Zaza Urushadze… a examen

Georgia, principios de los 90. Un país absolutamente demolido por las consecuencias de la Guerra Civil de tintes étnicos y políticos que dejó devastada la ex-nación soviética tras el desmembramiento del Régimen. Así, en 1994 Georgia estaba dominada por bandas de gánsters integradas por antiguos combatientes de filas enemigas que sumieron en un caos incontrolable a un país anclado aún en viejas y violentas rencillas y odios.

De este modo arrancará The Guardian, excelente película dirigida por el desaparecido Zaza Urushadze, mostrándonos a una pareja de delincuentes acudiendo a una cita con una pandilla rival en un destartalado edificio derruido por los efectos de la guerra. Son Gio y Gogliko una pareja de compadres que, por un error de este último, se verán envueltos en un tiroteo que acabará con la vida de Gio y con los huesos de Gogliko en prisión.

Pasados dieciséis años desde aquel incidente, Gogliko será liberado dirigiéndose a su antigua ciudad para acudir al encuentro con su tía y antiguos camaradas de aventuras. Pero Gogliko sentirá que algo ha cambiado, experimentando la extraña sensación de ser un turista en su propio país. Pues todo se ha transformado radicalmente. La ciudad se ha modernizado, las pistolas y metralletas han sido sustituidas por internet y ese progreso que arrasa con todo lo que a él se opone. La antigua nación soviética se ha abierto al capitalismo acogiendo a profesoras extranjeras que enseñan inglés en el instituto y arrinconando a los colegas de Gogliko, que aún se resisten a abandonar los negocios sucios.

Se observa esa sensación de los antiguos cowboys y ladrones de diligencias que chocaron con un mundo que había cambiado al salir de sus años de cautiverio. Aquí el ferrocarril va por vías invisibles que conectan a todos los países del mundo a través de las pantallas de ordenador. Gogliko siente que su tiempo ha llegado a su fin. Tan sólo se encomendará una última misión vital: la de cuidar y ser el ángel de la guarda de su ahijado, el hijo de su mejor amigo caído por su culpa Gio, quien además de ser un brillante estudiante amante de las matemáticas y las ciencias sufrirá por el amor imposible de la hija de un político poderoso y antiguo enemigo de batallas de Gio y Gogliko, quien se negará a que su retoña consume una relación estable con el vástago de su viejo contrincante.

Bajo la premisa clásica del viejo guerrero que regresa a su hogar tras años exiliado encontrándose un mundo nuevo en el que no parece tener encaje, Zaza Urushadze regaló en 2012 una extraordinaria película tan sólida y potente como emocionante y sensible. Un drama social que no hace ascos a inyectar ciertas gotas de ácida y a la vez refrescante comedia —tan del gusto del cine georgiano— que no solo aúna entretenimiento (pues los escasos 80 minutos de metraje pasan en un suspiro) sino que asimismo indaga de un modo muy inteligente y para nada maniqueo en los recovecos de la memoria histórica reciente del país legando una reflexión humanista y esperanzadora a través de una trama que rezuma tragedia gracias a un protagonista que desde su primera aparición en pantalla augura un desenlace fatal a su existencia.

Y todo esto con una mezcolanza de géneros muy bien trenzada, salpicando el plato cocinado con ciertos aromas de western crepuscular aliñados con drama social, tragedia shakesperiana, comedia georgiana y viejos retazos de violencia pretérita sin perder un ápice de su esencia puramente reconciliadora.

Pues Urushadze construyó un relato que apuesta por la reconciliación y el perdón de los pecados pasados. Exhibiendo dos mundos opuestos aunque no necesariamente enfrentados. El de Gogliko fundamentado en la violencia, en la guerra, en las viejas costumbres que se arreglaban en un duelo a pistolas con uno de los contendientes en el cementerio y, por tanto, el universo de la destrucción y el odio. Y el de su ahijado Luka, un chaval que prefiere la construcción a la destrucción, la creación y la vida a la guerra y la muerte, el amor al odio y, por tanto, perteneciente a una generación que ansía superar los conflictos y discordias que les legaron sus antepasados. Y es esta moraleja la que engrandece un relato que no sólo se percibe perteneciente a un ámbito geográfico concreto, sino que se observa universal y extrapolable a otras geografías muy cercanas para el que escribe; ojalá esos conflictos pudieran resolverse como se logra en la película a través del amor, el perdón y la reconciliación nacional sin que ello signifique el destierro del olvido ni que ese recuerdo implique el odio a quien ostente una opinión diferente.

La película cuenta con infinidad de escenas portentosas siendo especialmente buenas las filmadas en el cementerio al que Gogliko acude a recordar a sus colegas desaparecidos en un interludio de tiempo que abarca desde 1991 a 1993. O la secuencia en la que durante un trayecto en coche Gogliko y Luka conversan sobre las cosas que debe hacer un hombre para realizarse, siendo las opciones del primero las de la destrucción y la violencia y las del segundo las del nacimiento y la creación de vida.

A través de un cuento minimalista, de historias menudas, Urushadze construyó un film trascendente y fascinante repleto de temas más que interesantes de un modo cercano y ameno para el espectador, evitando en todo momento caer en el tedio y en ese error que cometen muchas películas de tomarse demasiado en serio a sí mismas. Refrescando el ambiente con alguna escena picarona y cómica que le sienta genial a una película que cuenta con un protagonista absoluto y omnipresente sumido en la desgracia y el abandono de unas amistades que han muerto o que han cambiado tanto que ya no colman las ansias de seguir viviendo a su lado. En este sentido, Urushadze convierte a la odisea de Gogliko en una fábula reparadora que prefiere optar por el optimismo en un futuro prometedor para las siguientes generaciones, no cayendo por tanto en la depresión y fatalismo propios de un guion que camina por derroteros muy próximos en sus primeros minutos a El fuego fatuo de Malle.

Todo ello convierte The Guardian en una película altamente recomendable, profética y muy notable que demuestra la maestría de un director que al año siguiente fue encumbrado internacionalmente con su éxito Mandarinas y que, desgraciadamente, desapareció demasiado pronto dejando un poco huérfano al cine de su país, aunque con la esperanza de que esa nueva generación a la que dedicó The Guardian, representada en su hija Ana Urushadze, continúe su legado con mejores resultados.

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