Bronson (Nicolas Winding Refn)

Dibujar un círculo, poner dos leones de papel y un hombre desnudo.
El pan lo pones tú.
El espectáculo puede comenzar.

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De la violencia como del amor se espera una reacción, su valor es humano, admitimos que es intangible. El arte tiene sus mismas cualidades pero sólo unos pocos lo transmiten. Aquí convergen distintos artistas que recomponen la violencia entre estrellas y estrellados, el fanatismo por una realidad transformada en ridícula magia.

Los del fondo, concentrados en aquella esquina, aplaudan.

El incondicional, platónico y momentáneo amor por Tom Hardy no hace más que crecer ante un papel histriónico y dominante con una voz que relame sus propias palabras, paladea sus cortas sentencias y elabora en una reducida estancia un acto de lucidez extrema: aquí estoy, el protagonista soy.

Rojo, mucho rojo, y la inconfundible mano de Nicolas Winding Refn (aquel a quien ensalzar o hundir en la miseria según el sentido común de cada cual frente a cada una de sus películas) hacen de Bronson, Charlie Bronson, aquel que nació como Michael Peterson, una ineludible cita con el lema “basado en hechos reales” convirtiendo el supuesto infierno de un hombre encerrado 35 años en todas y cada una de las cárceles de Inglaterra en el constante renacimiento de una «rockstar». Cada uno, mejor que el anterior.

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Permitidle danzar unos minutos, mientras The Walker Brothers comienzan su letanía «Baby its slow, when lights go low, there’s no help, no…» Justo el momento en el que la violencia se convierte en un vals sincronizado entre eruditos que dinamitan la sangre, carne contra carne, la docencia del miserable y el fin del valiente.

Un traje calzado al milímetro envuelve un musculoso y siempre tenso cuerpo, esculpido a base de forja y yeso, pared y barrote que revisten el altar donde cada día una sonrisa burlona y prepotente asoma bajo el trabajado bigote de ese, el preso más peligroso y caro con el que se las ha visto la reina que todavía no encontró el momento de ser salvada por su Dios.

De un razonamiento básico, con un simple objetivo, el de mostrar a un hombre que encuentra su hogar y dominio en una celda solitaria, como tantos hombres que no conocen otro lugar en el mundo más acogedor tras el cálido útero materno donde se gestaron, surge una potente y litúrgica obra que ensaya en las costillas de otros su esencia visual.

Así focalizamos estancias rojas siempre centradas en la potente presencia de aquel a quien llaman Bronson, donde se nos revela el fuego más humano que irradia un brillo enloquecedor: el hombre puede ser el animal más fuerte e irracional por decisión propia.

El dolor puede concentrar tanta belleza en cada golpe… y de eso, con un irreverente estilo adaptado a sus historias, sabe mucho el director, que nos invita a jugar con una evolutiva visión de la decadencia, tan gráfica y bruta que estalla a plena luz del día, justo cuando nadie sabe cuantas horas han pasado ya.

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Sí, los del fondo, acartonados y sin aliento, es el momento de aplaudir con fuerza, de hacer temblar los cimientos para contentar a una bestia, para ensartar el monólogo en cerebros ajenos y disfrutar de la inmensidad que esconde una realidad adulterada y somnolienta.

Lo extraños rodean con ese don a Bronson, todos son extremos, todos son payasos, todos emiten un sonido peculiar al que atender con la confianza del experto, dejando paso siempre a la verdadera estrella.

Él es uno mismo y su propia caricatura, aquel del que todos hablan y el que hace reaccionar a los demás. Bronson, piernas ligeramente abiertas al andar, con pasos que levantan piernas gráciles y retumban pies plomosos, brazos de diámetro infinito y cráneo duro, imperturbable, carente de dominio, explícito y consecuente. Un icono pop, un aspirante a cabaretero, artista reconocido o loco babeante. Él es todo y sobre su piel los garrotes parecen más macizos y las agujas más letales, tras subir el nivel de fanatismo y soledad al reino de los inmensamente fuertes. Y rojo, y más rojo, y también negro… un cuerpo desnudo, unos tirantes caídos, una espalda a punto de estallar, un burdo ataque a la sensibilidad de cualquiera, una genialidad absoluta y la amenaza constante de la realidad. Más música, más luz, más Hardy y la constancia se vuelve energía.

¿Redención? ¡A la mierda!

Bronson siempre gana, su displicente historia es el pan, el circo y el espectador. El telón puede hacer acto de presencia.

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