Pasaia Bitartean (Irati Gorostidi)

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Las ciudades, espacios urbanos donde habitamos, nos relacionamos, sentimos, vivimos en definitiva. Urbes que, debido a nuestra cotidianidad, nuestras rutinas solo vemos a ras de suelo. Ocasionalmente, sin embargo levantamos la mirada, cierto, pero solo para ver estructuras gigantescas, altas, impersonales. Edificios que hablan de gigantismo, monumentalidad o simple superficialidad megalítica de una burbuja que convirtió espacios habitables, centros de cultura, o equipamientos públicos en meros instrumentos especulativos sin alma.

Y sin embargo hay un vínculo, un cordón umbilical tan invisible e inexplicable como real. Nos apegamos a nuestros espacios vitales cotidianos aún sin percibir su presencia de forma factual, como aquel amor con quien compartes tiempo, vivencias y lugares de forma ininterrumpida y que solo percibes de forma clara en momentos de ausencia. Pasaia Bitartean viene a ser una aproximación tan racional como sentimental a esta conexión, a este vínculo especial y espacial.

Precisamente esta dualidad se hace presente a través de la propia estructura narrativa del film. La primera, un recorrido reposado, de largos planos, donde la vida se desvanece, florece o se desertiza a través de los sonidos. Fábricas, trabajadores, remodeladores, ancianos discutiendo sobre sus asuntos mundanos se suceden sin un aparente orden, solo cortados por diversos travellings que, como señales del tiempo, se deslizan vía, trenes de pasajeros o de mercancías, vinculando ambos a al ritmo de la vida del pueblo, alejándose del primer plano turístico y aposentándose en una realidad que fluctúa entre lo vital y lo decadente. Un trayecto que busca a través de los propios espacios dibujar un panorama de emociones que escape de la pura construcción per se.

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Como un eco, y como bisagra formal, asistimos a una reflexión que oscila entre lo racional y lo poético sobre la propia creación de la(s) ciudad(es). Una voz en off que por primera vez se hace presente, y por qué no decirlo, rompe de forma un tanto abrupta la narrativa del film, pero que funciona en tanto que lejos de subrayar, propone una ampliación, más allá del ámbito estrictamente racionalista, del mensaje: no se trata tanto de explicar, sino de poner capas de poética, de abrir esa puerta a lo emocional que aparece en la segunda parte del documental.

Una segunda parte esta que, a través sobre todo de las palabras, y pensamientos de un vecino de la localidad (personaje que por cierto merecería casi un spin-off) nos trasladan a la vivencia pura, a los sentimientos encontrados que a cualquier persona le genera su entorno. Un pasaje emocionante y lleno de capas que se construye desde la sencillez del plano fijo y de la libertad de expresión, de dejar libertad para construir momentos poéticos y, así mismo, discursos de dudosa corrección política. Una dualidad incluso contradictoria que entronca directamente con el paisaje, casi como una metáfora de lo que encierra una ciudad y su entorno per se. Un tramo que se cierra a modo de círculo perfecto con la partida de los turistas, elementos de mero tránsito que perturban accidentalmente la vida cotidiana, dejando huellas imperceptibles en lo presente pero de seguro poso futuro.

Pasaia Bitartean es un film que se articula a través de un triunvirato formal que bien podría corresponderse con el cerebro, el espíritu y el corazón (y que curiosamente también tiene su correspondencia con sus tres creadores principales Irati Gorostidi, Jon Ander Aguirre y Ana Aitana Fernández). Un film pues que combina la escala humana con la arquitectónica, vinculándose ambas de forma inseparable la una de la otra. Un documental pues que bien podría definirse como una pequeña joya poética o una pieza de orfebrería racionalista. En cualquier caso Pasaia Bitartean es pura pasión, puro raciocinio, pura arquitectura emocional.

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