Roma a las 11 (Giuseppe De Santis)

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El neorrealismo italiano representa para un servidor el movimiento más fascinante, enigmático y por ello influyente de la historia del cine. La inclinación de los autores que formaron parte de esta corriente por trasladar en imágenes e historias de ficción la cruda y triste realidad de posguerra, la inclusión de escenarios reales así como el empleo de actores no profesionales mezclados con estrellas en ciernes constituyeron sin duda un conglomerado artístico en el que difícilmente se percibía diferencia alguna entre lo que estaba aconteciendo en los noticieros y periódicos italianos y lo que el espectador contemplaba con ojos vidriosos en su semanal cita con la pantalla grande en el cine. Una vez sentadas las bases del neorrelismo más puro, una serie de autores incluyeron en el mismo una gama de innovaciones dialécticas y de estilo que enriquecerían los resultados obtenidos de esta tendencia artística en su etapa de madurez. En este sentido, el no siempre recordado como merece Giuseppe De Santis en estrecha colaboración con el alma mater literaria del movimiento como fue Cesare Zavattini decidieron plasmar en una epopeya de ficción un hecho real que sacudió el corazón de la sociedad italiana en el año 1951, adaptando la historia del terrible suceso del hundimiento acontecido, una tranquila mañana alrededor de las 11, de un edificio situado en una céntrica calle romana al que habían acudido en masa más de doscientas jóvenes atraídas por un anuncio de un precario empleo de mecanógrafa publicado en un diario por un famélico despacho de abogados. La aglomeración humana provocada por el anuncio, unido a la inestable estructura de aquellos edificios golpeados por la guerra que no fueron rehabilitados por los propietarios ni por el gobierno debido a la precariedad económica en la que estaba inmersa la sociedad italiana de principios de los cincuenta, incitaron el advenimiento de la desgracia, resultando muerta una inocente adolescente que peleaba por el único puesto ofertado contra sus más de doscientas rivales, candidatas igualmente a obtener el escaso premio de un trabajo mal pagado y precario, pero al menos una fuente con la que obtener esos escasos recursos que permiten sobrevivir en una economía de mera subsistencia. ¡Ay!… que situaciones tan análogas y cercanas a la actualidad fueron representadas por De Santis en esta película filmada en 1952 que nos demuestra que a pesar de los avances y el progreso que nos han vendido nuestros gobernantes, el ser humano sigue sumido en una lucha sin fin de trágicas consecuencias individuales contra la cultura del miedo que obliga al trabajador a pelear contra su compañero en dura competencia por obtener un mísero puesto de trabajo para entretenimiento de las fuerzas ocultas que dominan la economía y la política mundial a los que les importa una mierda que el currito se muera de hambre mientras la panza agradecida del adinerado siga llena de manjares y dinero.

Partiendo de este hecho real tan triste y fatalista, De Santis construyó una epopeya moral, que no moralista, y humanista que lanza una cruel mirada contra la avaricia y la ambición no solo presente en la alta burguesía romana, sino que igualmente en el miserable ejército de desempleados que deambulaban sin rumbo ni suerte como una especie de zombis a la espera de la muerte, por las destartaladas calles de una Roma más emparentada con las vivencias del ambiente rural y primitivo que con los de una urbe moderna y progresista. Sin duda, Roma a las 11, es una película que mantiene fresco todo su esplendor y mensaje, retratando de una manera escalofriante los efectos que la desigualdad y la pobreza infringen en los desamparados del sistema, constituyendo pues una obra cumbre del neorrealismo tardío, a la vez que la más poderosa cinta de su autor, con permiso de la también magistral Arroz amargo.

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La cinta se divide en dos partes claramente diferenciadas por el letrero que advierte del final del primer y el comienzo del segundo vector en el que se estructura el film. En este sentido, los primeros minutos de la obra sirven a De Santis para fotografiar el apesadumbrado cosmos de una Roma devastada moralmente por la crisis económica habitada por una turba de desempleados que vomitan su pobreza en cada esquina de la ciudad, punto que recuerda la magnífica carta de presentación de El ladrón de bicicletas cinta que al igual que la de De Santis apuesta por la dignidad de los pobres como única vía de escape de la acuciante crisis económica y de empleo sufrida por la Italia de posguerra. Así, toda una galería de personajes de muy diverso linaje y procedencia, será radiografiados pormenorizadamente por la hábil mirada del director de Caza trágica, para mostrarnos de este modo el perfil de los habitantes de la clase media-baja italiana que acuden en masa a la llamada de un proceso de selección que va a tener lugar en un viejo y céntrico edificio. A la cita acudirán una prostituta deslenguada que tratará de obtener una vía de escape que evite tener que vender su cuerpo a babosos deseosos de sexo, la desesperada esposa de un desempleado de la construcción (maravillosos Carla del Poggio y Massimo Girotti, este último dibujando el único personaje con un punto de dignidad y sentido común que representará la sapiencia de los trabajadores que con paciencia y solidaridad acabarán derrotando el mal) que ambicionará conseguir el puesto cueste lo que cueste para así aportar al hogar el dinero necesario para malvivir tras el reciente despido de su esposo, la novia burguesa de un pintor sin fortuna (interpretados por Lucía Bosé y Raf Vallone), una antigua secretaria que tuvo que abandonar su acomodado trabajo como mecanógrafa en otro despacho de abogados por haberse quedado embarazada de su jefe, una veterana secretaria cuya vejez y aspecto desaliñado tapa su fantástica capacitación para desempeñar un trabajo administrativo, una criada que acudirá al lugar atraída por el deseo de escapar de la esclavitud impuesta por sus amos, una adolescente que busca igualmente un jornal que ayude a sus numerosos hermanos y a su padre viudo a seguir adelanta, a pesar de que realmente lo que ella desea es triunfar en el mundo de la canción así como una infinidad de mujeres que perfilan a los desempleados anhelantes por pisar a su compañero con el único objeto de vender su cuerpo al trabajo esclavo y mal pagado.

