Sesión doble: Heavy Traffic (1973) / Mutant Aliens (2001)

El cine independiente USA también tiene una vertiente animada, y ya dispuestos a hacer un guiño a ese pequeño recinto cinematográfico, nos atrevemos con la animación para adultos con dos de los imprescindibles en este terreno: Heavy Traffic de Ralph Bakshi (1973) y Mutant Aliens de Bill Plympton (2001)

 

Heavy Traffic (Ralph Bakshi)

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Heavy Traffic es el segundo largometraje del afamado director de animación independiente Ralph Bakshi; y contra todo pronóstico una obra mayor en su filmografía, que sorprende por la madurez de un estilo y un universo referencial que apenas habían despegado en Fritz, el gato. Sin duda es su posición como una de los directores clave para el desarrollo de la animación para adultos, en la que el sexo y la violencia extremos y caricaturizados forman parte integral del mundo en el que se mueven los personajes, como alternativa a la visión infantil del medio influida por Disney que prevalecía, la que ha otorgado fama y relevancia a su cine, pero no debería pasar por alto la creación de un estilo personal obsesionado con plasmar en pantalla y satirizar brutalmente la idiosincrasia estadounidense y sus elementos sociales y culturales.

En ese sentido esta película supone un paso de gigante. Si bien en su estructura es parecida a Fritz, el gato, a aquella se le podía acusar de ser una acumulación de detalles sórdidos y transgresores hilados casi de casualidad mediante una narrativa surrealista en la que cualquier extremo parece posible. Sin embargo en Heavy Traffic hay una mayor sensación de consistencia, una atmósfera más potente y por tanto mayor regularidad. La historia, de trasfondo medio autobiográfico y en su mayor parte centrada en las vivencias de Michael Corleone, un joven dibujante de cómics de nulo éxito que se autoproclama «underground» y se mueve a través de los bajos fondos de Nueva York, ofrece un catálogo de personajes de entorno marginal a los que la narración otorga individualidad y personalidad, dando una mayor sensación de obra coral que beneficia mucho a esta historia. Con personajes como Angie, el mafioso padre de Michael que pelea con su esposa día sí día también; la orgullosa y ambiciosa Carole, que arrastra a Michael a una aventura por las calles en busca del éxito; o incluso aquellos de menor relevancia argumental como Shorty o Snowflake, Bakshi logra crear un microcosmos de interacciones razonablemente complejo y cargado de sátira, en el que se ve una intención manifiesta de describir el entorno de Michael, con sus motivaciones y medios de vida, que va más allá de la anécdota.

A nivel artístico, la película es un interesante y a ratos fascinante collage de distintas técnicas; mezclando rotoscopia con animación tradicional, realizando montajes con fotografías y escenarios traspasados por los personajes animados, e incluyendo secuencias grabadas en acción real, entre ellas la metáfora recurrente de la máquina de pinball o el originalísimo epílogo en el que los personajes saltan a la realidad, conformando una propuesta estética audaz que en ningún momento deja de sorprender. Los diseños de personajes caricaturizados, el predominio de colores apagados y la animación, tosca pero razonablemente fluida, son también claves para desarrollar una atmósfera consistente y muy destacable.

Poco puede decirse en contra de esta cinta. Tal vez, su estructura todavía algo caótica y dada a los excesos surrealistas origine más de un momento en el que el ritmo de la historia se resiente, pero es destacable la solidez global del mundo que describe. Su espíritu transgresor sigue vigente cuarenta años después, como ocurría en su predecesora, todo un logro en el panorama de la animación de la época que traspasó barreras, pero más allá de eso es capaz de encontrar una identidad clara y refinar un estilo de autor para obtener una experiencia memorable, un paseo por la Nueva York marginal de los años 70, de la prostitución y el crimen organizado, que es tan ácido y carente de escrúpulos como extrañamente entrañable y profundamente personal.

Escrito por Javier Abarca

 

Mutant Aliens (Bill Plympton)

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Rostros enjutos de facciones marcadas y dientes prominentes, pezones gruesos en continuo movimiento y penes oratorios, ¿cómo no reconocer el personal trazo y estilo de Bill Plymton? Él es ese autor que condena la condición humana magnificando sus acciones y convirtiéndolas en algo excesivamente gráfico —¡oh! La magia del pincel que siempre te permite ir un paso más allá de la mera interpretación que ofrezca cualquier impecable actor—.

El cine de Plympton es adictivo, su modo de engañar al espectador con la simulación de sombras que nunca son lo que parecen y su reinterpretación de cualquier simple efluvio corporal nos invita a llevar la imaginación a puntos meritorios e infinitos. Para mí, tras ver Me casé con un extraño, las pelusas del ombligo adquirieron una nueva dimensión en este lado de la realidad.

Invitados a seguir sus pasos por la independencia creativa de su obra, nos centramos ahora en Mutant Aliens, esa crítica lasciva a la monetización de la bandera norteamericana, compromiso de muchos, ganancia de torpes mentales. Para ello, tras una emotiva entrada en el mundo de la gloria, con lacrimógena despedida familiar incluida, un astronauta sube a su nave para ese gran paso para la humanidad. Sus compañeros tienen otra idea, centrar su pérdida en un negocio que les haga recaudar dinero. Un gran paso para la riqueza personal.

Sobre esta ácida base despliega toda su imaginería al devolver a tierra firme años después al astronauta. La violencia, el sexo y la distancia emocional hacen entrada en estos soleados parajes que se llenan de caos, acompañados de flashbacks que suministran el combustible que hizo desaparecer al gran americano ya descreído del mundo.

La líneas de lápiz en los sombreados, los colores terrosos, espacios abiertos poco definidos centrando el trazo en aquello que quiere destacar a cada momento, y los líquidos, esa presencia líquida que nos suministra una expresión clara de la situación (sudor, babas, sangre… todo define un estado particular) nos llevan una y otra vez a pensar que es Plympton quien se esconde tras la historia y su tratamiento. En ella va directo al público adulto, y somete al poderoso gracias a unos peculiares bichos de aspecto reconocible y dimensiones y formas imposibles, conformando una especie de justicia heroica en contra de masas enfurecidas. Impagable es la recreación de un planeta habitado por partes físicas que implican a los cinco sentidos, esos que parecen obsesionar en cierto grado al director.

Así, Mutant Aliens juega con la posibilidad, aunque lo que imaginamos como un siguiente paso nunca llegue a suceder. Desde la explícita escena inicial hasta la historia que realmente nos ha contado va un trecho controvertido, ilusorio e irracional que nos divierte con su explícita iniciativa llena de acción e inmoralidad, todo lo que en realidad destila esa bandera sobre la que escupe con furia el gran engaño que sirve de premisa.

Los amantes Plymptonianos estarán de acuerdo en contar Mutant Aliens como una de los pasos imprescindibles que seguir en la filmografía de este gran tipo que disfruta desnudando cuerpos en particular y riéndose de los convencionalismos en general, todo aquello que el cine independiente USA, en esta ocasión de trazo movimientario, utiliza como motor para suministrarnos cine del bueno. Queda mucho Bill todavía, y nosotros le esperamos con los ojos bien abiertos.

Escrito por Cristina Ejarque

 

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