Yo me lo creo (Terrorismo de Autor)

Yo me lo creo

El colectivo Terrorismo de autor prende la chispa en Márgenes con Yo me lo creo, su última obra. La mecha, corta y fina, explota con un radio de efecto que llega hasta la última butaca. Y es que esta bomba casera, que se cuela sutilmente por los detectores de entrada de La casa encendida sin llamar la atención de vigilante alguno, está cargada de un embrollo de ideas condensadas en una mente atormentada. Antonio Ruiz se encarga de todo. Un hombre desconocido que, según nos dice, alguna vez fue bueno pero la sociedad terminó por volverle un auténtico canalla (como si se tratase de una reencarnación en nuestra sociedad del monstruo de Frankenstein o el moderno Prometeo), nos relata su proceso de metamorfosis, así como el modo según el cual afronta un mundo desencantado. Situado en un primer plano en blanco y negro y mirando a cámara, la voz en off de este aparente hombre adulto convencional se dirigirá a su potencial espectador para despertar conciencias desde su propio aislamiento (él ya se escapó del manicomio en el que nosotros nos encontramos todavía). Durante cuarenta minutos sus palabras, que dan forma tanto a numerosas metáforas como a ejemplos concretos tanto históricos como presentes, se clavarán en todo cerebro que se dirija hacia ellas, punzándolo hasta el punto de no saber si reír o llorar. Y es que la excentricidad de este hombre, así como sus problemas, según se intuye, no tienen límites.

La estructura de la película es simple y metódica. Dividida en tres partes que disponen el soliloquio de Antonio Ruiz en diversos temas, Yo me lo creo se abre y se cierra por la palabra hablada. Si bien suele atenderse de manera natural a aguzar la vista a la hora de percibir una película, esta última obra de Terrorismo de autor permite al espectador adormecer la vista (sin apagarla, la imagen está presente) para estimular la escucha. Tras finalizar cada bloque temático, la voz cesará para dejar paso a imágenes que permitan descansar el oído para estimular el ojo. Si tras el final de las dos primeras fracciones del discurso la cinefilia de los autores se plasma en la pantalla con la apropiación de fragmentos que apoyan el alegato de Antonio, será tras finalizar el tercer ataque cuando aparezca ante nosotros una porción de la obra pictórica de esta mente desquiciada y que concentra toda su rabia. Ahora bien, que los elementos del film estén dispuestos de manera cíclica y con sobriedad no quiere decir ni mucho menos que se trate de un elemento negativo. Más bien puede decirse que la sencillez del esqueleto está basada en la intención de dejar fluir sobre un mecanismo depurado la complejidad de un discurso que se va tornando más trascendente a cada minuto que corre.

Yo me lo creo nos busca las cosquillas en un momento en el que tanto nuestros cuerpos como nuestros pensamientos se encuentran anestesiados Dios sabrá por qué. La relación entre Terrorismo de autor como parteros que dan a luz y Antonio Ruiz como figura de nuevo mesías buscan mediante el choque y la provocación ya no solamente sacar nuestra rebeldía a flote, sino que en un plano más profundo intentan hacernos conscientes de nuestro propio ego ligado al mundo que habitamos, ambos erosionados por el peso del desasosiego, manteniéndonos en el limbo entre la cordura y la locura.

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