Quince balas (Gordon Douglas)

Quince balas

El western es el género por antonomasia del cine, aquel que me hizo amarlo desde mi más tierna infancia. No existe ninguna categoría fílmica que ostente una riqueza temática tan diversa, pudiendo abrazar sin ningún complejo los arquetipos del drama psicológico, la comedia disparatada, el cine negro, el melodrama, el cine de acción, el bélico y el romance, ofreciendo resultados que van más allá del puro entretenimiento para tocar el cielo fílmico a través de historias inspiradas en las obras Homéricas y en las tragedias del siglo de oro. El espíritu de conquista, la traición, los celos, la locura, el racismo, el instinto de supervivencia en condiciones de extrema adversidad, el honor, la batalla entre el bien y el mal, y la dignidad son rasgos característicos de las películas del oeste, temática que suele ser considerada como trasnochada y fascista por un amplio sector de espectadores. Desgraciadamente esta falacia se ha injertado en el ADN de muchos jóvenes que huyen despavoridos con el solo hecho de oír mencionar la palabra western sin que esté en su ánimo experimentar las sensaciones que produce visionar una película de este extraordinario género.

Me rondaba una seria duda en la cabeza a la hora de elegir un western, más o menos desconocido para el gran público, que resultara interesante exhibir en la web de cine maldito. Mi dilema consistía en tratar de discernir si escogía un western psicológico de tintes negros narrado con unos originales flash back (una magistral y creo que desconocida película titulada Pursued) filmada por uno de mis directores favoritos del género, el gran Raoul Walsh, o seleccionar una pequeña joya muy marciana del enérgico Gordon Douglas, autor que exige una clara reivindicación. He optado por esta última opción sencillamente por el hecho de sacar a la luz una obra que a su modo, dentro de los esquemas del cine de acción y entretenimiento, esboza las principales líneas que delimitaron el giro que tomó el western en los años cincuenta gracias al empuje autoral de una nueva generación de magníficos realizadores encabezados por Anthony Mann, Delmer Daves, John Sturges, Budd Boetticher, Burt Kennedy (guionista de la película reseñada), y el propio Gordon Douglas.

Quince balas –estrafalaria traducción del original Fort Dobbs- se sitúa temporalmente en la época en la que el western empezaba a mezclar los fundamentos clásicos -en clara decadencia- con los paradigmas del western crepuscular que acabarían triunfando en los años sesenta. Los nuevos directores prestaban una mayor atención a la figura del pistolero solitario y antisocial que perseguido por el peso de su pasado acabará expiando sus perniciosos actos después de emprender un revelador viaje en compañía de los miembros de una pionera comunidad o de los miembros de una pequeña familia que enderezarán el azaroso camino del héroe Shakesperiano.

Quince balas

La cinta se beneficia de la tajante dirección del siempre vigoroso Gordon Douglas que ya se había asentado plenamente en el género con títulos como Solo el valiente, La novia de acero y Grandes horizontes y que posteriormente pondría la guinda con las míticas Río Conchos y Chuka y de un guión exento de efectismos literarios y basado principalmente en los recursos de la acción y aventura visual del mítico Burt Kennedy, guionista que posteriormente desarrollaría una espléndida carrera como director. La magnífica Quince Balas presenta las principales señas de identidad de los westerns de Douglas caracterizados por un uso muy seco y explícito de la violencia, la prevalencia de imágenes sobre diálogos, una fotografía que resalta la belleza del paisaje, el culto al individualismo,  la amenaza india -es uno de los directores con mayor presencia de cargas y matanzas indias- y final en un fuerte en el que asistiremos a una cruenta batalla entre el hombre blanco y una horda de indios hambrientos de sajar las caucasianas cabelleras de sus contrincantes (en las que no siempre el hombre blanco sale victorioso).

Sorprendente es el rol de pistolero honesto y antisocial interpretado por el hierático Clint Walker, un actor cara de palo radical. Su negada actitud para dotar al personaje de contenido dramático viene muy bien a la historia, obsequiando al protagonista de un carácter autómata que le origina dificultades para establecer relaciones espontáneas con sus semejantes. En el papel femenino nos encontramos a la guapísima Virginia Mayo en uno de sus últimos grandes papeles, e igualmente la cinta cuenta con la presencia del siempre solvente Brian Keith en el papel del villano comanchero antagonista del héroe de la historia. Como grata sorpresa Gordon Douglas resuelve introducir en la historia a  un niño (muy habitual en los westerns de los cincuenta gracias al enorme éxito de Raíces profundas) que establecerá una relación de amistad cuasi paterno filial con el pistolero. El actor encargado de interpretar al infante no es otro que Richard Eyre, o lo que es lo mismo el genio de la lámpara de la mítica Simbad y la Princesa.

La primera escena de la película adopta los paradigmas clásicos del género mostrando la entrada a caballo de un solitario pistolero, llamado Gar Davis, a un pequeño poblado del oeste en medio de una misteriosa tormenta de arena. Davis busca venganza y pese a la advertencia del sheriff del pueblo para que abandone el lugar, Davis culminará su vendetta asesinando a un antiguo enemigo. Perseguido por una patrulla, Davis huirá a través de territorio comanche y encontrará la oportunidad de engañar a sus perseguidores al toparse en su escapada con el cuerpo mutilado de un hombre blanco que yace inerte en medio del desierto. El pistolero intercambiará su chaqueta con la del muerto para simular su propio asesinato a manos de los comanches y así desembarazarse del pelotón que sigue sus pasos.

Quince balas

Una vez urdido el engaño, arribará a un pequeño rancho insertado en territorio comanche  habitado por Celia Gray y su hijo Chad que esperan el retorno del cabeza de familia que se halla de viaje. La hacienda será atacada por los comanches lo que obliga a retirarse de la propiedad a Davis junto a la familia, iniciándose de este modo un desesperado viaje a través de territorio hostil con destino al Fuerte Dobbs. A lo largo del itinerario se producirán escaramuzas con los indios, topándose nuestros héroes con un misterioso personaje llamado Clett que descubriremos que es un comanchero que está vendiendo rifles de repetición a los Comanches.

En el avance de la trama un malentendido hará creer a Celia que Davis ha asesinado a su marido (que era el moribundo cuya personalidad suplantó el vengativo Davis en el transcurso de su escapatoria), colmando este hecho de escenas de alta tensión entre el pistolero y los Gray, pese a los esfuerzos de Davis para convencer a los Gray de su inocencia. Como hemos reseñado anteriormente la película culminará con el típico duelo entre el protagonista y el comanchero que sirve a nuestro héroe como medio de purificación de su alma logrando la ansiada redención y con un espectacular asalto Comanche al fuerte en el que busca refugio la familia protagonista, de gran intensidad y magníficamente rodado por Douglas por medio de un eficaz montaje en el que hace gala de su gusto por la extrema violencia.

Es muy destacable la espectacular fotografía en blanco y negro embellecedora de  los salvajes parajes de Arizona. De enorme nostalgia para los cinéfilos amantes del cine de John Ford resultan las escenas rodadas en los legendarios peñascos y promontorios de Monument Valley, fácilmente reconocibles por su extrema belleza y característica apariencia. De una violencia seca, dura, gran belleza paisajística, ritmo aventurero y tremendamente entretenida, Quince Balas es una joya escondida del western clásico poseedora de un claro lirismo clásico que convive con los nuevos esquemas rupturistas en los que la aventura impera sobre la idealización del oeste como paraíso mítico dominado por el hombre blanco.  Una cinta que demuestra que el western es un género inagotable que siempre nos puede sorprender con muestras enterradas de su singular y magistral arte.

Quince balas

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