Pinocho (Matteo Garrone)

El popular libro infantil del autor italiano Carlo Collodi (Le avventure di Pinocchio) es la base del relato de la nueva película de Matteo Garrone, titulada simplemente Pinocchio (2019). Se trata del regreso a su faceta más en contacto con la fantasía —que ya desplegara suntuosamente con Tale of Tales (2015)— y que también continúa con la recurrente preocupación de su filmografía por las consecuencias de los anhelos del ser humano enfrentándose al entorno y a sí mismo. La coherencia visual y la consistencia estética con aquella otra película es obvia de inmediato. Mucho tiene que ver la repetida colaboración con el responsable de vestuario (Massimo Cantini Parrini) y el diseñador de producción (Dimitri Capuani). Ambos ayudan en la construcción de un mundo que se percibe sucio, decadente e inherentemente hostil como escenario para contar la conocida historia de la marioneta que cobra vida mientras su creador, el carpintero Geppetto (Roberto Benigni), lo talla de un tronco de madera que posee cualidades mágicas. Lo que en principio iba a ser un medio para ganarse la vida, le trae un hijo al que tiene que cuidar y educar. Pinocchio es un ser inocente, incapaz de leer las intenciones ocultas de los demás, que también desconoce los posibles efectos indeseados de sus actos.

La estructura narrativa episódica da pie a una película de aventuras de tono amable pero de poso amargo, centrado en el punto de vista del muñeco capaz de hablar y de moverse sin necesitar cuerdas. Él es simplemente una vasija para los valores morales de toda persona con la que entabla relación. A través de los encuentros con los componentes de un teatro ambulante de títeres, de unos criminales que se hacen pasar por sus amigos, de Pepito Grillo o de un hada se irá explorando la naturaleza de la humanidad. Pinocchio no crece ni envejece —símbolo de su incapacidad para aprender con la experiencia salvo cuando le afecta en su cuerpo material directamente— y eso contrasta con el personaje mágico interpretado por Marine Vacth de adulta, un ser sabio de existencia onírica que Garrone trata con la suficiente ambigüedad para proporcionar de una atmósfera de irrealidad el tiempo que pasa interactuando con ella. Una y otra vez cae el muñeco en las garras del destino trágico, de la maldad y de la trampa de los intereses egoístas propios y ajenos. Sólo el hada le perdona reiteradamente y mantiene la fe en su bondad y buen juicio mientras le promete convertirlo en un niño de verdad si se demuestra digno de ello. Una necesidad de combinar una sensibilidad adecuada y sentido común que vertebran la poderosa moraleja de la historia peripecia tras peripecia, que está presente desde su inicio hasta el final.

El mundo fantástico de Garrone se sustenta sobre la aproximación naturalista con el uso de la luz en exteriores y en la captura de ambientes y espacios que se sienten vulgares y cercanos —ya sean palacios, cuadras o tabernas—, explotando la autenticidad de los decorados y la verosimilitud de los maquillajes prostéticos. Lo mágico reside más en el interior de los personajes que fuera, donde se proyectan sus ambiciones y sueños rodeados de miseria, injusticia y falta de escrúpulos. Hasta los planos generales sirven a esta contradicción del horror que esconde el regalo envenenado de la libertad sin condiciones, de la negativa a la ayuda en un momento de extrema necesidad o de la felicidad de unos ladrones esperando a que muera colgado de un árbol su última víctima. La belleza, lo maravilloso, lo extraordinario se extrae por contraste constante con lo espeluznante que la rodea retratado en una fotografía pálida y tenebrosa. Pequeños destellos de esperanza son los que como espectadores vamos encontrando junto a un protagonista que en la búsqueda de su padre vive lo suficiente para llegar a entender por fin el esfuerzo, la tenacidad y el altruismo en su contexto. La esencia de reciprocidad que mantiene la armonía de las conexiones y acuerdos de convivencia, que nos protege para sobrevivir como individuos en sociedad.

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