Mi nombre es Alfred Hitchcock (Mark Cousins)

Contenido sin forma

Alfred Hitchcock dijo una vez que el contenido de una película, su discurso, debía estar articulado siempre a través de la forma de la propia obra, es decir, que las decisiones formales tomadas por el director debían expresar las ideas contenidas en el filme. Sin duda, el nuevo documental de Mark Cousins, Mi nombre es Alfred Hitchcock, comprende que esta manera de entender el cine marcó toda la filmografía del director de Psicosis (Psycho, 1960), sin embargo, a la hora de abordar su obra, Cousins repasa las películas del maestro del suspense desde una óptica completamente superficial y académica. Los continuos intentos por aparentar cierta originalidad en su aproximación a la figura de este cineasta extraordinario lo conducen a tomar decisiones bastante cuestionables.

La que resulta más evidentemente problemática es el uso de una voz en ‹off› interpretada por Alistar McGowan, quien pretende emular al mismísimo Hitchcock recreando su acento, su respiración… No solo es una propuesta absurda y banal, puesto que no hay ninguna razón por la que imitar la voz del cineasta pueda aportar un mayor conocimiento sobre su cine, sino que, en varios momentos, la interpretación de McGowan corresponde más bien a una vergonzosa parodia o ridiculización de la forma de hablar de Hitchcock que a una simulación a modo de homenaje.

Asimismo, la reflexión alrededor de las imágenes del director de Los pájaros (The Birds, 1963) ofrecida por Mark Cousins no está a la altura ni de la brillantez de Hitchcock, ni de los trabajos previos del documentalista. La labor divulgativa de Cousins a lo largo de su carrera es encomiable y su La historia del cine: Una odisea (The Story of Film: An Odyssey, 2011) puede suponer una excelente puerta de entrada para jóvenes cinéfilos o personas que sienten un mínimo interés por el séptimo arte. Su obra, escrita y filmada, no está dirigida a grandes expertos —aunque estos también puedan disfrutar de ella— pero su capacidad reflexiva y el dominio de una forma clara y cercana del videoensayo es notable. No obstante, Mi nombre es Alfred Hitchcock difícilmente aportará nada nuevo ni a un público que desconozca en buena parte la figura del maestro, ni a los cinéfilos que pretendan profundizar en la grandeza de sus imágenes. El acercamiento de Cousins se sustenta a base de citas y lecturas superficiales mediante un montaje plano que se limita a recoger y repetir fotografías de archivo nada sugerentes, tomas rodadas por Cousins y, por supuesto, muchas de las mejores escenas filmadas por Hitchcock.

Así pues, para aquellos dispuestos a descubrir títulos de Alfred Hitchcock que aún desconocían, el documental puede serles útil, aunque no será el texto de Cousins ni su análisis lo que los animará a ver esas películas. En cualquier caso, si Mi nombre es Alfred Hitchcock tiene una particularidad única, esta es, nada más y nada menos, el increíble gozo que supone repasar, durante dos horas, algunas de las mejores secuencias jamás filmadas en la historia del cine.

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