Una cuestión de honor (Rachid Hami)

Hoy en día resulta una proeza ardua (vamos a decir, incluso, casi utópica) plantear un drama social que funcione y que consiga romper al espectador o, aunque solo sea eso, logre tocar alguna tecla de sensibilidad a este. Pues nos encontramos en un momento donde la imagen cada vez tiene más peso; una sociedad que ingiere, de manera mórbida, desmesuradas cantidades de material visual, ya sea en redes sociales, en las plataformas de ‹streaming› o en los anuncios en la calle. Ante tal saturación estética, tejer y esculpir historias que nos desborden es una empresa complicada que supone un auténtico reto. Rachid Hami no solo consigue ofrecernos una creíble fábula fraternal, sino que también escarba en una vivencia real con Una cuestión de honor, dedicada a la memoria del hermano fallecido del cineasta. Testimonial y carnal, el director de La mélodie se enfrenta al dolor de la pérdida con esta película que nos cuenta sin tapujos como una familia se quiebra como consecuencia de la muerte inconclusa y sospechosa de Aïssa un joven de origen argelino. El funesto suceso ocurre en la academia militar francesa de Saint-Cyr, durante un ritual de iniciación que los cadetes más veteranos llevan a cabo y los superiores permiten y consienten. Ese es el punto de partida: lo que se deriva del asesinato es una carrera de fondo que reabrirá las heridas intrafamiliares y donde se pondrán a prueba las resistencias de cada uno de los miembros a través del duelo de Aïssa, el cadáver del cual estará expuesto en el tanatorio esperando no solamente justicia, sino la reconciliación y la expiación de la culpa entre madre, padre e hijos.

Para ello no solo velaremos el cuerpo de Aïssa. Una cuestión de honor está cimentada en tres tiempos narrativos: a la del presente se suman dos tramas pretéritas. De esa forma, el director nos remonta a la niñez de los dos hermanos y la descomposición del matrimonio en Argel, y también nos lleva a un pasado más próximo que sucede poco antes que Aïssa se aliste al ejército, cuando este reside con su pareja en Taipéi (Taiwán). Y así es como del cariño y la solidez de la hermandad durante la etapa infantil pasamos a una fraternidad más tensa, más inconsistente, que permite conocer detalles oscuros que han detonado la paz familiar. Por ejemplo, la rigidez violenta y militar de Adil, el padre, o las poco ortodoxas y cuestionables profesiones de Ismaël, el hermano mayor del clan. Esto último es algo que Aïssa no perdonará jamás a su relativo.

La gran baza de la película es sin lugar a dudas el despliegue de los temas a abordar y su acertado desarrollo. Entre ellos, el ‹bullying› y el racismo que (sobre todo este segundo elemento), se trabajan de una forma casual, para nada forzada. De paso, también sitúa en el centro la problemática de la salud mental o la exploración desesperada por tal de hallar una identidad individual. Una cuestión de honor sirve además como reflejo fidedigno de la cruda realidad de las familias más vulnerables y desestructuradas, colocando sobre la mesa, por otra parte, el caro precio del sacrificio de aquellos migrantes que han tenido que abandonar su tierra para empezar una nueva vida en un país al principio ajeno, distante y frío. Crítica y certera, Hami apunta directamente a los ojos de la brutalidad de las estructuras militares (ya sea del ejército argelino o del francés). Instituciones que muy a menudo actúan a sus anchas, de forma impune y atroz.

Con esos ingredientes y una prodigiosa vocación por mantener el equilibrio entre lo técnico y lo emocional, Hami puede perfectamente presumir de un talento innato por contener y liberar la tensión cuando le place. Controla las velocidades, los tempos y los ritmos. Aunque con algún vicio perdonable, como por ejemplo el aletargamiento de una trama que se acaba alargando excesivamente o algunos conflictos no del todo resueltos, Una cuestión de honor sirve como fiel y creíble retrato personal de los más desfavorecidos. Como homenaje y a la vez como denuncia. A veces, la adversidad está tan bien representada, que la atmósfera se llega a hacer incómoda e irrespirable. Otro de los grandes logros es la química hipnótica y sincronizada de los dos hermanos (mérito de Karim Leklou, que encarna a Ismaël, y de Shaïn Boumedine, que interpreta a Aïssa). Y mención especial merece Lubna Azabal, que se encarga de dar vida a Nadia, la figura maternal. En una de las primeras escenas, cuando esta descubre el cuerpo de su hijo por primera vez, profiere un grito de dolor totalmente desgarrador, que desmontará al público. Pocas veces he visto en pantalla sonar con tanto realismo y efectividad la angustia y el desconsuelo. Pero no todo es devastación en Una cuestión de honor: se trata de una película sobre la dignidad y el sufrimiento y, ante todo, sobre el amor, ya que también plasma la búsqueda de la verdad, el respeto, la tolerancia, el perdón y la añoranza. Y todas estas expresiones, al fin y al cabo, son diferentes formas de amar.

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