City of Wind (Lkhagvadulam Purev-Ochir)

Capítulo 4: Contextos exóticos para conflictos mundanos.

En el capítulo anterior hablábamos de la importancia del espíritu de una obra por encima de su técnica. Algo que viene muy al caso con la propuesta que nos ocupa, City of Wind. No es que pretendamos comparar a Marc Ferrer con una película cuyo contexto, rasgos culturales, e incluso localización difieren tanto. Sí, es evidente que Ulán Bator no es Barcelona y que los conflictos amorosos de un transexual poco se parecen a los dramas románticos de un Gen Z en conflicto con su espiritualidad chamánica.

No obstante, en el fondo, si hay conflicto en el sentido humanístico del término. Y aquí radica sin duda el principal problema de City of Wind, que en su búsqueda afamada por explicar tanto el contexto como lo íntimo acaba perdiéndose en un vacío más cercano al exotismo paisajístico que en un análisis más certero del drama personal.

La sensación que sobrevuela (nunca mejor dicho por el abuso continuo de planos aéreos) es que Lkhagvadulam Purev-Ochir está más preocupado en hacer entender a una audiencia foránea los pormenores de la sociedad mongola que de adentrarse sin reparos en la vida de su protagonista. Y sí, cierto es que el contexto puede resultar de ayuda, pero en el caso que nos ocupa unas simples pinceladas hubieran bastado. Al fin y al cabo, los problemas de la adolescencia tienen un carácter universal más allá de su geografía. El primer amor, el abandono, la soledad, la dicotomía entre la obediencia y la rebelión contra el adulto son sensaciones comunes que se explican por sí mismas más allá de su ubicación.

Y ahí es donde falla Purev-Ochir. Tanto en no saber focalizarse en alguna de las múltiples subtramas, más proclives a ser callejones sin salida que a tener desarrollo, como en una escritura perezosa que prima el tópico superficial por encima de cualquier atisbo de profundidad. Hay demasiados saltos argumentales, demasiadas motivaciones no explicadas y, sobre todo, demasiada falta de claridad en el propósito último. Es evidente que el conflicto principal se centra en una espiritualidad que parece perderse ante las tentaciones de la modernidad, pero nunca se toma una posición concreta ante ello. ¿Es lo correcto? ¿Es lo normal? Ni tan siquiera, a riesgo de caer en lo moralizante, se opta por una posición conservadora al respecto.

Si a todo ello se le suma una realización plana, que toma siempre la decisión formal menos arriesgada, acabamos sumidos realmente en una experiencia inmersiva consistente en hacer de las llanuras de Mongolia la planicie fílmica que resulta City of Wind. Una película cuyo principal defecto es que en su intento de abarcar muchas cosas acaba por no decir nada. Uno no sabe si es un drama, una comedia adolescente (a ratos), una exploración de la espiritualidad ancestral en Mongolia o un ejercicio de vistas panorámicas con pequeña excusa argumental.

En definitiva un film que adolece de aquello que justamente parece buscar con ahínco a través de una poética tranquila y al mismo tiempo fallida: alma, humanidad y una conexión emocional que, por desgracia, brilla por su ausencia.

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