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En esta primera parte, De Santis, retrata la ejecución del pérfido proceso de selección en el que las candidatas son tratadas como una especie de ganado obligadas a pelear entre ellas por los mejores pastos. Sin embargo, una artimaña de la esposa del desempleado provocará la ira de sus compañeras que en el ardor de la discusión y ante el deterioro del edificio inducirán el derrumbe de la estructura de la escalera y el consecuente accidente con incontables heridos y lesionados. Con el desastre, empezará a desarrollarse la segunda parte, que plasmará la tan socorrida búsqueda de culpables: el arquitecto que construyó el edificio que trata de echar a su vez las culpas al propietario del mismo, que trata de echar las culpas a su vez al abogado que inició el proceso de selección, que trata de echar las culpas a su vez a las muchachas que acudieron en masa a su llamada a sabiendas que únicamente existía un único puesto disponible, que tratan de echar las culpas a su vez a la esposa del desempleado ya que debido a su desvergüenza consiguió burlar el orden de la cola para hacer la prueba antes que sus predecesoras… Vamos la búsqueda del culpable y no de la raíz del problema tan típica de los países mediterráneos, incluida nuestra querida España. Nadie parece querer asumir sus responsabilidades, achacando la culpa a la última tonta que en realidad se trata de una víctima de las miserias de un sistema corrupto en el que la reflexión y la capacidad de auto-crítica se identifican por su inexistencia, que solamente contará con el amparo de su tranquilo y sosegado marido que escupirá en la frente de los acusadores la auténtica verdad del embrollo: la verdadera culpa del accidente la tiene la falta de solidaridad, la ambición, la indecencia y la irresponsabilidad de toda la sociedad italiana, empezando por los ricos y poderosos que escudan su dejadez y falta de control en su inexistente falta de recursos que enmascaran su ambición capitalista por acumular riquezas, pero tocando del mismo modo a los proletarios que no dudan en venderse al mejor postor con la única recompensa de sobrevivir en un mundo ajeno a los mínimos requisitos precisos para la supervivencia —inolvidable y demoledora sin duda esa secuencia en la que una desamparada muchacha trata de localizar entre los acusados sitos en la comisaría al abogado para tratar de adivinar si aún sigue vacante el puesto de mecanógrafa ofrecido antes del accidente—.

A pesar de que la cinta ostenta un soterrado mensaje de denuncia política, De Santis evita hacer sangre y derramar bilis, huyendo por tanto de esa demagogia barata que suele afectar negativamente al cine de crítica social. De esta manera, el cineasta italiano logró dibujar una hermosa fábula de tintes claramente humanistas y solidarios, que exhibe a la perfección la personalidad del pueblo italiano —y yo diría que también trasladable a la España de posguerra y actual—, con sus envidias y sus desdichas, una sociedad más interesada en las desgracias ajenas y el amarillismo periodístico —magníficamente retratado por el italiano a través de la inclusión en la trama de esos obscenos reporteros que bajo la escusa de querer informar al pueblo lo único que persiguen es engordar su ego personal— que en el beneficio del vecino. Y ello fue logrado por el director de Arroz amargo gracias a una hermosa fotografía en blanco y negro de talante muy documental que da fe del ambiente de la época, pero también con las enormes aportaciones de todo el elenco de actores que sencillamente están magníficos cada uno de ellos en sus respectivos roles, sacando de cada escena la esencia de vida que precisa una película neorrealista que capta la realidad en su más puro sentido, ajena a fricciones con la ficción y los artificios impostados, conquistando con ello la emoción del espectador más allá de espacios y tiempos. Sin duda una obra cumbre de la historia del cine italiano que no pueden perderse.

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