El sonido del futuro (Marc Collin)

Uno de los principales artífices del proyecto musical Nouvelle Vague —banda cuyo concepto nos ha dado grandes alegrías y gratas sorpresas en las últimas dos décadas (desde su primer álbum homónimo lanzado en 2004): versionar, con la colaboración de distintas voces, en su mayoría femeninas, canciones New Wave de los años 80 en estilo Bossa Nova y con una estética heredada del entonces renovador cine francés de los 60 del que el grupo obtiene su nombre, sobre todo en sus portadas— se atreve ahora a dar el salto al cine como director y guionista con la película El sonido del futuro (Le choc du futur), un homenaje de menos de 90 minutos de duración a los pioneros de la música electrónica de finales de los años 70.

Marc Collin —así se llama el productor, músico y ahora realizador de cine y guionista junto a Elina Gakou Gomba— nos cuenta la historia de Ana (personaje interpretado por Alma Jodorowsky), una compositora que despierta una mañana incapaz de componer nuevas melodías reseñables, o al menos no que le resulten convincentes, hasta que pocas horas después se encuentra, repentinamente y en plena crisis creativa y prácticamente vital, con su salvación: una innovadora caja de ritmos para acompañar a su sintetizador musical. El día va avanzando y con él nos aproximamos al espíritu de 1978 en pleno París, donde el género rock empezaba a declinar en cierto modo en favor del pop que centraría la mayor parte de los éxitos en los 80, gracias en gran parte a los avances de la música electrónica.

No se abandona en ninguno de los 84 minutos de metraje el punto de vista de la protagonista, que se encuentra con varias vicisitudes a lo largo del camino que se prolonga todo un día, entre ellas las exigencias y plazos de su jefe, a la rotura de uno de sus aparatos o a diferentes encuentros que afectan de una manera u otra a su creatividad, frescura y ánimo. La película no esconde, además, una crítica casual y algo espontánea (como pretende ser el espíritu de toda la obra en sí) a los mandamases musicales de esta industria en el momento, ni a los que manejaban los hilos de la distribución y los conciertos, reacios o inhabilitados para comprender lo que se abría paso pese a todo (y cuyas críticas en algunos casos se basaban en el uso de un idioma anglosajón), al tiempo que otros lo tenían claro.

En líneas generales, Collin aprovecha la ligereza de lo anecdótico —un día de una persona con aspiraciones y ambiciones musicales trabajando, explorando, creando y, entre todo eso, también pasando el rato— para profundizar en el significado y el espíritu de un periodo muy concreto de la historia de la música: el nacimiento y largo desarrollo de la música electrónica; trasciende su admiración por las mentes creativas de un género que hoy cuenta con mil ramificaciones y que entonces era una pequeña idea en desarrollo y ampliación constante en busca de nuevos sonidos y matices autorales. A destacar el tema principal de la película —Future Shock, interpretado en la pantalla y fuera de ella por la francesa Clara Luciani, muy famosa en el país vecino gracias, sobre todo, a La grenade— y toda la creación y composición del mismo que aparece en el film, sin duda lo más interesante y divertido, sobre todo si te gusta la música y sus particularidades, sea cual sea tu género.

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