Los desheredados (Laura Ferrés)

El cierre del negocio familiar a raíz de la crisis financiera sirvió a Laura Ferrés de germen de la idea para su segundo cortometraje —después de A perro flaco (2014)— Los desheredados. Pere Ferrés lleva una empresa de autocares en horas bajas y acuciado por la falta de ingresos se ha visto obligado a realizar servicios para despedidas de solteros. Una actividad molesta que causa desperfectos en los vehículos y más que frustración en el personaje que se configura como el sujeto de estudio de su mirada. Este extrañamente carismático hombre de mediana edad que ve amenazada su forma de subsistencia acude al garaje, fuma, espera a sus clientes o intercambia diálogos con su madre mientras se retrata la decadencia de una profesión y hasta un modo de entender la vida que resiste a duras penas tanto el paso del tiempo como la mejoras en los servicios de transportes públicos de la ciudad

Si en su anterior trabajo Laura Ferrés había demostrado como mínimo la capacidad de crear una obra consistente en cuanto a concepción visual y la habilidad para narrar a través de unos elementos mínimos de puesta en escena y diálogos, Los desheredados lleva esto un paso más adelante. Aquí construye el retrato de un individuo con el que le une una conexión personal desde imágenes limpias y directas, una composición en sus planos que aprovecha los espacios —urbanos e interiores—, la profundidad de campo y la integración de la luz en sus encuadres, creando una sucesión de instantes que alcanzan lo mágico en algunos momentos. Y únicamente con una persona enfrentándose a la realidad de su entorno cada día, en espacios abiertos y luminosos cuando no conduce y cerrando el plano siempre que está al volante, fijándose en sus expresiones, canturreos o reacciones ante lo que pasa dentro o fuera de su medio de vida.

Vida es precisamente lo que captura la cámara de la directora catalana graduada en dirección por la ESCAC de Barcelona en esta manifestación de la imposibilidad de definir la línea que separa la ficción de la realidad. Ahí es donde encajan los planos generales fijos —sobre todo en exteriores— que dejan clara su intención observacional, su sentido naturalista cercano al documental que no significa huir de una estética elaborada. Vuelve también a fijar su mirada en otro miembro de una generación perdida. Si en A perro flaco era una joven viviendo en los límites de la pobreza en la que está inmersa toda una generación, en Los desheredados da un salto a otra que pierde poco a poco e injustamente la utilidad para sociedad siendo desplazada a los márgenes sin una salida que posibilite su reintegración. Pere Ferrés es un superviviente. Uno que desafía lo imposible y que en un plano maravilloso de él encarando su destino en forma de autobús aparcado dentro de la cochera resume a la perfección el discurso de una pieza que resuena en nuestra sociedad como espejo de las injusticias que están transformándola ineludiblemente.

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