El bastardo (Park Hoon-jung)

No pocos serán quienes recuerden cuando, en pleno auge del thriller coreano a inicios de la pasada década, Na Hong-jin construía en su segundo largometraje, The Yellow Sea, algunas de las secuencias más rocambolescas que ha dado el género en los últimos tiempos a través de esa eterna huida del protagonista. Aquello, disgregado del sentido funcional que había conferido siempre el cine hollywoodiense a sus secuencias de acción, suponía una mirada en cierto modo ajena, no por distintiva, sino más bien por dotar de un nuevo sentido a la suspensión de la incredulidad, llevando los parámetros del thriller a un terreno tan cruento como lúdico dependiendo del contexto. No obstante, el éxito y la posterior estandarización en cierto modo de aquel cine que sorprendía a propios y extraños, sustrajo probablemente uno de los rasgos más característicos y sugestivos del cine coreano, dejando sus obras en manos de ‹set pieces› espectaculares, pero quedando atrás una esencia que no se comprendía solamente a raíz de ese espectáculo, también sobre cómo este era capaz de juguetear con los atributos del género, consiguiendo reflejar una personalidad que al fin y al cabo era la que articulaba sus virtudes.

Con El bastardo (The Childe es su título original), Park Hoon-jung, con total seguridad una de las figuras a reivindicar del thriller coreano de los últimos años, siempre a la sombra de coetáneos como el citado Na Hong-jin, Park Chan-wook o Bong joon-ho, regresa a las raíces de un cine que se reencuentra con ese carácter lúdico del que hablaba con anterioridad, y lo hace componiendo uno de esos artefactos que se desprenden de toda pretensión y encuentran en la autoconciencia —si bien no exhibida en rupturas de la cuarta pared ni maniobras varias erróneamente enlazadas a ese término— uno de sus principales valores: porque, estando ante un film no exento de virajes y sorpresas tan habituales en el thriller contemporáneo, el cineasta coreano los engarza en todo momento con descaro, incluso con un punto de ironía, tal y como demuestra esa escena final post-créditos, resolviendo la situación personal de uno de los dos personajes centrales.

El bastardo se articula así como un film que en su primera mitad, a través de una dilatada presentación e introducción de personajes —no hay uno de ellos que no tenga su particular secuencia desde la cual personificar su naturaleza, lo cual ya habla muy a las claras sobre esa condición recreativa y consecuente de la cinta de Park Hoon-jung—, aporta los ingredientes específicos desde los que se pueden intuir con facilidad los giros y tirabuzones que, en un momento u otro, dará el relato, para más adelante desatar esa vena juguetona que rara vez no es acompañada por motivos cómicos, ya provengan de la forma de actuar ese misterioso “profesional” (interpretado por un soberbio Kim Seon-ho), como él mismo se autodenomina, o de escenas que directamente apelan a un ‹bigger, better› que en no pocas ocasiones ha definido la singular sustancia del cine de género coreano.

Estamos, pues, en definitiva, ante uno de esos títulos que, de un modo u otro, nos devuelven con creces la esencia de aquel extraviado thriller que en algún momento perdió el norte, y lo hace con un desparpajo digno de elogio, armando secuencias que, de improbables, terminan prácticamente bordeando el absurdo, siendo una divertida dilatación de lo que supuso esa asombrosa ola para el cine coreano. Park Hoon-jung entrega con ello un ejercicio cuyo atrevimiento deriva de una libertad, de un descaro, donde no sólo no hay límites, sino además la naturaleza de cada personaje constituye la propia del film, deviniendo una repentina extensión de aquello que parecía ya no perdido, sino directamente agotado por más que, muy de vez en cuando, atisbáramos destellos de lo que un día fue en cintas como A Man of Reason. Algo que niega con rotundidad el autor de New World, ya sea engarzando persecuciones surreales, dando pie a individuos que hacen de lo inesperado su axioma y destilando un humor capaz de desmontar incluso las expectativas del más pintado.

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