Conclusiones San Sebastián 2018: Un problema de acceso y prioridades

En los pocos años que he asistido al Festival de San Sebastián como acreditado de prensa he sido testigo de un problema constante en su organización —que en general podría decirse que funciona aparentemente con una eficiencia suficiente para sus dimensiones—. En un festival en el que el público de la ciudad es pieza fundamental para su supervivencia y relevancia, parece que en cierta medida los periodistas, críticos, blogueros, etc que van a cubrir su programación se encuentren desplazados a un segundo plano. Secciones importantes como Horizontes Latinos o Zabaltegi no cuentan con pases de prensa ni exclusivos ni mixtos (compartidos con el público, como tantos en otras secciones). De tal forma que quien quiera acceder a las proyecciones de sus películas para su cobertura debe obligatoriamente pasar cada mañana por la taquilla del festival a primera hora antes de entrar a la primera película del día, que puede ser a las 9 o a las 9:30, para obtener entradas para las sesiones de la jornada siguiente o de la misma. Las taquillas abren a las 8:30 y ese no sería un problema si no hubiera como mucho dos puestos atendiendo las peticiones, que además se suelen eternizar por diversos motivos. De tal forma que en la edición de 2018, con un aumento de los acreditados en principio ya notorio, cada mañana en esa cola se han provocado bastantes tensiones durante el Zinemaldia.

Porque no se trata lógicamente de acceder sólo a esas películas que no tienen pases para los que nos dedicamos a cubrirlo, sino que es ineludible pasar por ese casi suplicio matinal si quiere cuadrarse la agenda personal de cada uno con el mayor número de películas posibles que haya suscitado nuestro interés. Al hecho de una cola que se forma antes de la 8 de la mañana —en la que se asignan números para los turnos justo antes de abrir el servicio— se suman las simpatías que permiten a la gente no respetar el orden de llegada a la misma. Pero además se añaden prácticas permitidas por la propia organización dentro de las taquillas como dejar que entren varias personas a la vez como acompañantes a pedir entradas a pesar de no tener número. Algo que en cierto momento en los últimos días, y ante las quejas de los allí presentes a los miembros de la organización, dejó de admitirse.

En 2018 la selección de películas del festival había creado bastante expectación sobre todo el miércoles 26 de septiembre, en el que coincidían a la misma hora tres pesos pesados de Perlas con proyecciones de prensa (BlacKkKlansman  de Spike Lee, The Sisters Brothers de Jacques Audiard y Roma de Alfonso Cuarón), además de dos proyecciones de Sección Oficial (la primera de Baby de Liu Jie y la segunda de Vision de Naomi Kawase). Ese mismo día fue clave para que la crisis del modelo de acceso a los pases por parte de los acreditados de medios explotara y se vieran las exageradas limitaciones y problemas de este año para poder entrar con éxito a cualquier película y sesión siendo acreditado de prensa. Las proyecciones de Roma se realizaron en los cines Príncipe (y el último día en los Antiguo Berri, cuya distancia con el resto de salas resulta bastante menos práctica) por supuestamente motivos técnicos relacionados con el sistema de sonido presente únicamente en sus salas —mucho más pequeñas que las del Kursaal o el Principal—. Si a eso le unimos un número minúsculo de entradas reservadas para prensa el desastre se podía ya prever. Y más viendo como en los primeros días se habían liquidado rápidamente entradas para Bergman: A Year in a Life de Jane Magnusson en Zabaltegi o Street Corner de Muriel Box en su retrospectiva.

Los que pensaron en reservarse la hora de las 12 del mediodía para acceder a otra película en su proyección abierta a acreditados y obtener una entrada para el día siguiente o dos días después se encontraron con que era prácticamente imposible a no ser que hubieran llegado entre los veinte primeros acreditados de la cola. Así la tensión ese día no sólo se sentía por la urgencia habitual de obtener cuanto antes el acceso a las películas deseadas sino por saber que había pocas oportunidades de ver Roma en pantalla grande en el festival. Llegado el momento una taquillera anunció dramáticamente que ya no quedaban entradas para la película de Cuarón y ahí fue cuando un sonoro «¡Me cago en Dios!» pudo escucharse retumbar en las paredes del espacio abierto del sótano del Kursaal donde se encuentran las taquillas —algo que ya se ha convertido en un meme para recordar entre los presentes—. Ese grito quedaría en anécdota si no fuera el síntoma de un problema recurrente que se ha podido notar durante todo el Zinemaldia este año con multitud de pases de películas. Sorprende que dentro del festival no supieran que provocarían tanta expectación para los integrantes de la prensa como lo hizo Nuestro tiempo de Carlos Reygadas, por poner otro ejemplo.

De nada sirve la acertada medida que tomaron en 2017 de asignar pases rosa de prioridad a determinados acreditados para que puedan entrar más fácilmente en los cines Trueba y Principal o algunas sesiones de los Príncipe —se entiende por un criterio de buen trabajo en las coberturas e interés en sus medios—, si luego esa misma gente con preferencia en esos pases de prensa se puede quedar fácilmente sin entradas para las películas que quiere ver fuera de la programación dedicada a nosotros. Se puede hablar de una falta de previsión y de una exagerada asistencia de acreditados que permite menos flexibilidad para gestionar sus necesidades, pero también de errores a la hora de manejar los espacios y la distribución en el calendario de la selección de películas del festival. Después de una expectación importante generada por los títulos anunciados, los primeros días fueron bastante tibios en cuanto a nombres y reacciones de los films allí presentados. Luego de golpe aparecían en pocas jornadas unas cuantas películas de gran renombre, con un recibimiento crítico previo extraordinario que se sabía iban a generar un gran interés para todos. Resultad difícil creer que desde los gestores del festival no se pudiera anticipar esto y tomar medidas para no sólo mejorar la experiencia de los acreditados sino también la del público asistente, que ve concentrados en muy poco tiempo y en salas minúsculas algunas de las obras más aclamadas del certamen.

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