Buzzard (Joel Potrykus)

Un primer plano donde el protagonista de Buzzard expone, desafiante, una suerte de ideario en el que se nos introduce en pocas palabras lo que vendría a ser un trepa, un estafador de poca monta que vive exprimiendo cuanto le rodea con tal de subsistir sin necesidad de dar el callo, es la carta de presentación perfecta para que Joel Potrykus haga de tripas corazón y nos sumerja en un universo que a partir de ese instante ya no se despega de un feismo y una austeridad formal que circundan con mucho acierto las inmediaciones de ese singular personaje. De ese modo, el autor de Ape —con Buzzard firma su segundo largometraje— consolida la creación de un individuo cuya razón de ser es el beneficio propio, la unidireccionalidad de un pensamiento que únicamente va encaminado a su propia subsistencia, y que no es —como en un principio podría parecer— un simple tipo que está en contra del sistema y, por ello, lo torpedea, intenta sacar el máximo jugo posible en su favor, es además un parásito social capaz de aposentarse en casa ajena con el mero cometido de esquivar a las autoridades y continuar viviendo del aire que respira.

Buzzard

Potrykus es claro en su composición: no busca generar empatía alguna por parte de nuestro protagonista —más bien al contrario, Marty Jackitansky es apático y molesto— y, en consecuencia, no hay esqueleto dramático que subsista bajo esta Buzzard. Es así, y como de un modo ciertamente (in)voluntario, el film va convirtiéndose poco a poco en una cruda comedia sobre el patetismo de las situaciones vividas y, como no, de las actuaciones ejecutadas por un personaje que no tiene término medio, y que tan capaz es de extorsionar a la compañía que le paga con la excusa de que ejerce como eventual en una mierda (en palabras propias del implicado) de trabajo como a un compañero de profesión que se antoja su única relación real (?) con un ser humano —más allá de las llamadas a su madre en un intento por cobrar cheques a nombre de su hermana— y salvación a la postre. De este modo, el humor que destila Buzzard surge más bien como réplica casi consecuente ante la conducta irreflexiva de Jackitansky, cuyo espacio natural ya nos ofrece las claves acerca de un individuo al que perfectamente se podría tildar de sociópata sin estar muy lejos de la realidad.

Buzzard

Aunque esa veta en cierto modo humorística va agotando sus posibilidades y encuentra su culmen en el más patético de los personajes —ese compañero de trabajo que además es interpretado por el mismo Joel Potrykus—, el cineasta continúa con su disección de una creación que a medida que se desmorona, se sumerge (todavía más) en una extraña negrura que, como no podría ser de otro modo, se sosiega en instantes de puro exceso —como esa fastuosa comilona en el hotel, que además quedará contrapuesta (como reflector de dos estados de ánimo) al apenas minuto que le dedica Potrykus al momento en el motel de carretera— para proseguir un periplo casi siempre incómodo. Esa incomodidad es la que cimienta una propuesta donde el cine independiente bulle en su máximo esplendor, y es que aquella huida de los cauces formales habituales y de los personajes ante los que uno se debe sentir mínimamente reconfortado queda expuesta en su plenitud en Buzzard, que bucea entre los rincones más oscuros para ejecutar un reflejo contundente y desagradable que bien podría marcar la pauta de una nueva generación expuesta y condenada a comportarse como un inividuo cuyo contexto parece haber mutado en aquello a lo que nos conduce este inenarrable caos en el que vivimos.

Buzzard

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *