Sesión doble: Cada quién su vida (1960) / Je vous aime (1980)

Nochevieja, la institución que quema todo mal augurio de un año muy largo y posa todas las esperanzas en el próximo. O esa noche larga e inesperada, en la que alcohol y diversión la iluminan con fuerza. O esa en la que el alcohol nos lleva al desastre… todo es posible esta noche en la que todos nos dicen que empezamos nuestras vidas de cero, y la homenajeamos con una sesión doble que nos lleva hasta el Julio Bracho de los 60 que realizó Cada quién con su vida y a Claude Berri, que en 1980 dirigió Je vous aime. No sabemos si os gusta o no la Nochevieja, pero todos podemos disfrutar de estas dos películas.

 

Cada quién su vida (Julio Bracho)

Nochevieja. Fascinante en su dualidad. El comienzo de un nuevo año y por tanto de deseos, esperanzas y renovación. Pero también la muerte del año que se nos va. El final de una etapa, por tanto. Lugar propicio para el desenfreno. Pero también para el refugio de soledades y de melancolía. Esta dicotomía fue aprovechada por uno de los más grandes autores del cine mexicano, el duranguense Julio Bracho, para tejer una de las obras más nostálgicas y sinceras de su portentosa filmografía. Adaptando al cine la obra de teatro escrita por Luis G. Basurto, de título homónimo, Cada quién su vida. De hecho la puesta en escena empleada por Bracho denota los orígenes teatrales del guion, punto que lejos de empobrecer el resultado final confiere un aspecto muy sólido y tenebroso al envoltorio del film.

La película centra su trama en las vísperas de año nuevo, siendo rodada casi en tiempo real, plasmando los padecimientos y desmesuras que vivirán los moradores de un crepuscular cabaret (llamado paradójicamente El Paraíso) sito en las afueras de la Ciudad de México que conoció tiempos mejores en el pasado. Un establecimiento administrado por un español exiliado por la peste de la Guerra Civil, que da cobijo a toda una galería de personajes que cruzarán sus destinos en una noche tan especial. Por un lado un pianista que no desea caminar un año más por el mundo. Una cabaretera apodada La Tacón Alto hastiada por su mala suerte que parece no querer irse de su lado. Una vieja aristócrata española llamada La Siempre Viva, cliente habitual del cabaret, por la que no parecen pasar los años que denotan sus arrugas, siempre dispuesta a contar sus batallas pretéritas a quien quiera escucharlas. Un diputado que ha escapado del control conyugal para vivir la vida loca. Una joven afectada por una profunda melancolía que chocará sus pasos con un antiguo amor, un hombre de los bajos fondos, que ha acudido al lugar a ahogar sus penas en alcohol. Un profesor, padre de 9 hijos, al que su mujer consiente echar de vez en cuando una canita al aire con la bella Dorita, una cabaretera que aún no ha probado las mieles de la derrota. Un joven amargado por las disputas familiares entre su padre y su madre. Una orquesta que amenizará el ambiente propiciando la atmósfera ideal para la rumba y el baile. Y un sin fin de personajes que entrarán y saldrán de las puertas del local sin un rumbo fijo. Políticos, ricachones, homosexuales, putas y honrados trabajadores que ahogarán sus penas entre humos de decrepitud y depresión. Desnortados como las protagonistas. Princesas del cabaret señaladas con el dedo del vicio y del estigma social.

Esto es Cada quién su vida. Un fresco de los arrabales de la ciudad ofrendado en las cuatro paredes de El Paraíso, una obra teatral hecha cine como los ángeles por un Julio Bracho que da muestras de ser un fino estilista, poniendo de relieve su gusto por la elegancia, el uso de la grúa como recurso dialéctico y de unos encuadres americanos, con cierta querencia a la angulación, muy al estilo de Hollywood. Sin más recursos que otear los pasadizos abiertos del cabaret, mostrando las penurias y caprichos de unos huéspedes aquejados por una terrible soledad y por la frustrante sensación de haber sido desplazados del sistema sin posibilidad de reinserción.

La exquisita dirección de Bracho logra radiografiar la decadencia de una sociedad aturdida y acomplejada, plasmando con una mirada poética temas tabú como la prostitución, el adulterio, el aborto, escenas de desnudos femeninos y la impotencia masculina (impecable sin duda aparece la secuencia en la que el viejo profesor descubre su disfunción eréctil ante una sensual Dorita que tendrá que ahogar sus ganas en un vaso de ron). Y es que Cada quién su vida se destapa como uno de los grandes melodramas del cine de oro mexicano que sin duda merece una acalorada reivindicación. Obra de gran influencia en el posterior cine de Arturo Ripstein.

