Sesión doble: El asombroso hombre creciente (1957) / El ataque de la mujer de 50 pies (1958)

El tamaño sí importa. La sesión doble se pasa a la serie B en clave sci-fi con dos títulos de los 50 a no perderse: por un lado, El asombroso hombre creciente, dirigida por Bert I. Gordon, y por el otro, El ataque de la mujer de 50 pies, a cargo de otro de los especialistas del género, Nathan Juran, con Allison Hayes al frente.

 

El asombroso hombre creciente (Bert I. Gordon)

Hubo dos tendencias que marcaron una senda indeleble en las producciones de serie B y Z de la scifi producida en los EEUU durante la década de los 50. Por un lado las que alertaban del pánico anti-comunista mostrando a los extraterrestres como una amenaza a la paz social que reinaba en las pequeñas poblaciones de la América profunda. Por otro las que temían los efectos que el desarrollo nuclear con fines armamentísticos podría ocasionar en la población mundial. Y una tercera vía señalaba aquellas películas y cineastas que tomaban prestadas estas referencias para construir auténticas odas a la fiesta con total desenfado y descaro.

En esta tercera vía se embarca la película que protagoniza esta sesión doble, el clásico del siempre festivo Bert I. Gordon, El asombroso hombre creciente, un especialista del género de colosos que venían a intimidar a los ciudadanos de las ordenadas ciudades estadounidenses con la simple excusa de entretener al personal.

La película es, ante todo, un clásico del cine de monstruos, que toma como referencia dos joyas. Por un lado, la magistral e intimista El increíble hombre menguante y por el otro la encantadora La humanidad en peligro. Pero lejos de querer empatizar con esta dupla, Bert I. Gordon se atrevió a dar un giro de 180 grados, sirviéndose de una superficie muy bien pulida para verter toda esa caspa maravillosa que tanto nos gusta a los amantes de la serie Z, construyendo una cinta con pavorosas faltas narrativas, elipsis inexplicables, unos efectos especiales de saldo y una trama disparatada, cachonda y delirante que invita al despelote y a dejarse llevar por un espectáculo tejido con el único propósito de hacer pasar un rato agradable y a la vez divertido al espectador.

No. Aquí no hay metáforas escondidas, ni tampoco críticas sociales sesudas. La cinta narra la historia del Coronel Manning, un oficial del ejército estadounidense que será víctima de una explosión nuclear durante unas maniobras de ensayo nuclear llevadas a cabo por el ejército. Pero, por arte de magia, en lugar de desintegrase en mil pedazos, Manning sufrirá una espeluznante quemadura en su cuerpo, que se curará por la acción sanadora de sus células.

Empero, algo inexplicable provocará que Manning crezca sin límites hasta alcanzar el tamaño de un coloso, ante la mirada temerosa de su prometida y del médico que se encargará de investigar las causas de este enigmático suceso. De este modo Manning será trasladado a un apartado cuartel militar, situado en el desierto de Las Vegas, mientras su mente se verá infectada por el odio y la megalomanía en paralelo a su cada vez más gigantesco tamaño. Así, en un acto de rebeldía, el Coronel escapará sembrando el terror en la ciudad del juego y el vicio.

Este sencillo argumento, que posteriormente sería deformado y tomado prestado en multitud de ‹mockbuster›, sirvió a Gordon para montar un auténtico guateque cinematográfico, repleto de giros y escenas sencillamente fascinantes, diseccionando una cinta que se divide claramente en dos partes diferenciadas. Una primera de tono más clásico e intimista, y una segunda en la que el guion desemboca finalmente en un terreno idóneo para que el cine de acción y de aventuras se desate. Con un Manning liándola parda en Las Vegas, destrozando edificios o asomándose al balcón donde una confiada dama está disfrutando de un relajante baño. La traca final será explotada en la presa donde Manning, homenajeando a King Kong, se enfrentará a un ejercito que no entiende sus motivaciones, y por tanto, acabará con el juego de forma rotunda, golpeando al monstruo a base de bombazos de bazuca.

