La alternativa | Hércules en el centro de la Tierra (Mario Bava, Franco Prosperi)

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Aprovechando que Renny Harlin está a punto de estrenar su propia visión del mito de Hércules, quizás convenga recordar que, en lo cinematográfico (o particularmente en lo cinematográfico), este personaje heroico ha estado siempre ligado a Italia, ya desde la inaugural Hércules de Pietro Francisci (cinta que iniciaba el género péplum) y no a los EE.UU. (donde apenas destaca la serie que protagonizó Kevin Sorbo y la animada –e infravalorada– adaptación de Disney). De hecho, su figura puede considerarse como el epítome de ese subgénero de aventuras esencialmente italiano cuyas bases temáticas y estéticas ya se podían rastrear en la silente Maciste en el infierno, de Guido Brignone. Este cine épico situado en la Antigüedad (griega y romana, fundamentalmente) y a menudo fermentado en las fuentes de la mitología, se desplegó a través de una serie de personajes legendarios (aparte de los citados Maciste y Hércules, cabe destacar a Ursus, otro héroe fuertemente explotado por la cinematografía italiana) que, como siempre en el cine popular y de explotación, dieron pie a una amplísima gama de películas volcadas en sus respectivas hazañas. Cine generalmente simple y derivativo, cuya principal razón de ser consistía en extraer el mayor beneficio económico posible y ofrecer noventa escasos minutos de diversión desprejuiciada al espectador. No obstante, en esta órbita de entretenimiento lúdico y desprovisto de mayores pretensiones artísticas e intelectuales, también trabajó gente cuyo talento y creatividad estaban muy por encima de las propias exigencias del género. Es el caso de Sergio Leone, Riccardo Freda, Sergio Corbucci o, muy especialmente, Mario Bava, autor de esta adaptación que hoy nos ocupa, sin duda, una de las más personales y sugestivas de toda la serie de películas que sobre Hércules se han realizado.

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La elección de Mario Bava no fue casual. En su labor como director de fotografía, ya había prestado su talento a Francisci en las dos primeras cintas sobre el personaje, Hércules (1958) y Hércules y la reina de Lidia (1959), así como en otras macro-producciones tales como La batalla de Marathon (1959) o Esther y el rey (1960). Asimismo, sus pinitos como director los inició de la mano de directores de la talla de Freda, Tourneur, Camerini y Corbucci, codirigiendo primerizas obras de formación (Ulises, Caltiki, Los vampiros…) que le permitieron ganar en confianza a la hora de abordar la realización de Hércules en el centro de la Tierra (1961), una obra que, pese a estar dirigida a cuatro manos junto a Franco Prosperi, se siente eminentemente suya. Es sorprendente cómo, siendo un director prácticamente novel (la única película que había realizado en solitario hasta la fecha era la mayúscula La máscara del demonio), había logrado ya afianzar una poética personal tan férrea y reconocible, labrada a través de una intensa riqueza cromática que, en el título que nos ocupa, estalla en la retina del espectador de forma completamente embriagadora. También extraña la solidez que transmite Bava en la confección de la puesta en escena. Aunque elogiado siempre por su extraordinario dominio del color, siempre he defendido que también era un maestro supremo en el arte de colocar y mover la cámara, en la elaboración y primorosa exploración del cuadro, que acometía con tanta elegancia como sentido. Sin alcanzar los niveles de neta perfección de El cuerpo y el látigo (clásico que urge reivindicar), en Hércules en el centro de la Tierra vuelve a corroborar su pericia e imaginación mediante una dirección vigorosa y llena de detalles creativos.

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El resultado de este péplum enclavado en la edad dorada del género es, por todo ello, inesperadamente bueno. Una fabulosa combinación de aventuras épicas, fantasía y terror que funciona gracias al tono profundamente cohesionado con que Bava alterna todos estos elementos, imbuyendo la narración de un sense of wonder espectacular que engolosina la mirada con su uso casi onírico del color y con una imaginación escénica constante que, llegado el punto determinante de la llegada de Hércules a las entrañas de la Tierra, logra momentos de sublime perturbación estética. El reparto, encabezado por el cumplidor aunque insípido Reg Park (sustituyendo al más célebre Steve Reeves, figura clave del género), se beneficia particularmente de un elenco de secundarios apetitoso: tanto Christopher Lee, componiendo un villano a la altura de la función, como la galería de hermosas mujeres que se cruzan en la odisea de nuestro héroe (Leonora Ruffo, Ida Galli, Rosalba Neri) aportan frescura a un espectáculo colosalista y brillante que permite a Bava explotar su particular sensibilidad estilística, refinada posteriormente en títulos imprescindibles como Las tres caras del miedo o Seis mujeres para el asesino. En definitiva, un péplum como la copa de un pino y, para servidor, una de las más quintaesenciales piezas de cine dionisíaco que nos legó la cinematografía italiana en la década de los sesenta, tan rica siempre en materia de cine popular.

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