Gaua gauekoentzat (Ander Parody, Pablo Maravi)

La otra noche pensaba cosas sobre la violencia y la muerte trágica mientras te masturbaba el coño una hora antes de que nos quedásemos dormidos

 

Tengo tanto miedo a la muerte que solo me tranquilizaría el morir aquí contigo.

Así que te pido por favor que nos suicidemos juntos.

 

Que vayamos a un Mcdonald’s y llamemos a Black blocs y les gritemos

«eh hijos de puta nos estamos comiendo una hamburguesa capitalista»,

y nos maten a pedradas.

 

Que me partas la cara a puñetazos sin motivo alguno

y yo te la parta a ti también hasta que me digas

«joder tu cara de mierda está llena de sangre» y yo te diga «la tuya también»

y entonces nos riamos echándonos jardos rojos salivados por el cuerpo.

 

Asco de cuerpo y de materia

Siento angustia.

¿En serio me dices que no te dan asco el cuerpo y la materia? Pero sí olemos tanto a sudor flujo vino y otra vez sudor que se me produce vómito.
 

                Bla bla bla

bla bla bla bla

bla bla

bla

 

Hablas por los codos tía

Deja de hablar y méteme en tu útero

a ver si me pares por cesárea de nuevo al mundo

y quizá nazca así esta vez un poco más vivo

Para Eli

 

Me gustan Ander Parody y Pablo Maravi, su carácter abierto, su laboriosidad, son emprendedores. Hacen cosas. Lo último es esta pieza que, más allá de cumplir la función de cabecera de esta última edición de Filmadrid, se puede entender como una obra de arte autónoma, única, auténtica y divina. Una obra que se construye a partir de la idea de «nocturnidad» y alude a sus contrastes, a su decadencia y a su fuerza, haciendo presente la imagen de ese fuego en perpetuo movimiento que todo destruye y todo crea, hincándonos en el cerebro ese miedo cósmico, visceral y esencialmente humano que se deriva del sentir el cambio y de su no poder aferrarse uno a nada, del vértigo que se afina y se pule cuando llega la noche. Es en este sentido que los autores, así como hicieron en su anterior trabajo Entzungor (Ahuntzaren gauerdiko estula) (España, 2017), recurren al mito —centrándose ahora en la figura mítica de Gaueko como representación de la noche y en las puertas entreabiertas que dan origen y sentido a tanta historia alrededor de ella—, como manifestación originaria de todo terror y amenaza del mundo para apoyarse en él y erigir a partir de ello un discurso marcado por una mirada que atiende a posos de herencias culturales para librarlos de cualquier encorsetamiento mediante la experimentación formal. Una dialéctica, esta que se da entre lo viejo y lo nuevo, o entre la tradición y las nuevas formas de contar, que abarca diferentes capas, yendo desde el pulso que se da entre la imagen y el sonido a la relación que se puede intuir entre esa línea que se consume delante de un pájaro con los excesos de los que uno se sirve para habitar la noche. Es con todo ello que de la cabecera de la cuarta edición de Filmadrid se desprende ese aura de rareza, ejerciendo una especie de huida hacia adelante que se ocupa de escapar de la categoría y el escurrirse a la etiqueta. Una tarea que no solo requiere de rebeldía ni de voluntad de destrucción sino también de inteligencia y de talento. Estos artistas reúnen todo esto hasta el punto inspirar cierto deje optimista respecto al Cine en la mirada de uno.

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