Obediencia (Jamie Jones)

Esas casas de ladrillo contiguas e idénticas, que formaban barrios cercanos a las zonas industriales creando guetos, no marcaron solo la orografía de Inglaterra, también sirven de símil en el cine, pues esas mismas casas han sido a menudo el punto de partida de incontables películas que centran su interés en el drama social —podría hablarse también de producción en cadena, aceptando a sus directores como fábricas con turno de noche incluido—, uno de los géneros que mejor definen los cambios generacionales acusados por la inamovilidad de una sociedad que delimita sus futuros.

Siendo Ken Loach el revolucionario de salón más citado en el género, muchos han sido los que han mirado a los jóvenes que han ido marcando cada época, donde pasado, presente y futuro parecen descubrir las mismas trabas, los mismos vicios en unas mismas ciudades.

Con Obediencia (Obey), Jamie Jones se pregunta si lo que se le exige a la juventud es lo mismo que se le permite alcanzar y para buscar la respuesta se ha centrado en un momento concreto de la historia reciente de los alrededores de Londres. Es 2011 y por las calles de Hackney se mueven Leon y sus amigos. Solo una aparente libertad de los recién estrenados adultos que tienen a su alcance drogas, alcohol y fanfarronería con la intención de comerse el mundo a carrillos llenos. Son un grupo y juntos están por encima de todo. Pero Leon se aparta de ese todo para que podamos seguir sus pasos en solitario.

Es aquí donde brilla Marcus Rutherford, del que partimos de una apariencia —es muy alto, sereno, musculado por el boxeo— para ir descubriendo su inseguridad ante la vida. Jones nos acerca a su intimidad mientras crea unas historias paralelas en las que acaba introduciendo a su protagonista, arrastrándole allí de un modo reaccionario pero no intencional. Es esto lo que despierta la empatía por Leon, por el tipo grande que merece una oportunidad, un lugar donde ser él mismo, recreando la conocida historia de la ‹coming of age› en un entorno donde todo es desfavorable para el solitario.

Obediencia juega a la confrontación, decide establecer retos para su protagonista repitiendo un «gente en sitios» para conocer sus reacciones naturales. No hay perfección en su vida, aunque sí cierta nobleza que utilizar a modo de defensa. La viveza de una historia callejera donde conocer su entorno, su acercamiento a mundos inexplorados representados por la chica blanca y liberal que le atrae como un peligroso canto de sirena y la batalla que realmente se vivía esos días en las calles crean esa sensación de cuerpo vapuleado por golpes que no se sabe cómo encajar. No es casual el empleo del boxeo como vía de escape.

Leon es la unidad, pero los incidentes callejeros son el otro punto fuerte para el director como atmósfera. Mezclando imagen reales con recreaciones, nos llega ese sentimiento de rabia y desobediencia ante una autoridad incapaz de controlar un error propio convertido en un clamor racial, y convierte en banda sonora los golpes de porras de los antidisturbios, metiendo la cámara siempre en esa barrera invisible entre la ley y la anarquía antes de que comiencen la acción, promoviendo una violencia que siempre está a punto de estallar para tensar el relato.

En un ambiente confuso se acepta que el personaje esté igualmente confuso, que vea los problemas desde la distancia unas veces, que decida estar en el epicentro en otras, y que vaya manipulando sus propios valores para adaptarse a la situación, negando lo que está mal unas veces, rompiendo reglas en otros, convirtiendo esa «obediencia» del título en el verdadero problema, ya no de un solo joven, de toda una sociedad apartada por resultar inconveniente.

La rabia de la película se difumina cuando se acerca al amor, y aunque se utilice como una baza atractiva la relación con Twiggy, en el fondo es un simple decorado donde dejar respirar a Leon para contextualizar esa diferencia de clases que no parece una realidad para quien lo tiene fácil (el revolucionario que tiene las espaldas cubiertas haga lo que haga) y es una barrera para el resto. Por eso de tener que hacer el retrato completo del ahora.

Un poco eso es lo que nos vende Obediencia: elige, entre lo malo o lo peor, pero elige tú, porque nadie te va a facilitar la respuesta adecuada; además, obedece, haz lo correcto pase lo que pase para ser el tipo ejemplar que nunca nadie te enseñó a ser. Y Leon es el personaje perfecto para dar ese duro pero certero mensaje, un muchacho capaz de golpear fuerte cuando sienta romperse.

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