Armugán. El último acabador (Jo Sol)

Con Armugán. El último acabador, el director catalán Jo Sol realiza un recorrido a través de lugares recónditos del Pirineo aragonés para narrar la leyenda de un hombre que, acompañado de su ayudante Anchel, recorre los valles prestando sus servicios como acabador, un oficio que consiste en acompañar a los moribundos en sus últimos momentos de vida, ya que existe la creencia de que no se puede morir en soledad.

Pese a que Armugán no mata, y simplemente deja discurrir los acontecimientos mientras acompaña a sus clientes, su presencia en una casa tiene un efecto tan desolador y liberador como si se tratase de la misma muerte. Es un hombre taciturno, de pocas palabras y de mirada solemne, que necesita de Anchel para moverse porque no puede sostener su propio cuerpo. Anchel, más extrovertido pero igualmente solemne, se refugió en las montañas huyendo de su antiguo trabajo en la unidad de cuidados intensivos de un hospital.

No son casuales las circunstancias de ambos en la forma en que afrontan un trabajo tan desolador como este, en el que se sienten caminando constantemente sobre la línea que marca el final de la vida. En una suerte de ironía dramática que afecta a los dos en sus respectivas situaciones, su relación con la muerte no es casual. Armugán, con su cuerpo inútil y la sensación cada vez mayor de que su existencia es una carga, de estar aferrándose a una vida que ya debe llegar a su fin, sin embargo no busca morir, tal vez porque conoce la trascendencia de este paso. Anchel, por otro lado, se encuentra una y otra vez con aquello de lo que en su momento quiso escapar, como parte de su nuevo trabajo; la sensación, tal vez, de tener el control de la muerte, de aceptarla y tratarla en vez de sentirse desbordado y frustrado por ésta, es lo que le aferra a éste.

Lo que es obvio en los dos es que la muerte forma parte integral y definitoria de su día a día y de su forma de ser. No solamente a través de las exigencias de su trabajo, sino también como una filosofía que lo trasciende. Está siempre presente en sus conversaciones, en sus emociones y en sus reflexiones, es algo de lo que no se pueden o no se quieren liberar. Y la sensación que transmite con ello la película es de una tristeza reflexiva, absorta en sí misma y muy inmersiva, que pone énfasis en la complicidad, en ocasiones insondable, pero innegable de ambos; en ese entendimiento mutuo, extraño para el resto del mundo que logramos comprender gracias a una descripción sutil y metódica. Y es que Sol valora mucho la observación paciente en una película que la exige. Discurre con lentitud, sin prisas por llegar a ningún punto en concreto, pero sin desviarse en ningún momento de una atmósfera que absorbe dentro de su calma, que reflexiona y hace reflexionar sobre la cuestión existencial a través de dos personajes que se enfrentan a ella constantemente.

En un momento dado de la obra surge un conflicto de puntos de vista, al enfrentar la situación de un niño en cuidados paliativos que quiere la eutanasia. Armugán, quien profesa un respeto ceremonial a la muerte y a su curso natural, no quiere desenchufar los aparatos que le mantienen con vida, porque esto le convertiría en el brazo ejecutor de la misma. Anchel, quien ha visto sufrir en vida a muchas personas y reconoce esas ansias de liberación en el niño, quiere ayudarle a morir. Pese a su amistad y la dedicación mutua, les separan años de experiencias vitales distintas que han configurado las perspectivas antagónicas que explotan en esta circunstancia.

Pero que haya un conflicto no significa que este explote. Y es que al final esta obra y su retrato de ambos personajes no pretende poner en peligro su relación en base a estas diferencias. Tal vez Armugán y Anchel hayan chocado más veces en su forma de ver el mundo, y en particular en un tema tan trascendente como el que les ocupa. Pero, al mismo tiempo, se respetan. Respetan criterios y trayectorias personales distintas, pese a haberse encontrado convergiendo en un punto de sus vidas.

Armugán. El último acabador es una película extraña. Es austera y parca en palabras, y al mismo tiempo es profundamente estética, con un blanco y negro elegante que pone énfasis en la soledad intimista que evoca su ambiente. Es una narrativa procedimental que discurre con lentitud y en la que nada fuera de lo plausible sucede; sin embargo, tal vez por lo esotérico y existencial de su premisa, da una sensación de estar viendo algo más cercano al realismo mágico. En cualquier caso es una obra excelente, que rebosa originalidad y proporciona una experiencia estimulante y fuera de lo común sobre un tema esencial e inexorable que acompaña a la existencia humana.

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