Escrito por Rubén Redondo

 

Je vous aime (Claude Berri)

Al inicio de los ochenta eran pocas las películas del cine francés que llegaban a estrenarse en España. Es curioso por que su industria cinematográfica entonces era una de las más productivas en Europa y el mundo. Una cinematografía respetada en su país, muy consolidada en festivales internacionales y con una infraestructura de intérpretes, artistas y técnicos que trabajaban tanto en Francia como en otros estados, que superaba por esa época a otras poderosas como la italiana o la germana. Mientras que aquí solamente llegaban las protagonizadas por Louis de Funes o algunas con Jean Paul Belmondo a salas comerciales, al mismo tiempo que las dirigidas por Rohmer, Truffaut y Tavernier a circuitos de versión original. La mayor parte de la producción gala realizada desde los últimos setenta hasta mediados de los ochenta se perdió antes de cruzar la frontera o los canales de televisión. Esta es la razón por la que un film como Je vous aime sea desconocido para el público mayoritario e incluso el que busca rarezas.

El noveno largometraje del veterano Claude Berri fue uno de esos melodramas con personajes de mediana edad, centrados en sus psicologías y relaciones, historias de amor y sobre todo desamor. Con Alice, la protagonista que compone Catherine Deneuve derrochando su frialdad típica en este tipo de caracteres, una cualidad que funciona para una mujer que actúa como musa, objeto de deseo, madre y mentora de un repóquer de hombres con diferentes personalidades. Víctor, el más viejo y olvidado. Simon, el indomable. Patrick, el extrovertido y visceral. Julien, romántico y misterioso. Por último el más joven, Claude, culto, sensible, viudo y familiar. El retrato de Alice resulta sólido en cuanto a una mujer capaz de amar a cada uno de sus hombres mientras mantengan viva la llama, pero también resulta ejecutora en el momento que se pierde el amor. En ese registro gélido, tan cercano a las pasadas colaboraciones con Luis Buñuel en Tristana y Belle de Jour, Catherine Deneuve se presenta como la protagonista máxima de la película, vestida con una variedad de modelos que ni siquiera Leticia Ortiz o cualquier otra princesa puede hacerle sombra. Los personajes tienen profesiones liberales, bien remuneradas, a juzgar por su apariencia burguesa o despreocupación en cuanto a las necesidades materiales. Lo que sí anhelan todos es esa felicidad que poseen por encima del resto de compatriotas franceses y demás mortales de la época, pero que parecen no apreciar, a juzgar por sus actitudes.

Estructurada como una narración no lineal, comienza con la ruptura de Alice y Claude, ante la mirada inquisidora de Thomas, el hijo de él. La acción se desarrolla en el presente, en el verano, pero las secuencias posteriores se superponen desde un invierno pretérito, en las navidades, durante la cena de Nochevieja. Allí conoceremos a los amantes anteriores, encarnados por leyendas como Gerard Dépardieu, Jean-Louis Trintignant y Serge Gainsbourg, que se hace cargo además de las composiciones de la banda sonora. A pesar de ser buenos actores, el cantante se interpreta en un papel de talante autobiográfico, noctámbulo, conquistador y vicioso. En los demás vértices se hallan el volcánico y algo excesivo Dépardieu, en el papel de un músico superventas para las masas. O el reflexivo, leal empresario turístico que moldea Trintignant, actor que mantiene el tipo, además de servir como equilibrio para los otros, con sus excesos y escenas más histriónicas. El juego de flashbacks y vueltas al presente, marcados por los encuentros con cada nuevo amante, las despedidas de los antiguos, sumados a momentos cruciales, son desarrollados con cambios al corte y un fundido en negro que da paso al clímax tras los dos primeros tercios del film. La claridad se impone pese a los avances y retrocesos en el paso de los años, con leves cambios de vestuario, maquillaje y peinados en la protagonista, no muy logrados cuando se encuentra en la veintena.

El largometraje cumple como entretenimiento pero no llega a resultar apasionado ni apasionante. Con una caligrafía visual justa, enriquecida por algún movimiento de grúa o los travellings sobre raíles, pero que tienen un carácter estrictamente funcional. Esas son las coartadas estéticas al mismo tiempo que los rasgos de estilo sobreutilizados son numerosos zooms de acercamiento desde un plano medio al primer plano de los personajes, sobre todo hasta la Deneuve, con un uso algo torpe y brusco del teleobjetivo que lo hace repetitivo hasta perder su razón de ser o su expresividad. Tampoco destacan los diálogos afectados, demasiado explicativos, ni los planos y contraplanos descompensados que los encuadran. O el uso de filtros para suavizar la imagen mediante flous.

Al final queda una muestra del cine comercial francés de la década que comenzaba en el 1980, un cine dirigido al público adulto, quizás al más burgués por el modo de vida de sus personajes. Una producción pasable pero falta de sentimiento. Bien planteada en su estructura temporal, pero no conseguida en la intensidad que requería cada escena. Y por supuesto, un vehículo para su estrella principal, Catherine Deneuve.

Escrito por Pablo Vázquez Pérez

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