The Invitation (Karyn Kusama)

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Para hablar de The Invitation, es necesario partir de que la primera premisa del thriller debe ser la de introducir al espectador en su trama. A ese punto intentan llegar todos los cineastas mediante la deconstrucción que se haga de este argumento en tareas de guión, la habilidad del director para la puesta en escena y no estropearlo todo en el posterior montaje. En el caso de Karyn Kusama, parece tener esto grabado a fuego. Tanto es así que ha diseñado una obra que resulta tan estúpida en varios de sus presuntos giros argumentales como genial a la hora de mantener al espectador pegado a la butaca. Una cinta en la que decir “nada es lo que parece” sería tan erróneo como asegurar “todo sucede según lo que parece”, donde las trampas se convierten en pequeños y sutiles trucos. Una película, por tanto, que se presta a una diversidad de opiniones gigantesca, aunque pocos podrán negar su exagerado magnetismo.

The Invitation, cuyo triunfo en el pasado Festival de Sitges generó no pocos ríos de tinta, sitúa a Will visitando a su ex pareja Eden dos años después de su último encuentro y con una dramática separación a sus espaldas. Allí se encontrará con varios de sus viejos amigos, además de alguna que otra cara nueva que no le genera demasiada confianza, sobre todo en una casa donde los recuerdos acumulados son demasiado potentes para sus sentimientos. Una vez en este punto, entran en juego diversos conceptos que todos conocemos como los típicos juegos de beber, así como otros más americanos y que se centran en la siempre temida figura de las sectas.

Poco más se puede contar de la película sin hacer spoiler, pero lo cierto es que tampoco lo sería tal. Porque The Invitation hace gala de un postureo tan brutal que no le importa saberse burda desde el primer momento, ya que realmente está consiguiendo su objetivo: suministrar a quien está al otro lado de la pantalla las dosis justas de tensión por minuto como para mantenerle pegado a la butaca. Esto queda perfectamente reflejado en cosas tan sencillas como que el papel de Pruitt caiga en manos de John Carroll Lynch, un tipo que genera mala espina nada más verlo aunque su personaje pueda ser el tipo más maravilloso del mundo, que es precisamente lo que demuestra aquí en sus primeras intervenciones. Un mero ejemplo que podría ser complementado con otros como un morreo espontáneo, una inoportuna revelación o una pregunta sin resolver. Ya sabemos, pequeñas dosis.

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Con este ritmo diesel, que seguramente le evitarían a Kusama y a sus guionistas cualquier quebradero de cabeza en pre-producción, nos plantamos en la recta final de la película. Y ahora qué, se preguntarán muchos. La respuesta inmediata es la más fácil y, precisamente por ser la más fácil, fue la que escogieron la directora y su equipo: darle al espectador lo que quiere. Tal cual. Pero lo mejor de todo es que esta parte sí se desarrolla sin ningún tipo de trampas o trucos (si dejamos de lado la futilidad de lo que motiva la propia trama en sí misma); de hecho, hay un detalle cuya honestidad sorprenderá a más de uno. Todo ello adornado con un plano final que, por supuesto, es hasta hilarante.

Es tremendamente difícil valorar The Invitation desde una perspectiva seria, ya que ni siquiera ella parece tener la madurez suficiente como para suscitar tal debate. Pero consigue aquello que persigue y por eso es una obra redonda dentro de sus limitaciones, que se logran alcanzar merced a una creciente tensión y una intuición de manual para saber cuándo hay que detonar por completo la trama y dar así el brochazo final. Kusama no será una directora muy habilidosa y sus guionistas definitivamente no gozan de un talento especial para la escritura, pero sí son gente inteligente para saber administrar los esfuerzos y conocer al dedillo cómo puede reaccionar el espectador a lo que ve en pantalla. El resultado es un thriller psicológico de notable categoría que engancha tantísimo durante sus 100 minutos que es necesario perdonar los múltiples trucos que utiliza para llevarnos al redil, sobre todo porque estos no son nada azarosos.

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