El idiota (Ivan Pyryev)

El cine producido en la Unión Soviética puede mostrarse orgulloso de haber traducido al lenguaje cinematográfico algunas de las mejores adaptaciones de las grandes obras de la literatura universal. Recuerdo oír a alguien pronunciar aquello que resulta imposible superar la magia desprendida por un buen libro. Axioma rebatido por los mitos del cine soviético quienes lograron moldear fascinantes píldoras cinéfilas trasladando al séptimo arte los parajes y moralejas de los Hamlet, Otelo, El Rey Lear, El Quijote... así como de las perlas de la literatura rusa emanadas de las plumas de Gogol, Tolstói, Gorki o Fiódor Dostoyevski. A este último pertenece una de las obras más fascinantes del cine soviético: El idiota dirigida en 1958 por Ivan Pyryev, uno de los magnates de la Mosfilm (fue director de la compañía durante un pequeño período de la década de los cincuenta) y nombre de prestigio en el ambiente artístico ruso pues igualmente fue uno de los encargados de fundar el sindicato de directores cinematográficos de la extinta URSS.

En primer lugar hay que destacar que nos encontramos ante un capítulo descomunal del cine made in Unión Soviética tanto desde el punto de vista formal como desde el maldito. Pues El idiota pertenece a ese grupo de películas inacabadas a las que no les hace falta ningún retoque adicional para hacer brotar su poderoso influjo. Sí. Al igual que El Sur de Erice, ¡Qué viva México! e Iván el Terrible de Eisenstein o Una partida de campo de Renoir, ésta es una obra inconclusa de la que solo existe la primera de las dos partes de las que iba a estar compuesta. Pero creo que este hecho la convierte en una delicia aún más sabrosa si cabe. Pues la inexistencia de continuidad para ese final tan abrupto, abierto y poético que finiquita el que iba a ser el primer segmento del film permite acrecentar un misterioso embalaje que conserva fresco el sabor de un plato que no ostenta fecha de caducidad en su etiquetado.

La sinopsis nos cuenta la historia del Príncipe Myshkin, un joven ingenuo y sin maldad (sacudido por una sangrante epilepsia en la novela que Pyryev se encarga de ocultar en la cinta) que arribará a su San Petersburgo natal desde Suiza con el fin de solicitar la ayuda de sus parientes lejanos e iniciar una nueva vida, pues Myshkin es uno de esos aristócratas sin oficio, beneficio ni dinero que llevarse al bolsillo. Durante el trayecto de regreso en tren nuestro héroe tropezará su destino con dos burgueses de carácter un tanto violento. El comerciante y nuevo rico Rogozhin y su subordinado Lébedev, quienes conversarán con Myshkin acerca del fatal destino que aguarda a un antiguo amor de Rogozhin, la bella y fría Nastasia Philippovna, una huérfana que fue adoptada por un acaudalado caballero y que se halla en medio de un contubernio que trata de arreglar su matrimonio a cambio de una importante suma de dinero con un pequeño burgués afectado por unos acuciantes problemas económicos .

Prendado por ese relato Myshkin se presentará en casa del General Yepanchin con el fin de conseguir alojamiento y protección. Sin embargo el carácter fanfarrón y descarado del militar únicamente inducirá a la mofa y el desprecio respecto a la figura de un Myshkin carente de egoísmo y ambición. Durante la estancia en la residencia de Yepanchin el recién llegado conocerá a Ganya Ivolgin, ese arruinado burgués que trata de estrechar lazos con Nastasia Philippovna, pero que en realidad está enamorado de una de las hijas del General. La pericia para la caligrafía mostrada por el joven príncipe atraerá la atención de la esposa e hijas de Yepanchin, sobre todo de la hermosa Aglaya quien tratará de despertar los celos de su amante Ganya al enterarse por el misterioso invitado del posible enlace de éste.

La película seguirá los pasos de Myshkin una vez abandonada la residencia de Yepanchin hacia la casa de la familia de Ganya, quiénes la han convertido en una especie de parador que alberga entre sus paredes a toda una galería de holgazanes y antiguos terratenientes que apenas pueden pagar su hospedaje. Albergue en cuyo seno explotará un torbellino de pasión, recelos y odios con la llegada por sorpresa de la indomable Nastasia Philippovna que acudirá con la intención de cerrar su matrimonio con Ganya a pesar de la oposición de la estirpe de éste. El aterrizaje de ese torrente con sombra de mujer desvelará a Myshkin quien había quedado prendado de su belleza al observar el retrato que le mostró en el tren su conocido Rogozhin, quien asimismo también se presentará en el hogar de los Ivolgin para reclamar la mano de su enamorada a cambio de una ingente cantidad de dinero. El film concluirá con la celebración de un baile en el domicilio de Nastasia y el derretimiento de un pérfido enredo de amor y desamor que culminará con el abandono del hogar por parte de la joven rumbo a un destino desconocido en compañía de Rogozhin. Partida que será perseguida por un Myshkin cuya humildad y pureza será rechazada por una Nastasia incapaz de corromper un alma inmaculada limpia de miseria.

Así se notificará el fin de la primera parte y a la postre definitivo de la película. Una obra sublime, portentosa e hipnótica, sin duda todo un regalo para los que amamos la concepción y el arte cinematográfico. Visualmente la cinta no tiene rival. Fotografiada con colores vivos, con un rojo predominante que embosca la quietud del espectador creando de este modo una atmósfera enrarecida y enfermiza que impacta directamente en la mente de quien osa a enfrentarse sin protección a esta pieza de arte. La iluminación del film es otro de los puntos fuertes. Una luz impostada, artificial, que esboza un halo gótico y fantasmal sin necesidad de emplear complejos trucos ópticos. Resplandores poéticos que encienden el fuego interior de los protagonistas con el único instrumento de unas vetustas velas que alumbran con su exiguo foco las estancias y habitaciones donde tiene lugar la acción. Unas velas que van consumiéndose poco a poco, en paralelo con la serenidad y consciencia de los actores, erigiéndose como unas protagonistas adicionales que se apagarán lentamente a medida que una locura incontrolable hará acto de presencia cubriendo con su oscuridad el fulgor de las candelas.

