Los secretos de mi padre (Vera Belmont)

Puede que Los secretos de mi padre tenga una apariencia un tanto naíf, un poco, por así decirlo, aire de manual educativo para niños sin mucha profundidad al respecto del tema tratado. Si bien es cierto que algo de eso hay, especialmente en evitar mostrar pasajes especialmente duros de forma explícita, no es menos cierto que hay más tela que cortar de lo que su apariencia (infantil) sugiere.

Y es que no estanos tanto ante un retrato documentalista (por así decirlo) sobre los trágicos eventos sucedidos en el holocausto sino más bien ante lo que este generó entre los supervivientes. Una historia pues que versa sobre el trauma, el silencio, la vergüenza y la complicado que supone la herencia, el transmitir estos hechos a las nuevas generaciones sin pasar por ese sentimiento de culpa por haber salido vivo de ella.

En este sentido, Los secretos de mi padre funciona en tanto que sabe mantener los hechos en un fuera de campo solo revelado a pinceladas (literales) mediante el uso de la caricatura como vía de escape humorística. Junto a esto hay un acertado desarrollo del marco histórico post Segunda Guerra Mundial, donde el recordatorio del horror se va difuminando poco a poco mezclándose con el resurgimiento de prejuicios, falsas acusaciones de exageración y por tanto necesidad de explicarse continuamente.

De alguna manera estamos ante un ‹coming of age› doble. Por un lado el tradicional donde el foco se pone en las vivencias de un adolescente hijo de superviviente (y cuya voz en off es la narradora de la historia). Aquí, más allá del desarrollo profesional o amoroso, lo interesante está en su relación paternofilial: la incomprensión ante el silencio, el desapego ante una aparente falta de amor, la renuncia parcial a su herencia como causante de la indiferencia en la crianza. Y es aquí donde aparece el doble juego ya que, por otro lado, asistimos a una suerte de (de)crecimiento en la figura del padre. Un hombre cuya vida viene marcada por un velo de silencio solo roto en la exposición pública de los hechos que vivió. Algo que condiciona sus relaciones familiares y que, de alguna madera también “obligan” a un proceso de asimilación y maduración en su forma de relacionarse.

Cierto es que, debido a su reducido formato, el film quizás adolece de cierta profundidad y se sienten en demasía ciertos huecos temporales que lastran la evolución natural de sus personajes al punto, sobre todo en su desenlace, que da la sensación que todo se resuelve demasiado fácilmente, más si tenemos en cuenta las complejidades emocionales expuestas hasta ese momento.

A pesar de ello, la modestia con la que se enfoca el film no resulta negativa. Al contrario, es capaz de poner (que no reducir) unos eventos monstruosos en una escala humana, en actos de intimidad alejados de los grandes dramas con los que suele exponer y que nos habla de la resiliencia pero también de la necesidad de quebrar ciertos muros de silencio sin perder el respeto por los que lo sufren. Sí, cariño es lo que muestra por sus personajes y quizás es lo mejor que se puede y se debe ofrecer.

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