La alternativa | Sótano (Eva Urthaler)

El secuestro puede ofrecer al cine en una de sus vertientes un halo de intimidad depravada que sólo conocen captores y prisioneros. Un espacio apartado de todo donde la huida parece el único motivo que ofrece respirar. ¿Pero qué ocurre si todos los implicados se asfixian ante tal temeridad personal? Un nuevo flujo surge, el drama que sólo ofrece pasos en falso y errores que nunca tendrán una solución después de su actuación.

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Sótano (Keller) nos aporta algo más que un secuestro, este acto no es más que la máscara del crecimiento de dos jóvenes que cruzan caminos de casualidad y que con sus diferencias construyen una amistad excesiva y, por muy irónico que parezca, libertadora. La película se ralentiza al confrontar estas dos personalidades a medio formar, uno de ellos atrevido a primera vista, dispuesto a que las pequeñas maldades de adolescente formen parte de su estilo; el otro una esponja transparente que quiere descubrir el mundo que el primero ofrece, con reparos, pero sin miedos. Valores imprescindibles para recrear una amistad dependiente en la que el resto de la población es un estorbo que queda por debajo de sus expectativas.

Llega el momento de añadir el elemento discordante, cuando pensar en follar, beber y reírse del orden establecido no es más que teoría. Films posteriores han apostado por la joven atada que asedian adolescentes imberbes para su deleite y todas parecen tener en común ese flirteo con la incómoda realidad de la inconsciencia ante lo que sufre la persona atada frente a la evolución de los que aprietan las sogas, que en realidad nunca empatizan con el espectador. DeadgirlEl cadáver de Anna Fritz jugaban la baza de la total incomunicación con la mujer que no es más que un agujero sobre el que derramar cobardía, y el pequeño juego de poli bueno y poli malo sobre sus cuerpos desnudos. Aunque posteriores, sirven para ejemplificar la indiferencia ante la figura femenina, y el refugio subterráneo donde nadie les puede encontrar desatando sus más oscuras propuestas, formas que repiten las pautas de Sótano, pero en la austriaca se percibe otra línea que cruzar, ya que la fascinación no se centra en la utilidad de mantener inmóvil ese objeto, en esta ocasión un animal herido y carnal, siendo una mera excusa para que los jóvenes descubran sus verdaderas inquietudes, avanzando más la historia fuera de ese refugio donde no hay nada decidido, y siempre recurriendo al término «amistad» por encima de su propio significado.

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Hay una escena que modifica la lectura del film. El joven más apocado —siempre vestido con una sudadera blanca apuntalando intenciones— se mira en un espejo roto. Primero contacta con esa grieta, deslizando sus dedos por ella. Después descubre sus ojos reflejados a través de ella y sonríe ampliamente, se enfrenta a sí mismo y disfruta con lo que ve por primera vez. Rompe como ese espejo. Es aquí donde toda la historia se somete bajo una coming of age que disfruta de la intromisión y permite vislumbrar poco a poco los verdaderos miedos de cada uno de los implicados, y pese a su reducido elenco, toma tiempo llegar a quebrar la fragilidad de cada uno para llevar al límite sus movimientos.

Su final libera todos los demonios, acelerando el proceso como una explosión, esa eyaculación que ya no aguantaba más en su interior y que para unos es una vergüenza y para otros el desahogo que siempre necesitaron. Sótano despliega una intimidad a la que nadie está invitado, desarrolla una unión malsana e intensa que por inconsciencia obliga a crecer a sus dos protagonistas, que con la inocencia que se miran a los ojos y la bestialidad que despiertan sus emociones en solitario (y no por fuerza, sólo por instinto) compiten por erradicar la soledad y se llevan por delante a la cajera. Porque aquí el despertar sexual es una mera excusa para hablar de amor, uno que conocen todos prohibido para sí mismos, pero del que, como si fuera otro tipo de secuestro, no pueden escapar.

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