En lo que respecta al montaje y estructura cinematográfica El idiota hace gala de las virtudes y proclamas propios del séptimo arte soviético. Un montaje esquizoide, loco e innovador que se aprovecha de una cámara situada en dos entornos claros: uno a cincuenta centímetros del suelo con el objetivo de englobar en una sola toma la profundidad de los habitáculos y escenarios que recorren los protagonistas y el otro a la altura de los rostros de los personajes con el propósito de introducirnos en su psicología así como en las peripecias retratadas por Pyryev con gran talento engatusador. La fotografía es precisa y pulcra, pero alejada del tono académico del viejo Hollywood. Tomas innovadoras apoyadas en unos alucinantes ‹travellings› que dotan de una movilidad y agilidad innata a una puesta en escena planificada hasta el más mínimo detalle, siendo especialmente memorable el paseo de Nastasia Philippovna al abandonar la casa familiar de Ganya, un plano secuencia construido por una toma en grúa que recorre sin que casi seamos conscientes la profundidad del escenario donde ha tenido lugar la presentación de este personaje femenino. Tampoco son escasos esos primeros planos de los rostros descompuestos de los actores iluminados con una luz demoníaca. Unas caras que nos miran de frente, desafiantes, dialogando con los espectadores desde otra dimensión. Contrapuestas unas con otras gracias a un montaje marca de la casa Eisenstein (con quien Pyryev trabajó en sus comienzos en el cine) infiltrándose de este modo tan portentoso en su psique durante el desarrollo de las escenas más desgarradoras y arrebatadas.

Otro aspecto fantástico que posee el film es su ritmo trepidante. Casi sin dejar respiro al espectador, nos contará múltiples cosas en tan solo dos horas de metraje y empleando únicamente cuatro emplazamientos escénicos: el tren, la casa del General Yepanchin, el hogar de los Ivolgin y la sala de baile perteneciente al padre adoptivo de Nastasia que será el desencadenante del desenlace. Cuatro espacios perfectamente acotados que se elevan como pequeños hábitats morados por una gama de comediantes a cual más extravagante y obsceno.

Porque otra de las genialidades que guarda el espíritu de El idiota es su capacidad para examinar el temperamento de sus figuras. Seres egoístas, enfermos de mezquindad, adoradores del dinero por encima de cualquier otra cosa, dogmáticos, esnobs, crueles contra el prójimo, displicentes y frívolos, entusiasmados por el cotilleo y el alcohol. Almas ruines que solo se mueven por el sonido del vil metal. Ante este panorama desolador Pyryev supo contraponer el talante tímido, cándido y casi invisible del personaje que da título al film. Ese idiota interpretado como los ángeles por el legendario Yuriy Yakovlev en una de las mejores recreaciones de su carrera en un rol casi testimonial. Pues Myshkin emergerá como una especie de testigo omnisciente centrado más en narrar los acontecimientos que en desempeñarlos. Este es uno de los puntos que más me gustan del film. El idiota no es más que un recurso. Una excusa para desgranar la malicia que empapa la sociedad de la Rusia de finales del siglo XIX mimetizada con esa sociedad occidental que ha sido guiada por la muerte, la corrupción y el ejercicio del poder sin frenos desde que el mundo es mundo. Yakovlev imprime un halo virginal a su personaje, presentándolo como una víctima del sistema. Como alguien incapaz de encontrar un sitio en el que sentirse a gusto. Una presa fácil orientada por la bondad, la falta de codicia y la práctica de la generosidad y la dulzura. Un ente honesto atacado por una colectividad hipócrita e interesada que acabará devorando el liderazgo de la escena, relegando al joven Myshkin a un rol meramente secundario, como una marioneta cuyos hilos son manejados a su antojo por esos cortesanos que se ríen de las desgracias ajenas.

Todo lo comentado convierte a El idiota no solo en una de las mejores adaptaciones jamás realizadas sobre cualquier obra de Fiódor Dostoyevski, sino igualmente en una de las cumbres del cine erigido en la URSS en toda su historia. Una obra maestra imperecedera por la que no parece haber pasado el tiempo. Una película de lindes renovadoras. Llevada a cabo en la época de oro de la Mosfilm, hecho que contribuye a esa arquitectura enérgica y magnética sostenida por un montaje y una concepción formal que imparte cátedra por sí misma. Una cinta vanguardista de primer nivel que a pesar de contar con tan solo cuatro escenarios infunde la sensación de haber hecho viajar al público a través de un laberinto exótico alumbrado por unas velas tan tétricas como inspiradoras.

El maestro Ivan Pyryev volvió a probar suerte con el imaginario de Dostoyevski una década después, adaptando junto a un equipo de gala la novela Los hermanos Karamazov esta vez sí en su totalidad con casi cuatro horas de duración. Quizás de haber existido una continuación de este El idiota nos hubiéramos topado con una obra aclamada sin fisuras. O quizás ello hubiera propiciado la caída en la rutina de una obra que alberga como principal virtud su ritmo desenfrenado y regenerador incompatible con la monotonía. Una obra maestra que merece un aplauso sin reservas y prolongado así como un lugar en el Olimpo de las películas que son necesarias disfrutar antes de morir.

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