The First Lap (Kim Dae-hwan)

Mención especial del Jurado Joven y Premio al mejor cineasta emergente para Kim Dae-hwan en Locarno 2017, el pase de The First Lap en los últimos días del certamen supuso un soplo de aire fresco y reparador. Cuando hablamos de cine coreano de autor y drama minimalista todos los focos se centran en un nombre tan emblemático para el cine contemporáneo como Hong Sang-soo. Es cierto que desde el punto de vista formal y conceptual, la cinta posee una fragancia que huele en cierto sentido al séptimo arte del realizador de Ahora sí, antes no. Gracias a esos planos fijos que encapsulan a los personajes en un contorno claro y perfectamente establecido (destacando en la cinta que nos ocupa los varios planos secuencia rodados en el interior del automóvil en el que circula la pareja protagonista fotografiados desde el interior del habitáculo, hecho que permite bifurcar la acción en dos parajes diferenciados: interior y exterior del vehículo ligado a la confrontación experimentada por los novios). También merced a esa grafía amparada en fotografiar a los personajes paseando por las calles cámara al hombro gravitando, la cual levitará a través de diminutos movimientos que navegan por un mar calmo. Asimismo por la irrupción en el metraje de un par de escenas de banquetes disfrutados en una mesa repleta de viandas a cual más exótica mientras los personajes se enfrascan en una serie de conversaciones bastante virulentas y trascendentales empañadas por el humo de las sopas y el alcohol que desprende las botellas de licor. Sin embargo el discurso subrayado por Kim Dae-hwan se posiciona como muy singular y original, sin necesidad de favores ni referencias foráneas.

The First Lap analizará a unos pocos personajes que liderarán el relato sin ningún tipo de problema. Llamando la atención la ausencia de temperamentos secundarios ajenos al contexto familiar que describe el film. También la carencia de música o artificios que adornen el transcurso del tiempo. Narrando una relación amorosa, pero desde una perspectiva divergente de lo que un occidental puede entender por correspondencia cariñosa. Se trata de una joven pareja que vive acuciada por su inestabilidad laboral. Él, Su-hyeon, un deprimido profesor en una escuela de artes plásticas que apenas aporta ingresos a la hucha familiar. Ella, Ji-young, una muchacha que trabaja en una empresa de noticias por cable, afectada por la incertidumbre vinculada a la expiración de su contrato laboral en las próximas semanas sin que sus superiores la hayan comunicado ninguna novedad al respecto. Sin más información que la que podamos extraer de las conversaciones charladas por los dos, descubriremos poco a poco el temperamento del dúo. Su-hyeon representa a esa generación de Peter Pan con miedo a la responsabilidad y el compromiso. Que está muy a gusto en su situación actual. Sin papeles que legalicen su situación amorosa. Temeroso de dar un paso al frente en sus aspiraciones artísticas, alarmado por su posible fracaso. Solitario y alérgico a la familia. Sabremos que desde hace varios años no conserva ningún tipo de contacto con sus padres. Algo más con su incauto hermano. En cambio Ji-young es el complemento perfecto de su cónyuge. Seria, responsable, cariñosa, sentimental y sensible. A la que sí la gustaría casarse con su novio, pero que por prudencia prefiere dejar las cosas tal como están. Por lo que se deja entrever, se iza como el núcleo que sustenta económicamente el nido familiar, manteniendo igualmente una relación mucho más afectiva con sus padres.

Toda esta rutina será interrumpida una noche en la que Ji anunciará a su compañero que se la ha atrasado el período y que por tanto cree estar embarazada. Este presagio supondrá toda una bomba que explotará en la cara del estirado Su. Parece advertirse el punto de no retorno a su empeño de mantener su independencia, defendida con uñas y dientes contra habladurías y recomendaciones familiares. A su tediosa monotonía. A su despistado temperamento. De modo que la pareja decidirá coger el coche con el fin de visitar tanto a los padres de ella en primer lugar, como a los de él finalmente.

