John Crowley… a examen

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John Crowley seguramente esté atravesando los mejores meses en su vida profesional. Su última película, Brooklyn, ha cosechado una presencia muy relevante a nivel internacional que le ha hecho acaparar buenas críticas, un cierto éxito de taquilla y premios a un lado y otro del Atlántico. Pero más allá de la calidad de este film, es necesario echar la vista atrás para descubrir otras obras de su carrera que hoy día ostentan igual o mayor relevancia artística. Boy A, su segunda cinta que vio la luz en 2007, es una de ellas.

Boy A comienza con la charla entre un joven y un adulto después de que el primero, de nombre Eric Wilson, reciba su libertad de la cárcel donde ha estado recluido los últimos años. En esa conversación se revela que Eric, a consejo de su tutor, debe abandonar su antigua identidad y comenzar una nueva vida en otro lugar diferente bajo el nombre de Jack Burridge. Un reinicio total, de manera que nadie llegue a conocer nunca ese oscuro pasado que de momento también se oculta al espectador.

La premisa inicial de Boy A tiene un evidente punto de enlace con el film protagonizado por Saoirse Ronan. Efectivamente, Jack Burridge debe empezar de cero en un nuevo lugar, como hacía Eilis en Brooklyn, desconociendo muchos de los nuevos patrones sociales y técnicos que están tomando forma en su nuevo destino. Ambos han dejado atrás un poco estable entorno familiar y otra gente que de una u otra manera era capaz de tener una gran influencia en su toma de decisiones y no siempre para bien. Para comenzar con su nueva vida, nada mejor que conseguir un trabajo aunque sea algo precario, ganando algo de dinero mientras tratan de eliminar barreras sociales con sus conocidos, especialmente por la distancia virginal que aún les separa respecto al sexo opuesto.

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En el anterior párrafo está condensada la práctica totalidad de los nexos de unión que se pueden establecer entre Boy A y Brooklyn. Crowley no guioniza sus películas –las cuales, además, están adaptadas de sendas novelas–, de ahí que no se pueda establecer un patrón claro de forma general, debiendo buscar las diferencias en pequeños detalles como los ya comentados o en el propio estilo de puesta en escena del cineasta. Sin embargo, esto último tampoco se mantiene de una cinta a otra; si bien se pueden rescatar diversos símiles en cuanto a la construcción de planos, existen diferencias muy claras que hacen difícil situar ambos trabajos en la misma cesta. Por si fuera poco, el uso de la banda sonora –sólo extradiegética en un par de escenas– y la sucia fotografía que presenta Boy A agrandan aún más tales diferencias.

En Boy A se junta la narración en tiempo presente del Jack Burridge que busca rehacer su vida con un relato en flash-back que nos sitúa en su infancia, cuando un desnortado Eric Wilson prefería patear las calles antes que sentarse en el pupitre de su clase. Con el paso de los minutos queda establecida una atmósfera ciertamente intrigante, al conocer la personalidad que define al protagonista antes de los detalles que conciernen a su pasado. Boy A no es más –y no es menos– que una historia de redención pura y dura, de cómo el individuo debe luchar por que los demás olviden lo que sucedió a la vez que batalla por algo aún más complicado: que su propia conciencia también consiga borrar los recuerdos.

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Así, Boy A adquiere un tono cada vez más oscuro, culminado en un final que provoca un nudo en la garganta. De índole mucho más dramática que Brooklyn, la cual incluye ligeros tintes de comedia y nunca abandona una senda algo paternalista respecto al espectador, Boy A es una película mucho más seria, si se permite tal adjetivo: no sólo deconstruye casi sociológicamente las actitudes de todas las personas implicadas en la trama, sino que lo realiza con un sentido del ritmo cinematográfico más que interesante, administrando sabiamente las dos narraciones que maneja para lograr que sus respectivos clímax se fundan en uno solo, aterrizando en un desenlace que no podía haber sido filmado de otro modo. El Andrew Garfield pre-Fincher que más tarde se estrellaría con el reinicio de Spider-Man –curiosa y premonitoria la escena en la que el niño Eric Wilson se pone a imitar al superhéroe– tiene buena culpa en toda esta obra, completando correctamente una actuación nada sencilla.

Por tanto, Boy A y Brooklyn toman caminos tan diferentes que es complicado valorar el trabajo de John Crowley como una pieza orquestada en cada proyecto. Lo positivo es que, pese a tomar carices tan diferentes, el director irlandés culmina dos películas notables y no precisamente por azares del destino, sino por saber dominar la puesta en escena dependiendo de la situación: abrupta para una película dura como Boy A, más aseada en una cinta que no esconde tanto pesimismo como Brooklyn. Recomendable echar un vistazo a ambas, ya que no necesariamente el gusto/rechazo por una conlleva idéntica opinión respecto a la otra.

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