Lucas (Álex Montoya)

Las heridas de Lucas son tan visibles como una cojera que le impide entrenar con sus compañeros de clase, a los que anota los tiempos de carrera. También la escasez de dinero para pagar el comedor escolar o quedar con sus amigos. Hasta que coincide con Álvaro, un adulto que trabaja como fotógrafo, tomando instantáneas de las actividades en el instituto. Este le ofrece dinero a cambio de hacerle unas fotos. Pese a la lógica resistencia inicial, las circunstancias económicas le impulsan a permitir el intercambio. Gracias al dinero y una motocicleta de segunda mano que añade al trato, Lucas mejora su situación. Pero las heridas personales tras la pérdida de su padre son imposibles de ocultar con dinero o fiestas. Tampoco las cicatrices físicas o emocionales que supuran en su pagador, Álvaro. Así discurre la relación de estos dos seres vulnerables, además de otros en Valencia, una urbe de barrios llenos de bloques y hormigón que hay que dejar lejos para llegar al mar.

El segundo largometraje de Álex Montoya desarrolla uno de sus cortos, Lucas, producido en 2012. Un trabajo que se perfilaba casi como un mediometraje en cuanto a duración, de tono más oscuro y dramático. En la película reciente el cineasta vuelve a escribir el guión junto a Sergio Barrejón, dotando de más dinamismo al conjunto. Una ligereza narrativa que logran por la variedad de tonos, la capacidad de saltar de un planteamiento de drama en torno a la edad adolescente, cercano al cine de aspecto social. Para continuar con un tratamiento más cercano al suspense, cine negro y resonancias de algunas ‹road movies›. Incluso el eco del western, tal como han destacado compañeros de otras webs. Lo mejor es que los cambios de registro suceden con naturalidad, progresando de lo cotidiano a lo criminal sin cambios bruscos, respetando el giro en cada parte del film. Comienza por ese cine costumbrista, interesante, acerca de las dificultades sociales añadidas al hecho de ser adolescente, huérfano, sufrir una cojera que apenas arregla la forzosa rehabilitación y luchar contra una situación familiar indeseable.

El progreso en la narración responde a un cine de denuncia que no juzga temas espinosos como la pederastia en el caso de Álvaro, pero que deja patente tan clara en su solicitud, como turbio en su método, la petición de fotos al protagonista para poder hablar con una identidad falsa en redes sociales. Una vida delictiva previa del benefactor, que siempre es punteada con sutileza por miradas, alusiones fuera de campo o contada por elipsis. El director planifica y además monta su obra con la mirada puesta en el interés del espectador pero nunca descuida la importancia de la historia y subtramas. Focalizado en el protagonismo de Lucas, prácticamente siempre en escena como catalizador de las situaciones, enfrentamientos o sugerencias.

El ritmo nunca desfallece, repleto de puro entretenimiento sin olvidar algo tan temido como pueda ser el mensaje. Porque Montoya toma nota de otros cineastas comprometidos del cine europeo y americano, los maestros que los seleccione cada espectador. Por encima de las influencias beneficiosas, todo prosigue una corriente del cine español reciente, que no renuncia al género negro como vehículo que permita recorrer temas complicados sin necesidad de redactar una tesis, sino de dotar de agilidad al conjunto. Películas como La próxima piel de Isaki Lacuesta e Isa Campo. O la muy olvidada Lena de Gonzalo Tapia, en las que los protagonistas jóvenes sorteaban su propia supervivencia emocional y física en un entorno conflictivo.

Lucas concluye en un clímax creciente, ampliado por la fotogenia con el expresionismo de las marismas que conducen al paisaje del final de la película. Con la solvencia de un reparto de jóvenes y adultos compenetrados, creíbles, actores y actrices que proyectan una empatía necesaria para tratar esa búsqueda de la paternidad en el caso de Lucas. La inclusión social en el de Álvaro. Dejando algunos flecos sueltos que resultan imperfectos pero acordes a la humanidad de la propuesta, como los del carácter de Elena, la madre y esa sumisión a una pareja que se atisba como un maltratador. Con la coincidencia de ser seres imperfectos, como nosotros, que se confunden en sus actos, sobre todo en el caso de los mayores. Capaces de prosperar y buscar un futuro mejor, como demuestra Lucas con la ironía de que un teléfono móvil sea quizás un arma más peligrosa que una pistola.

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