Staff Only (Neus Ballús)

Lo que Neus Ballús presenta con su nueva película Staff Only es un espejo en el que toda la sociedad europea puede mirarse desde la perspectiva del privilegio o del explotado. Por un lado, las vacaciones de un padre (Sergi López) con sus dos hijos en un complejo turístico de Senegal que sirve de base para sus negocios como agente de viajes. Todas las facilidades, los servicios, las ideas exóticas preconcebidas sobre la cultura del país y hasta el acceso a una playa privada. Por otro, el verdadero Senegal del que proceden los trabajadores del hotel donde pasan los días haciendo las habitaciones, sirviendo en el bar, filmando sus actividades. Pero la mirada que guía al espectador en todo momento es la de Marta, una joven de 17 años con una relación complicada con su padre que no acepta las restricciones del viaje, ni de su edad, ni las imposiciones paternas. Es con la cámara fija en sus reacciones, expresiones e interacciones con su entorno y el resto de personas que descubrimos ese mundo que a ella le resulta falso y opresivo. Con su querencia por salirse de los caminos marcados es con lo que va creando una ruptura cada vez mayor con ese decorado construido a partir de la explotación laboral, la apropiación cultural y de los recursos naturales al servicio del lujo.

El turismo —como uno de los grandes instrumentos al servicio del neocolonialismo— sirve de contexto a la historia en un país que fue colonia francesa hasta hace relativamente poco tiempo en términos históricos. La barrera cultural y social con la protagonista se evidencia desde los primeros instantes en una conversación con quien le corta el paso al no tener un brazalete identificativo. Sus intentos de despegarse del viaje planificado la llevan a realizar cada vez actos más arriesgados y mentir con mayor gravedad. Es gracias a esa transgresión de las normas que conocemos las calles, las gentes y los lugares nocturnos. A través también de su amistad con una camarera de habitaciones de su edad y un cineasta con una cámara rudimentaria vemos otro tipo de distancia: la existente entre clases en un entorno aséptico aislado de la realidad material de todos ellos. Un entorno que permite a Marta establecer vínculos que de otra forma serían imposibles de superar muy probablemente pese a su iniciativa. Elena Andrada pone aquí su falta de experiencia interpretativa previa al servicio de un personaje tan inconsciente de sí mismo que, junto con otros componentes del reparto, otorga una autenticidad extraordinaria a sus diálogos y secuencias.

Al mismo tiempo, Ballús se aleja lo justo en el relato de sus personajes desde ambos lados del conflicto que se va desarrollando a través de un romance vacacional casi idílico. Un alejamiento que por ejemplo ayuda a presentar el ridículo de las actividades programadas para turistas y se ríe de nuestra propia percepción del entretenimiento en esos lugares. Esta distancia se integra con la cámara de Khouma sobre los clientes del complejo, en un ejercicio metatextual que tiene resonancias importantísimas sobre el cuestionamiento de la representación hegemónica tradicional de otras culturas a través de los prejuicios de la nuestra. El que grabe alguien perteneciente al mismo lugar le da a sus imágenes un sentido —directo o en montaje posterior— completamente diferente al que le daría el propio turista. También están presentes sus implicaciones hedonistas en un mundo actual en el que experimentamos nuestras actividades cotidianas a través de las imágenes que creamos incluso en el mismo momento de estar realizándolas. Todo sobre el eje de una inconsciencia que también existe al nivel dramático y moral de la protagonista, tanto en su resistencia a seguir las jerarquías de poder simbolizadas en su padre como para encontrarse con las consecuencias de actuar al margen de ellas por desconocimiento y asumir el paso a la adultez con una experiencia que pone a prueba sus principios e identidad.

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