La pasión de Port Talbot (Dave McKean)

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«¿Qué es una teja comparada con un tejado completo? Sólo un pequeño sacrificio.»

Todos los años, un mes antes de la llegada de Semana Santa comenzaba la metamorfosis de uno de los vecinos del barrio. Un hombre alto y canoso, con facciones amables con el que me cruzaba cuando paseaba su perro. Con el paso de los días su barba crecía hasta que, inesperadamente, se volvía negra como el carbón.

Tan milagroso cambio sí tenía mucho que ver con deidades y sacrificios, aquel hombre alto se transformaba para una representación de la muerte de Jesús por las calles de un pueblo cercano, todo un acontecimiento que daba vida a esta historia año tras año para disfrute de habitantes y curiosos.

Lo de Michael Sheen es mucho más ambicioso. En 2012 volvió a su ciudad, la galesa Port Talbot, para hacer una representación a lo largo de tres días (los más significativos del calendario santo) por sus calles, con el público completamente integrado en la historia. No contentos con involucrar en el relato un pueblo entero, durante su representación se grabó todo lo que allí ocurría para que, posteriormente, Dave McKean lo convirtiera en una película. Necesarios son estos antecedentes para comprender lo que aquí sucede, un relato de grandes magnitudes que llegó al público antes de ser una película, una performance con retazos ficcionales que convierten la inmediatez en una historia que desea ir un poco más allá.

Esto es La pasión de Port Talbot (The Gospel of Us en su título original), una versión de la pasión, muerte y resurrección de Cristo con reminiscencias distópicas. Lo cierto es que la historia que sigue a Jesús casa extraordinariamente con la revitalización de un mundo perdido si sólo se preocupa de sus actos. Apoyados en los tristes parajes de Port Talbot, una zona pesquera con los grises tonos de Gales atravesada por una feísta autopista que se convierte en el centro de atención.

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Tristes días donde crece el Estado representado por I.C.U. (I see you), la opresión contra la que no casan las actitudes de El Maestro, un hombre que ha perdido la memoria y sólo quiere conocer las historias que los demás desean contarle. Con esta premisa se recorren las calles de la ciudad, intercalando imágenes abiertas donde un público expectante contempla lo que sucede a su alrededor, con estudiados enclaves aclaratorios, que intervienen entre escenas de la obra para dar forma al relato.

Liberar una historia mil veces contada siempre aporta frescura a tan dramáticos y hermanados eventos, todo ello acompañado de esas narrativas voces que se utilizan para dotarle claridad al discurso cuando a un gran público se dirige. Se sucede un derroche de cercanía durante la película, donde se expresa con humildad el aspecto del hombre que no teme nada al no conocer, y con arrogancia el liderazgo de masas cuando hay que acallar a la muchedumbre.

No es más que la transcripción de un libreto, pero con un sentido valiente, pues nunca se sabe si la espontaneidad del público puede hacer crecer el metraje o destruir su intención. Pero la entrega a la historia de quien ve la obra invita a compartir sentimientos en este curioso experimento que luce a partir de alegorías mundanas que iluminan otro prisma más allá de una cruz arrastrada entre sollozos.

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