En sus dos travesías visualizaremos la falta de conexión y manos tendidas presente entre dos generaciones opuestas. La de los treinteañeros actuales con la de sus progenitores. Esto se revelará en primer lugar con el retrato familiar de los padres de Ji. Su padre, un funcionario asqueado con su trabajo que está ansioso por jubilarse. Su madre, una encargada de una agencia inmobiliaria bastante contestataria y descarada. Mediante dos planos portentosos, Kim Dae-hwan describirá la lejanía generacional de los dos frentes. Primero en un plano secuencia exterior en el que desde el horizonte que empapa captar el caminar por la acera de enfrente de los personajes, se destapará la distancia que separa a padres e hija, captando el trote apartado por farolas y árboles de unos ascendientes que andan por delante de unos descendientes que parecen vagar sin rumbo pero juntos por el mismo sendero. El segundo con la recreación de una conversación entre Su y su suegro mientras montan en un vetusto columpio. El desplazamiento de ambas cuerdas será contrario, avanzando uno mientras el otro retrocede. Sin duda un diálogo oculto y magistral inyectado como finas metáforas por el director.

También nos percataremos del carácter brusco y claro de la madre. La cual comunicará en la cena de despedida su ofuscación por la situación de su hija, pues desea que la misma se case antes de que sea demasiado tarde para que el vestido de novia se acople con el joven rostro que debe exhibir una novicia. Después de esta amarga experiencia, la pareja decidirá desplazarse al hogar de los padres de Su, emplazado en una pequeña ciudad del noroeste llamada Samcheok. El cuadro delatará el mismo entorno histérico. Evidenciando la carente conexión derivada de la falta de contacto. Entenderemos el motivo de la separación. Pues el padre, un viejo operario de fábrica que acaba de cumplir 60 años, detenta la personalidad de un borracho al que poco le importan los convencionalismos y el sino de su estirpe. Un hombre parco en palabras cuando está sobrio, que se desata cuando está ebrio. Insensato e imprudente. Que choca con el carácter sensato, calculador y previsor de una madre que sufrirá los avatares de su trabajo como ama de casa vacío de perspectivas. Amaneciendo igualmente el tío irreflexivo y el hermano cándido. ¿Qué acontecimientos sortearán nuestros protagonistas tras la celebración de estas dos cenas dantescas?

Esta es la semántica utilizada por Kim Dae-hwan para trazar una trama muy seductora y potente a partir de esbozos de puro arte y ensayo, haciendo suya esa grafía minimalista que la falta de recursos económicos, pero la abundancia de talento, propicia. La cinta sabe lanzar una serie de impulsos engatusadores que hechizan al público. Por un lado su falta de linealidad, sustentando la narración en lo cotidiano, en conversaciones sin importancia pero agradables de escuchar, por la introducción de algún capítulo empapado de surrealismo y absurdo que le viene muy bien al tono del film. Apostando por transiciones muy naturalistas que absorben vida en todos sus sentidos a pesar de que desbrocen el argumento en una serie de acontecimientos que no tejen una red común. Una especie de viaje a ninguna parte por otro lado plenamente atrayente. Confrontando el choque generacional mediante las dos visitas de cortesía realizadas por los protagonistas a dos hábitats radicalmente antagónicos, pero finalmente equivalentes.

Hablando con el espectador en un lenguaje fácilmente comprensible, tocando temas y atmósferas atemporales. Haciendo uso de un realismo de fábrica, potenciado por la fotografía digital que hilvana el contexto externo de la obra. Asimismo de esa naturalidad presente en unos actores que prefieren dar rienda suelta a su espontaneidad que seguir las órdenes precisas de un guión muy preparado y cuidado. Optando por un arte de historias mínimas, filmado con parsimonia, pero también con pasión. Dotado de una decoración donde los sentimientos harán acto de presencia, sin renunciar a ese ámbito gélido que vertebra al cine pequeño. Aventurando un rastro exquisito y delicado, ciertamente encantador gracias a la sencillez y franqueza que desprenden las escenas montadas por Kim Dae-hwan. Beneficiándose de los jugosos personajes protagonistas, una pareja deliciosa que querríamos tener como vecinos para seguir sus andanzas. Y de unas secuencias memorables. Como la que pone punto y final a la película en la que Su y Ji se perderán en una feria plagada de una turba que parece caminar en sentido contrario al de nuestros héroes. Una secuencia para el recuerdo que pone la guinda a un pastel tan sorprendente como leve.

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