El despertar de Nora (Leonie Krippendorff)

Con una madre ausente la mayor parte de las jornadas y en mitad de la ola de calor que sufrió Europa en el verano de 2018, la joven Nora (Lena Urzendowsky) pasa el tiempo con su hermana mayor Jule (Lena Klenke) y sus amigas en la piscina, en clase, en fiestas o en casa. La acción de Kokon (Leonie Krippendorff, 2020) transcurre en las calles y los pisos del barrio berlinés de Kreuzberg, conocido por las procedencias y nacionalidades diversas de sus habitantes, con muchos de ellos descendientes de inmigrantes. Una zona de la capital alemana que es un histórico centro de la contracultura y de la comunidad LGBT+. La directora presenta la cotidianidad de la protagonista, poco habladora y participativa, que se deja llevar en contextos quizá no muy apropiados para su edad, en los que no sabe desenvolverse todavía. Una lesión en el brazo precede a una situación de profunda vergüenza —cuando mancha sus pantalones en público con su primera menstruación— y se cruza en su camino Romy (Jella Haase), una muchacha mayor que ella, que le ayuda a salir del apuro. Este primer contacto le genera un creciente interés, que le lleva a cuestionar su sexualidad explícitamente incluso ante una profesora y desarrollar una atracción que va más allá de lo que entienden a su alrededor como amistad entre chicas.

Este viaje de descubrimiento es el eje sobre el que se elabora el relato de una cinta en la que la directora juega con los formatos de imagen y su relación de aspecto. Aunque la mayor parte de su metraje está en 1,33:1, se incluyen vídeos verticales tan característicos de las grabaciones de móviles para compartir en redes sociales, con la voz en off de Nora expresando sus emociones desde la subjetividad más íntima. Una presencia de las redes sociales a la que se da una importancia capital en la formación de las jóvenes, que usan tutoriales y vídeos de Youtube como referencia para aprender todo aquello que necesitan para manejarse en su día a día. En un momento clave de su arco de transformación, el cuadro se ensancha hasta el formato panorámico, cuando se abre su mirada a un mundo nuevo al tener sexo por primera vez. Un detalle formal que complementa a otros elementos simbólicos que se alejan de la sutileza para subrayar claramente las ideas discursivas de su narrativa. Nora se dedica a criar orugas en tarros que guarda en su habitación, que sirve de paralelismo directo con los cambios internos y externos que está sufriendo en su camino a convertirse en adulta. Un detalle que ayuda a sintetizar las intenciones del filme en un hermoso plano en su final, en el que sostiene delicadamente una mariposa.

La cálida luz y los intensos colores de su fotografía, que acompañan a los personajes durante toda la cinta, crean una voluptuosa realidad en su acercamiento a la imagen. Las plantas, los insectos, el agua o la piel de los jóvenes en este tórrido verano ayudan a capturar ese estado convulso y efervescente, apasionando y cambiante en cada instante —y repleto de contradicciones y conflictos de un momento a otro—. La cándida y silenciosa mirada de Lena Urzendowsky resulta especialmente expresiva. La cámara en mano se fija en ella respecto a su entorno para aproximarnos a su psicología. También creando espacios de intimidad máxima cerrando el plano en sus encuentros con Romy, momentos de soledad reflexiva, sintiendo su deseo sexual y atravesando la catarsis del dolor, que también acabará experimentando por la falta de cálculo de la dimensión de su relación.

Es esto último lo que separa Kokon de ciertas tendencias en las narrativas ‹queer› cinematográficas, que hasta hace unos años imponían lo trágico como inevitable dentro de las historias LGBT+. Krippendorff lo enfoca como una historia ligera que sigue la tradición de la novela de aprendizaje y provee al filme de un sentido optimista e inspirador. Declararse abiertamente lesbiana ante un desilusionado pretendiente masculino sólo despierta comprensión y, cuando culmina en su exploración de la sexualidad, aparece participando en el desfile del orgullo LGBT de la ciudad. Nora tiene todo un futuro por delante para vivir todo aquello que se proponga, para atreverse a ser quien es ante los demás, aunque atraviese eventualmente los reveses inherentes a desarrollarse en plenitud como persona.

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