Sesión doble: Iluminación íntima (1965) / Las margaritas (1966)

La Nueva ola checoslovaca regresa a la sesión doble con un título a tener en cuenta como Iluminación íntima, debut de un Ivan Passer que inmediatamente después emigraría a Estados Unidos, y con una de sus cineastas más representativas, Vera Chytilová, que justo un año después del film de Passer nos entregaba Las margaritas, su obra más laureada.

 

Iluminación íntima (Ivan Passer)

De la Nueva Ola Checoslovaca, movimiento cinematográfico de los 60 y principios de los 70, se recuerda sobre todo la libertad de concepción para ofrecer un cine creativo, anárquico, social e inconformista que, hoy en día, sigue siendo fresco ante cualquiera que se acerque a sus imágenes o a sus discursos. En el caso de Iluminación íntima, sin embargo, estaríamos ante algo más convencional, al menos sobre las bases construidas en aquellos años. El debut como director de Ivan Passer basa su principal inspiración en la belleza de lo cotidiano y de las cosas sencillas, como por ejemplo la amistad, de las que es capaz de sacar reflexiones más dulces que amargas y, sobre todo, bastante cómicas sobre los sueños, los desengaños y también las pequeñas recompensas redentoras de la vida; momentos íntimos y cautivadores que tienden a ocurrir por la noche y que, aun así, no tienen por qué llevar a nada más allá de guardar un buen recuerdo de un momento dado.

Para muchos, Iluminación íntima es una comedia de espíritu similar al de las primeras películas de uno de los directores más conocidos de este movimiento, Miloš Forman. Informándome al respecto tras ver la película, he descubierto que Passer era amigo de Forman desde la infancia, y resulta interesante plantearse la propia película como divertido extracto de la vida y el comportamiento de los dos junto con otros personajes, construyendo multitud de escenas y diálogos repletos de humor entre el absurdo y lo convencional. Tanto es así, que incluso (o puede que donde más ocurra) en los fragmentos dedicados al entierro uno no puede evitar estar sonriendo de principio a fin, ya que la mayor parte del metraje toca la esencia misma de la existencia humana. Entre ellos, algunos de los sentimientos que ocultamos entre nuestros más cercanos, que aquí salen vergonzosos a la luz, generando una sensación de insatisfacción sobre las expectativas vitales, la influencia de los recuerdos y la adaptación y comprensión de nuestro propio ser y del entorno que nos lo matiza en consonancia.

Quizá por eso, se podría decir que Iluminación íntima es una comedia triste, envuelta en la melancolía y con una atmósfera de somnolencia que concuerda mucho con su propio título. Ese momento de la noche en el que el tiempo se ralentiza, aquí utilizando como protagonista el paisaje rústico de la Checoslovaquia de la década de 1960. Al mismo tiempo, pese a lo que pueda parecer, Passer impregna la tragedia que se encuentra escondida detrás de las opciones de vida de cada uno de los personajes de comedia funcional y de tanto detalle que solo ha envejecido mal la escena de las pobres gallinas. Porque, como pasa en muchas películas que hablan del pueblo, lo cierto es que aquí no pasa nada, pero pasan muchas cosas, sobre las que apenas se explica nada, pero sí sabes lo que todo ello arrastra.

En definitiva, una película encantadora, divertida, pero también profundamente honesta, que habla sobre las pequeñas cosas de la vida en tono tragicómico, con especial hincapié en los sueños incumplidos a través de una imagen alegre de la armonía humana que se sustenta en escenas musicales que funcionan realmente bien en su contexto, además de otras interesantes y personales visiones sobre la capacidad de compartir incluso lo poco que se tiene. Y, aun así, el verdadero éxito de Iluminación íntima es conseguir que nos sintamos una parte más entre los que conviven en la escasa hora y 10 minutos que transcurren desde el inicio de la película y su final.

Escrito por Alberto Mulas

 

Las margaritas (Vera Chytilová)

Cuando Věra Chytilova alumbró una obra cinematográfica como Las margaritas era tan excepcional la autoría femenina (aunque evidentemente se inserte de lleno en la tradición experimental que antes y después desarrollaron otras cineastas excepcionales en número y también en calidad, Germaine Dulac, Chantal Akerman o Marguerite Duras), como la irreverencia, lo subversivo y el surrealismo de la propuesta. De hecho, algunos autores la califican como el primer film punk, y considero que la perspectiva histórica les da razón. Además, su posicionamiento feminista —¿o antifeminista?— y su misantropía exacerbada y febril la dotan de una modernidad y sentido sociológico luminosamente combativos —no en vano fue prohibida por las autoridades comunistas a los pocos días de su estreno—.

Chytilova fue la más innovadora, singular y radical entre sus compañeros de Nueva Ola Checoslovaca. Y esta, su obra cumbre, multipremiada a nivel internacional, es un artefacto explosivo, desde su mismo arranque, en un plano del mecanismo en movimiento de un tren que deriva en una erupción de lava volcánica inundando la pantalla, mientras suena una marcha entre marcial y festiva. Las dos estampas contrastadas se alternan durante varios segundos condensando la esencia antagónica del film, entre el orden autoritario y el automatismo ciego, y la libertad y la voluntad vital y creativa —por supuesto, la interpretación en clave política y censora, a tan solo dos años de la Primavera de Praga, es muy relevante—.

Tras la impresión del título en letras mecanográficas, nuestras dos protagonistas, Ivana Karbanová y Jitka Cerhová, dos chicas que se mueven como muñecas, con gestualidades de mimo y voces infantilizadas, llegan a la conclusión mientras toman el sol de que “todo está corrompido”. Así que ellas también se van a corromper. Sin solución de continuidad, el relato se traslada a un paraje campestre y florido —habrá otros—, que a mi se me antoja en una mofa al espíritu Hippie en boga —otra cuestión por la que la película me parece especialmente precursora de la filosofía punk—.

A partir de aquí se ponen en acción. En pantalla se sucede un collage audiovisual de sus prácticas abusivas contra hombres mayores y casados, de los que se aprovechan para comer gratis en el restaurante de la estación —acabarán hasta con un anciano—. Desde luego es más que provocador, atravesado de un potente fetichismo sexual, el encuentro de Ivana con el coleccionista de mariposas, al que más tarde, nuevamente juntas, escuchan suplicar amor, mientras ellas se sumergen en una bacanal de pepinillos en vinagre y trozos de salchichas, y la implicada termina por confirmar que desconoce el nombre de su enamorado pretendiente. Y entre una trastada y la siguiente, Chytilova intensifica el juego visual del film con mescolanzas de paredes pintadas, insertos de estética fanzine y montones de tuercas amontonadas, al compás del golpeteo de una máquina de escribir, y aderezadas nuevamente con las súplicas del coleccionista para volver a ver a Marie —nombre falso—. También se bañan en leche cuan Cleopatras, mientras se interrogan sobre la existencia de Dios y sobre su propia existencia —si no trabajas, no existes—, o manipulan unas tijeras con las que terminan cortándose a sí mismas las cabezas que se mueven libres por la pantalla, hasta alcanzar el culmen embriagador de su intrusión en el banquete con el apetito hedonista desatado entre tantos manjares, que os conmino a ver la película para conocer cómo se resuelve. Solo añadiré que su dedicatoria final interpela a las personas que solo se indignan ante una lechuga pisoteada.

Escrito por María Verchili Martí

 

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