Varda by Agnès (Agnès Varda)

Con 90 años, la cineasta —y una de las precursoras de la ‹Nouvelle Vague›— Agnès Varda se sube a un escenario en frente de un público entregado a su idiosincrasia y su arte. También frente a nosotros, sus espectadores. Daría un poco igual de lo que hablara, pero en esta ocasión lo hace en primera persona de sí misma, de su filmografía, de otros aspectos más desconocidos en cuanto a sus inquietudes creativas, de su relación con Jacques Demy y su adorado gato, de su manera de ver y vivir el mundo. Y lo hace con su habitual autoconsciencia, sin tomarse en serio ni darse especial importancia. Tan sólo es ella, una mujer con larga experiencia que ha creado obras inolvidables hablando de su proceso creativo de manera sencilla, de lo que la inspira, de los conceptos que hay detrás de las propuestas formales y narrativas de algunas de sus películas, de su inmersión en el vídeo como tecnología accesible y directa a lo que la rodea y su introducción en las instalaciones artísticas que ha desarrollado sobre todo en la última parte de su carrera. Varda mira atrás y dialoga con su pasado e incluso consigo misma en una película que parece haberse realizado intencionadamente en pequeños fragmentos durante todo el tiempo que ha transcurrido hasta hoy.

Se trata de Varda by Agnès. De la mujer Agnès hablando de la directora de cine Varda, de la artista. La autorreferencia se produce constantemente a partir de citas de sus películas con las que explica sus intenciones o las condiciones de trabajo que llevaron a que determinadas cosas estén hechas de una forma y no de otra. La libertad que desbordan no está exenta de cierto sentido del deber al contexto histórico y social, a su situación familiar —a las elecciones personales de la gente con quien comparte sus creaciones y su existencia— o las conexiones entre lo que hemos visto en pantalla a través de tantos años con su sentido único de las imágenes y quienes aparecen en ellas retratadas. Segmentos grabados de la propia Varda y sus explicaciones en otras épocas durante la producción de sus películas parecen entablar conversación inmediata con su yo actual gracias a su habilidad con la oratoria y la integración precisa en el montaje. Un montaje que inicialmente arranca con unos completos títulos de crédito que evocan a su filmografía, detallan todas las citas usadas y ponen delante el reconocimiento de todos los que han colaborado en esta última cinta casi como una pequeña cortina que le permita ocultarse y huir disimuladamente al fuera de campo sin mayores explicaciones.

Ya en la previa Visages Villages (2017) se percibía cierta introspección y una mirada al pasado como forma de afrontar la incertidumbre del futuro con la misma actitud enérgica y humanista de su trayectoria. Una reafirmación que Varda parece realizar de nuevo en esta película como reflexión en voz alta, haciéndonos partícipes de un sumario necesariamente incompleto que sintetiza su perspectiva frente al arte y la vida con su habitual honestidad, modestia y humor. Cuesta creer que sea una despedida, pero el último plano contagia en retrospectiva a toda el film e incluso toda su obra en conjunto de cierta noción inherente a ella de lo finito. Quizá como forma de afrontar una percepción más cercana que nunca de su mortalidad llega en este momento Varda by Agnès para darle sentido de cierre y conclusión —de final— a su vida, sus intereses, al amor y la admiración que ha dado y recibido, en sus propios términos. Uno no puede evitar pensar en la protagonista de Cléo de 5 à 7 (1962) y su temor ante la desconocido, ante lo incierto. Y cómo se transforma en liberación al aceptar una realidad ineludible para ella y los demás: todo tiene un final que puede llegar en cualquier momento. Aceptar esa falta de control permite no sólo aprovechar cada instante de la mejor manera posible, sino también dedicar los esfuerzos en lo que sí se puede decidir, en la forma y en el momento adecuados.

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