabioso y, en cierto modo, cruel. Aquí no hay ni la poética de la ‹milana bonita›, aquí sencillamente se nos narra lo que pasaría si un personaje de un film de Ken Loach dejara de dar sermones y se liara a dar escopetazos. ¿Un film de venganza? Podría ser, aunque nos inclinamos por calificarlo como justicia pura y dura.

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