Revengeance (Bill Plympton)

Revengeance

Transitada por un humor muy particular y un estilo mordaz que en no pocas ocasiones ha puesto su punto de mira sobre una sociedad tan intransigente como idiotizada —algo que terminaba por abarcar sin demasiados rodeos en su Idiots & Angels— aunque sus propuestas pareciesen delimitarse en otros terrenos, la obra de Bill Plympton ha ido cobrando un valor fuera de toda duda; ensalzada precisamente por esa voz alternativa que siempre ha acompañado sus juegos con la perspectiva, su inconfundible imaginería y esas mixturas de género estimuladas por una comicidad tan certera como irónica, no se deducía que el cineasta se fuese a separar lo más mínimo del característico estilo que ha impregnado su carrera, hasta ahora. No es que con Revengeance emprenda una huida de la esencia que le ha confirmado como uno de los grandes animadores de su generación, pero de su colaboración con el neoyorquino Jim Lujan se extrae una faceta mucho menos juguetona e inquieta. Ello no implica que Plympton haya dejado atrás todo aquello que nos acercó paulatinamente a su obra, pero sí una modulación harto distinta de su discurso, más directo y claro, y la adecuación de unos códigos propios al libreto de un Lujan que en todo momento busca vías no lejanas pero si colindantes al cine del autor de Hair High.

Revengeance

Aunque desde su título Revengeance ya juega con las mixturas tan propias del cine de Plympton, y en ella no deja de explorar géneros en aquello que se ha establecido como una de las raíces de su obra, la efervescencia que nos llevaba de una secuencia presuntamente terrorífica al más idílico de los romances —la inicial en Mutant Aliens, por poner un ejemplo— queda extraviada a causa de un viaje que busca mayor aplomo en una disección en realidad ciertamente templada en lugar de en los recovecos de un cine que quizá hubiesen casado más con esos bajos fondos forjados por la pluma de Lujan. La galería de personajes compuesta por el neoyorquino no podría tener mejor reflejo en un universo heterogéneo y cambiante, donde Plympton ha demostrado siempre manejarse con una destreza envidiable, llevándonos de la sci-fi al noir, el musical e incluso el cine universitario setentero, pero por contra Revengeance parece más interesada en un núcleo que en realidad no es tal, pues la base sobre la que trabaja Lujan para urdir su particular crítica contra estamentos y dignatarios resulta tan elemental que pierde en ese sentido un efecto que podría resultar capital para el film, a juzgar por su predilección en afianzar otras cualidades antes que la habitual inventiva de Plympton.

Revengeance se podría percibir de este modo como un anexo menor en la filmografía de un cineasta que enarboló su faceta más crítica y corrosiva antes y mejor, pero que unido a las inquietudes de un autor como Lujan busca otros espacios en los que germinar un cine quizá más gamberro que creativo y franco que incisivo. Como si todo aquello que Plympton había incorporado a sus últimos largometrajes, moldeando un estilo rabioso y disparatado, no fuese una prueba de madurez sino una dislocación ante otros estados formales en los que acoger una mente inquieta, tan repleta de ideas y conceptos que hasta ante ejercicios como Revengeance no queda otra que admitir que, cuando su talento sale a flote, es capaz incluso de recobrar una nave a la deriva para engarzar instantes que, aun y admitiendo que estamos ante algo por debajo de sus posibilidades, atesoran una personalidad tan admirable como definitoria.

Revengeance

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