Iron Sky (Timo Vuorensola)

Cabría cuestionarse el “malditismo” de una obra como Iron Sky, último trabajo del finlandés Timo Vuorensola (Star Wreck: In the Pirkinning, 2005), una película de ciencia ficción de escaso presupuesto (completado mediante una estrategia de donaciones por internet) que recoge las bases del cine de acción de gran escala al que Hollywood nos tiene acostumbrados, aportándole un barniz corrosivo y despreocupado. Pero Iron Sky resulta una propuesta más cercana al ‹blockbuster› base de lo que un primer acercamiento pudiera sugerir. Nuestro deber sería en este caso determinar hasta qué punto su hermanamiento con el cine de acción más comercial e insípido responde a una intención crítica (lo que resulta evidente teniendo en cuenta su cinismo y su acidez), o si más bien adopta las máximas del género desde una perspectiva laxa, que termina por limitar lo que a priori son sus bazas más potentes: el humor inherente en su absurda premisa y la crítica bufa hacia el sistema político actual.

A finales de la Segunda Guerra Mundial el ejército nazi construye una base secreta en la cara oculta de la luna, en la que se esconderá esperando el momento más oportuno para invadir y conquistar definitivamente la Tierra. Ya en el año 2018, se verán sorprendidos cuando, en medio de la campaña de reelección para la presidenta de los Estados Unidos (una suerte de Sarah Palin), se decide enviar al primer hombre negro a la luna como maniobra para captar votantes. Los nazis capturarán al astronauta (modelo de profesión), tomando la inofensiva misión terrícola como una maniobra de reconocimiento preventiva. Sorprendidos, deciden dar el primer paso hacia la conquista. Así, albinizarán a nuestro protagonista sin razón aparente para realizar un viaje de exploración a la Tierra en busca de dispositivos electrónicos que permitan el funcionamiento de su máquina de destrucción masiva.

Con esta loca premisa Vuorensola construye una paródica cinta de ciencia ficción con un riguroso empleo de recursos cuyo apartado visual no tiene nada que envidiar al de las grandes producciones —¡ese cuartel general en forma de esvástica retro futurista!—. Quizá demasiado dependiente de sus logrados efectos especiales con tecnología CGI, relega a los interiores físicos a un segundo plano, resultando algunos un tanto precarios, aunque sin llegar a molestar. El culmen de la parafernalia se presenta en el tercer acto, con las tropas nazis en pleno ataque a bordo de ¡zepelines espaciales! y las naves terrícolas (excepto Finlandia) que tratan de detenerlas, en unas intensas y bien medidas escenas de acción, con un montaje digno de elogio. Lástima que la película se conforme alrededor de estas espectaculares escenas, dejando de lado un guión y unos personajes que hubieran necesitado de un mejor acabado para llegar a funcionar, resultando estos últimos por lo general planos y faltos de gancho, salvo excepciones como la del carismático Udo Kier como líder del cuarto Reich.

Si bien no parece olvidarse por completo de sus raíces de serie B, tampoco decide regodearse en la vertiente más ‹exploitation› de su condición independiente, optando por un enfoque serio y dramático que contrasta bruscamente con el humor de trazo grueso que despliega en buena parte del metraje. La caricatura como recurso a la hora de establecer una sátira resulta válida siempre y cuando esta sea mínimamente mordaz e ingeniosa e invite a una postura crítica y reflexiva, y es aquí donde Iron Sky flaquea. Sus dardos se dirigen a ridiculizar la política americana y las relaciones internacionales con una simpleza evidente y repetitiva, malgastando una inagotable fuente de humor como la que representa un aparato nazi totalmente anticuado, años después de su desaparición, reduciéndolo a poco más que un puñado villanos de opereta. Así, una obra con un potencial crítico y de entretenimiento bestial pierde totalmente el rumbo y se tambalea entre la parodia ridícula y la ciencia ficción más mainstream, dejando al espectador con la duda sobre si esta gamberra Iron Sky no podría resultar, en manos de un realizador con una mente más inquieta que la del cumplidor Vuorensola, la Mars Attacks! del nuevo milenio.

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