Hasta los huesos: Bones and All (Luca Guadagnino)

«You want it darkerWe kill the flame»

You Want It Darker, Leonard Cohen

Luca Guadagnino tiene una plena vocación por la reinterpretación de lo reconocible. Su interés va algo más allá de hacer remakes o adaptaciones de novelas, lo que realmente le interesa es aferrarse a una historia que le ha parecido interesante y exprimir su esencia hasta reproducir algo con entidad propia, prácticamente ajeno a la concepción originaria, pasando por encima de ella. No hay que olvidar el revuelo que ocasionó su Suspiria donde poco mantenía de la visión de Dario Argento a parte de los cimientos de la escuela de baile. También está esa historia de amor con la que conectó a todos los niveles a través de la desgarbada inocencia de Timothée Chalamet en Call Me by Your Name. Nada es nuevo, pero de cada una de estas inmersiones se puede extraer la “esencia Guadagnino”.

Ahora se aferra a la novela Bones and All, escrita por Camille DeAngelis, donde confirmar que a este realizador le intrigan más los personajes que la narración en sí, esas almas perdidas que acaban cruzando de algún modo sus caminos para olerse. Del concepto inicial rescata a su protagonista y su sensorial canibalismo, siendo ya ajeno a la estructura y detalles que se describen en el libro, cambiando una madre por un padre, unos recuerdos en primera persona por unas grabaciones en cinta, la comodidad que da la mayoría de edad para viajar con una mochila al hombro… Guadagnino pule a través del guion de Dave Kajganich (que ya adaptó para él Cegados por el sol Suspiria) una historia interna para darle una multiplicidad visual tan afín al cineasta.

En Hasta los huesos seguimos los sinuosos instintos de Maren (Taylor Russell), de la que nos permiten ver cómo la comodidad, la cercanía y la intimidad con una persona se transforma en voraz apetito, algo sensual, casi adictivo y tremendamente peligroso. La exposición de Maren en la película es algo más que la de una caníbal olisqueando apetitosos vivos, tiene algo de emancipación, de autoconocimiento y de la necesidad de cerrar capítulos para abrirse a nuevos territorios inexplorados. También subraya algo muy simple y sofocante como el primer amor, solo que su historia sortea los márgenes de la sociedad y la forma de encajar como individuo entre la masa, pero no necesita ambigüedades psíquicas para ello al personalizar sus complejidades a través de su condición de persona que se come a otros. Para el amor, y también para profundizar en ese límite del vagabundeo por el mundo casi idealizado, su protagonista se cruza con Lee, una especie de alma gemela junto a la que adaptarse a la idea de no ser única ni cometer un pecado capital. Pronto lo bucólico se mezcla con lo salvaje, la intimidad se inunda de secretos y el viaje parece convencernos de esa necesaria aceptación que debe asimilar Maren. Lo que cantan Arcade Fire en Ready to Start («mi mente está abierta de par en par, y ahora estoy lista para empezar») daría forma a sus inquietudes paralelas al vampirismo de la carne y el cuerpo.

Hay que tener en cuenta que si el implicado es Luca Guadagnino, la estética visual y musical son un subrayado constante, como cromos coleccionables de cultura pop a plena luz del día, o bañados en intensísimas y orondas lunas. Leonard Cohen es solo uno de los invitados a evocar escenas inolvidables por asociación, junto a grupos como New Order o Joy Division, con esa intención de hacer bailar unas escenas al son de las otras. Porque en ocasiones la intimidad es estática, a flor de piel, y en otras una batería de objetos inconexos simulan un acontecimiento. Hay viajes en carretera propios de anuncio de coches o química amorosa más afín a un anuncio de vaqueros, y aún así se intuye en todo momento el artífice de tanto bucolismo americano. No es inolvidable, pero sí fascinará a unos cuantos su pericia ilusoria.

Lo que sí es tremendísimo y todo un descubrimiento es el hombre del sombrero con pluma y la trenza bien protegida en la maleta. Mark Rylance perpetúa un personaje secundario perfeccionista y terrorífico que eleva Hasta los huesos de una forma impredecible con su sola presencia. Este solitario sureño en manos de tan infalible actor consigue evocar un enamoramiento instantáneo por su extrañeza y latente peligrosidad. En realidad Hasta los huesos está llena de personajes peculiares, expuestos como narradores de la más variopinta estofa entre devoradores de almas, todos interesantes e intrigantes, pero Sully es único como ser inquietante, un pequeño objeto de deseo dentro de la parafernalia del realizador italiano.

Y sí, puede que el amor propio y compartido sea el mensaje que se radia más allá de las casetes que escucha Maren, pero parece quizá que lo que rezuma con más fuerza es un interesante estudio de las neuras individualistas de Guadagnino, sin conseguir que sea una película que devorar hasta no dejar… ni los huesos.

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