Un final abrupto, seco y desconcertante da muestras de las intenciones de B.I.G., que no eran otras que crear una saga del monstruo. Si bien al año siguiente la cinta tuvo una secuela (La guerra de la Bestia gigante), la saga se quedó en intento. Pero la mejor herencia de esta serie Z la podemos ver en las producciones que los últimos años hizo The Asylum. Productora que debe a esta maravilla buena parte de su sentido y esencia.

Escrito por Rubén Redondo

 

El ataque de la mujer de 50 pies (Nathan Juran)

El fabuloso póster de El ataque de la mujer de 50 pies (un clásico de la cartelería cinematográfica que, como manda la tradición de la serie B, promete mil cosas que luego nunca aparecen en la propia película), me trae a la memoria el merchandising de camisetas de los Ramones: objetos ya casi icónicos en el marco de la cultura popular que refieren obras artísticas realmente no tan conocidas como cabría esperar (o como cabría suponer dada la dimensión global de su impacto comercial). En mi caso, hasta hoy mismo nunca había visto la simpática película de Nathan Juran, a pesar de tener grabada a fuego la imagen de su fastuoso cartel promocional. Podría deducirse que su importancia guarda un carácter más bien extracinematográfico, pero (sin ser una aseveración en absoluto falsa) sería menospreciar el valor de una obra atractiva dentro de su pequeñez, y facturada con profesionalidad y no pocas dosis de cariño por sus responsables.

Curiosamente, es lo primero que veo de Juran, artesano de la serie B en el que, a tenor de lo reflejado en la cinta que nos ocupa, atesoraba un talento bastante por encima de la media. Se aprecia en la solidez de la puesta en escena, en el ritmo siempre vivaz del relato, en el uso de la luz y en los apuntes casi poéticos con que aborda lo fantástico (la visita a la nave espacial, con la imagen de los personajes deformadas tras las esferas de cristal). Es cierto que en las escenas clave de la película, aquellas en las que el ser gigante de otro planeta y el asteroide hacen su aparición, la combinación de transparencias y extremidades de cartón no terminan de cuajar ni de crear el impacto que, por ejemplo, pudieran provocar en el espectador las criaturas en stop motion de Harryhausen o los alucinantes efectos especial de El increíble hombre menguante. De hecho, podemos afirmar tajantemente que estos recursos han envejecido muy mal. Sin embargo, sí lucen poderosas las escenas de la protagonista recorriendo el desierto californiano (un paisaje ya mítico en el cine de serie B de los 50 gracias a gente como Jack Arnold) o mirando a sus diminutos conciudadanos a través de una ventana.

Pero si hay algo que hace a esta pequeña película especial y digna de atención es su sustrato feminista. Ciertamente, uno cree que el carácter alegórico tendría más alcance y sentido si habláramos de un ama de casa frustrada y superada por las obligaciones domésticas en lugar de una ricachona manipulada por un playboy sin escrúpulos, pero resulta imposible no ver en su gigantismo un símbolo (literal, a fin de cuentas) de empoderamiento femenino. Y la película, con todas sus ingenuidades a cuestas (y no son pocas en absoluto), no deja de ser perspicaz y moderna en su forma de denunciar la sumisión de la mujer al hombre y de aplaudir su posterior liberación por la vía del género fantástico. Eso sí, en el camino se ha tenido que lidiar con una trama, como se ha dicho, profundamente absurda (cuando no ridícula: un gigante viene del espacio a robar diamantes (¡!)), y en la que los personajes rara vez reaccionan a lo que sucede con un mínimo de sentido común.

En resumidas cuentas, estamos ante una pequeña muestra de cine ‹camp›, demencial en lo que plantea pero mucho más entretenida de lo que cabría esperar teniendo en cuenta su material de base, y que, sobre todo, nos retrotrae a unos tiempos en los que el cine se atrevía a soñar con cosas imposibles y a plasmarlas con más dedicación y talento del que quizás merecían, culpa en este caso de un director con buen ojo para encuadrar y para plasmar atmósferas sugestivas. Asimismo, el reparto es competente y como metáfora de la liberación de la mujer la cinta resulta a todas luces simpática. Y quien no entre en su juego (que sería del todo comprensible), siempre puede seguir deleitándose con su legendario cartel…

Escrito por Nacho Villalba

 

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